CAPÍTULO 34

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El ASESINOMadrugada del Viernes, 15 de octubre de 2021

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El ASESINO
Madrugada del Viernes, 15 de octubre de 2021

Otra vez, las luces estaban encendidas. ¿Cuántas veces tenía que explicarle que nadie podía saber que el apartamento estaba ocupado? Resoplé y toqué la puerta dos veces. Dos toques significaban «soy yo». Al instante, la habitación quedó a oscuras.

«Demasiado tarde», pensé, girando el picaporte.

El apartamento, recluido en uno de los edificios de los suburbios, era el lugar perfecto para encontrarnos sin levantar sospechas. La gente de por allí estaba demasiado ocupada en sobrevivir para reparar en que las luces de un insignificante apartamento estaban encendidas, pero no por eso nos podíamos permitir andar a la ligera. Debíamos de tener mucho cuidado.

—¿Pretendes jodernos? —pregunté, dando un fuerte portazo. Hacer ruido no era un movimiento inteligente, pero estaba harto de repetir una y otra vez lo mismo y comenzaba a reconsiderar la posibilidad de trabajar solo, aunque aquello representara matar a quien esperaba por mí en aquella habitación—. Mejor grítale a todo el edificio que estamos aquí.

Lo escuché rezongar y removerse en el sofá.

—Las cuatro de la mañana —dijo, y en su voz noté un matiz de felicidad. Destruir la reputación de Nelson lo había puesto de muy buen humor—, ¿crees que alguien notará una insignificante luz a esta hora?

Exhalé, hastiado, y me dirigí a la pequeña y mugrienta cocina. Acomodé de mala gana las compras en la nevera: un six pack de cerveza y algunos bocadillos. Los últimos días, reunirme con mi compañero —por llamarlo de alguna forma— me estresaba tanto que la cerveza era lo único que me relajaba. Él era metódico y calculador, yo era más impulsivo y temerario; él tenía una obsesión enfermiza con Silver, yo soñaba con clavar un cuchillo en el corazón de la chica. No éramos iguales, pero al final los dos buscábamos lo mismo: venganza.

Regresé a la sala de estar con dos latas de cerveza y me dejé caer en el sillón.

—No sé cómo voy a explicarte que nadie puede saber que estamos aquí —articulé mientras intentaba controlarme—. ¡Me da igual que sean las cuatro! ¡Vas a hacer lo que te digo!

Otra vez, gritar era una muy mala idea.

Mi compañero se levantó de un salto, los ojos bien abiertos y los puños cerrados. No nos llevábamos bien. Está de más decir que si hubiera sido por mí, aquel teatro hubiera terminado hace mucho. A él le gustaba planear, jugar, sentir el miedo y la desesperación que causaba, adoraba hacer de su venganza todo un juego macabro.

—No te pases de listo. ¡Te recuerdo que quien da las órdenes aquí soy yo! —bramó, cuidando el volumen—. Esto fue mi idea. ¡Fui yo quien te busqué! ¡No tengo qué hacer lo que dices!

Chasqueé la lengua y le dediqué una burlona sonrisita.

—Y fui yo quien asesinó a esos infelices —mascullé entre dientes—, porque tú no tuviste el valor de hacerlo. —La carcajada emergió rasposa de mi garganta—. No serías nada sin mí. ¡Nada! Me buscaste, sí, pero soy yo quien está ahí afuera, asechando, mientras tú juegas con ellos como si fueran títeres. Sylvia, esa perra psicópata, te ha hecho perder el foco. Cuando viniste a mí por primera vez, estabas decidido a darle justicia a Emily, a hallar la verdad sobre su muerte y hacer que los culpables pagaran. ¿Dónde demonios quedó todo eso?

P de PERDEDORDonde viven las historias. Descúbrelo ahora