Todo comenzó el primer día de clases.
Llegaste a Villa Padua después que a tu padre le ofrecieran una generosa oportunidad de trabajo. Tuviste que dejar tu vida, tu casa y tus amigos, y mudarte al otro lado del país. No querías, claro que no, pero l...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
SILVER Martes, 5 de octubre de 2021
Reconocí su voz de la misma forma que reconocí la calidez de su piel al tocar la mía y su frío aliento mentolado soplando en mi nuca. Aflojó su amarre en mis muñecas y me pegó a él.
—Eres tú —musité y moví la cabeza para zafarme de la mano con la que cubría mis ojos.
—¿Quién más podría ser? —contestó, soltándome. Llevó sus manos a los laterales de mi cadera, dejando mi trasero a una peligrosa distancia de su entrepierna. Estaba duro, lo podía sentir incluso sobre la gruesa mezclilla de su pantalón y la tela de mi falda—. Me gusta como hueles hoy, ¿sabrás igual de bien?
Me mordí el labio inferior, dejándome llevar por la anticipación que estremeció mi vientre.
—No lo sé, ¿por qué no me pruebas y lo averiguas?
El embriagante rumor de su risa hizo eco en mi pecho y sentí su respiración abanicarme el pelo que cubría mi oreja. Aprisionó el lóbulo con sus dientes y tiró solo un poco. A continuación me giró, dejándome frente a sus felinos ojos negros y su cautivadora sonrisa que profesaba un puñado de propuestas indecentes que estaba dispuesta a aceptar.
Mi vista no tardó en acostumbrarse a la poca luz y reconocí el armario del conserje que usábamos los González para las reuniones secretas dentro el instituto.
—Esa es una propuesta difícil de rechazar.
—Ese es el objetivo, que sea irrechazable —contesté, amarrando mis brazos alrededor de su cuello—. ¿No deberías estar en clase o haciendo algo productivo con tu vida?
Él se echó a reír.
—No se me ocurre nada más productivo que esto —dijo, bajando sus manos a mi trasero. Se inclinó, era alto incluso para mí que era una de las chicas más altas del instituto, y yo aparté el pelo de mi cuello para que él pudiera besarme a su antojo. Me levantó, provocando que yo enredara mis piernas en su cintura—. Además, podría decir lo mismo de ti, plateada.
—¿Dónde está Hugo?
Yong continuó dejando húmedos besos desde mi clavícula hasta la parte trasera de mi oreja.
—Ni puta idea... A diferencia de él, yo no ando pendiente a lo que hacen los demás ni tengo complejo de policía.
—No hables así de él, sabes que no me gusta —le reprendí, jugueteando con su cabello, a él le gustaba llevarlo por los hombros y en las puntas se le formaban unos preciosos bucles.
—Vale, lo siento. —No, no lo hacía, y su sonrisa lo demostró. No obstante, me sorprendió cuando, en un tono serio, acotó—: ¿Quieres que lo llame?
Pensé un instante. Si bien «todos o ninguno» era nuestra regla, añoraba pasar tiempo a solas con Yong y no estuve dispuesta a desperdiciar aquel momento, menos después de saber las cosas que el asesino le había obligado a hacer y que su intención nunca fue herirme.