Doble Actualización 2/2
SILVER
Miércoles, 22 de septiembre—¿Dónde está? —Los gritos de Yong hicieron eco en la enfermería. No podía verlo por las cortinas que separaban mi camilla de las otras, pero ya podía imaginar por el ruido el desmadre que estaba haciendo—. Silver González, ¿dónde está?
—Espere, por favor —le dijo la enfermera.
Hugo entronó los ojos, hastiado, y se quedó en su sitio, sentado al lado de mi cama.
Yong no tardó en irrumpir, seguido de la enfermera.
—¿Qué sucedió? —preguntó. Sus ojos viajaron de Hugo a mí—. Plateada, ¿estás bien? —Ocupó asiento alborde de mi cama y acunó mis mejillas en sus manos—. ¿Qué te pasó?
Hugo le hizo un gesto a la enfermera para que saliera y cuando estuvimos solos respondió:
—Silver lleva tres días sin comer, se desmayó.
Yong negó con la cabeza, dedicándome una mirada severa.
—¿Tres días? ¿Estás loca? ¿Acaso quieres morirte?
No respondí. Bajé la cabeza y aparté sus manos. Hugo puso en mis piernas un plato con puré de papas que había traído la enfermera.
—No me iré de aquí hasta que te lo comas todo —sentenció y luego se volvió a Yong—. Es Paola, metiéndole en la cabeza que está gorda. —Apretó la mandíbula a un punto que pareció doloroso—. Hablaré con Cristóbal, esto no puede seguir así.
Paola no solo me escogía la ropa, me decía cómo vestirme, qué maquillaje usar o cuales zapatos comprar; regulaba todo lo que comía y me forzaba a mantener una dieta estricta. En unas pocas semanas la campaña electoral de papá comenzaría y me debía perder dos kilos antes de que llegara ese día. No obstante, no importa que tanto me esforzara en conseguirlo, mi cuerpo no cooperaba y el ciclo de ganar y perder peso era un bucle interminable.
—No vas a decirle nada a Cristóbal —espeté, llevándome una cucharada de puré a la boca. Mi peso era el menor de mis problemas en ese momento—. Estaré bien.
—No, no lo estarás —dijeron ellos al unisonó.
Rodé los ojos y saqué el teléfono de mi bolsa, dispuesta a terminar lo que había empezado. Estaba rallado y un poco magullado después de estrellarlo contra el espejo del baño.
—Por favor, déjenme sola. —Les di la espalda y continué tragando el asqueroso puré.
Escuché a Hugo resoplar y a Yong chasquear la lengua. Al final, me dejaron sola.
Cerré mi cuenta personal en PaduaApp e inicié cesión en «P de Perdedor». Había un millón de notificaciones de las interacciones de la última entrada donde marcaba a Logan Núñez y unos cien mensajes de seguidores sin leer. Suspiré, resignada, e hice lo que debía hacer.
«Ana García».
Cerré la cuenta y volví a abrir la mía.
Terminé de comer, tragué las vitaminas que me trajo la enfermera y recogí mis cosas. Mantuve la cabeza en alto mientras caminaba por los pasillos en dirección al estacionamiento. La nueva entrada de «P de Perdedor» ya estaba provocando un caos y no quería estar presente cuando las cosas se pusieran feas.
«Los perdedores no son bienvenidos en Padua», me dije.
Logan estaba en el estacionamiento cuando salí, con el teléfono en la mano y una expresión de horror adherida al rostro. Guardó sus cosas en la mochila y se montó en la bicicleta, saliendo apresurado del instituto.
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P de PERDEDOR
Bí ẩn / Giật gânTodo comenzó el primer día de clases. Llegaste a Villa Padua después que a tu padre le ofrecieran una generosa oportunidad de trabajo. Tuviste que dejar tu vida, tu casa y tus amigos, y mudarte al otro lado del país. No querías, claro que no, pero l...