Todo comenzó el primer día de clases.
Llegaste a Villa Padua después que a tu padre le ofrecieran una generosa oportunidad de trabajo. Tuviste que dejar tu vida, tu casa y tus amigos, y mudarte al otro lado del país. No querías, claro que no, pero l...
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SILVER Viernes, 8 de octubre de 2021
—¿Qué fuiste a buscar allí, Silver? —preguntó Yong y me lanzó una rápida ojeada antes de enfocarse en la carretera. Apretaba el volante con tanta fuerza que los nudillos se le habían puesto blancos. Resopló al notar mi indisposición en responder y agregó—. Silver, por favor.
Jugueteé con el dobladillo de mi vestido y bajé la ventana para tomar algo de aire fresco. Yong había subido el techo del auto antes de ponerse al volante y yo comenzaba a sentirme asfixiada. Maldijo por lo bajo cuando tuvimos que detenernos frente a un semáforo, puesto que Hugo logró adelantarse en el todoterreno antes de que pusieran el rojo.
—¿No vas a hablar? —insistió. Sus oscuros ojos me buscaron a través del espejo retrovisor.
Negué con la cabeza y me entretuve en leer los letreros de los negocios.
Yong comenzó a tamborilear con los dedos en el volante la melodía de "La Marcha Imperial", el tema que ponen en Star Wars cada vez que sale Darth Vader. Lo conocía bien, pues él era muy fanático de la franquicia y la habíamos visto juntos un millón de veces.
—Cristóbal preguntó por ti. —Eso fue lo único que me hizo reaccionar. El muy cabrón sabía que lo único que me haría atenderlo era mencionar a nuestro padre.
Enderecé el cuerpo con cierta sorna, ocultando mi evidente interés.
—¿Quería la declaración de impuestos?
Yong reanudó la marcha cuando la luz verde del semáforo apareció.
—No tengo la menor idea. Sabes que él nunca da explicaciones. —Dio un súbito acelerón, tal vez en un intento de alcanzar a Hugo—. Hugo y yo queremos charlar contigo.
El ambiente apestaba a tensión e incomodidad.
—No quiero hablar sobre mis motivos para volver a Villa Padua —espeté mordaz y me pasé a los asientos traseros—. Ustedes tienen sus secretos y yo tengo los míos.
Yong resopló y tomó una curva con tal rapidez que me hizo pegar un brinco.
—¿Qué pasa contigo? —protesté.
Yong no respondió, se limitó a fulminarme con la mirada a través del espejo retrovisor.
Me acomodé y saqué mi teléfono de mi bolso. Aún seguía apagado. Lo encendí y el vibrar de las notificaciones no tardó en llegar. Mi hermano enarcó una ceja y me miró de soslayo. Lo ignoré y me concentré en mi bandeja de entrada. Tenía mensajes de texto de mis hermanos y Olivia y en la barra de notificaciones vi el icono de PaduaApp.
«¿No puedo tener un fin de semana en paz?».
Hugo: adónde demonios vas?
Yong: ¿por qué cojones no coges el maldito teléfono?