CAPÍTULO 3

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SILVERLunes, 6 de septiembre de 2021

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SILVER
Lunes, 6 de septiembre de 2021

Actualicé el feed de «P de Perdedor» mientras mis hermanos, como regios bulldogs de pelea, cubrían mi espalda. Hugo llevaba la chaqueta de los Búfalos sobre un hombro, mirando mal a cada persona que pasaba por el pasillo, y Yong fingía que el tablero de anuncios le estaba proporcionando una información trascendental para su vida estudiantil.

«Logan Nuñez».

Al instante, la ola de notificaciones hizo eco en los pasillos de Padua.

Yong apartó los ojos del tablero y miró sobre su hombro, a tiempo para verme guardar el teléfono duplicado en la caja de metal al final del casillero. Actuábamos con tal naturalidad que nadie sospecharía que, a la sombra de nuestro círculo confidencial, se estuviera firmando la sentencia de muerte de una persona.

Cerré el casillero y me coloqué entre ellos. Emprendimos el camino hasta el estacionamiento en silencio, admirando el caos que habíamos causado. Cuando atravesamos la puerta principal, el teléfono de Hugo comenzó a sonar. El moreno, distante y soberbio desde la hora del almuerzo, creó una distancia prudente para responder.

Intenté escuchar; más, entre los murmullos de los estudiantes y Yong, fue imposible.

—¿Qué pasó entre ustedes? —inquirió el pelinegro, sacando el casco de su mochila. Unos cuantos mechones cayeron sobre su frente y movió la cabeza para apartarlos—. Y no vengas con que «nada», porque es obvio que pasó algo.

Reanudé la marcha hacia el todoterreno, consciente de que Yong me seguía de cerca.

—¿Silver? —apeló él, agarrándome por el codo.

—Nada —espeté, soltándome con brusquedad—, no pasó nada.

—¿Qué le hiciste? —acusó él, cruzándose de brazos.

—¿Por qué tengo que haberle hecho algo?

—¿En serio me estás haciendo esa pregunta? —Chasqueó la lengua—. Doce años viviendo juntos me han enseñado que si Hugo está enfadado es culpa de Silver.

Le sonreí, rendida. Era tan encantador cuando le apetecía.

—He tenido un mal día —confesé, endulzando la voz—, solo quiero regresar a casa.

Yong me despeinó, divertido.

—Y ahora, ¿dónde se metió Hugo a responder esa maldita llamada? —Oteé el estacionamiento.

El pelinegro se encogió de hombros y rodeó el todoterreno hasta llegar a donde estaba aparcada su moto. Hugo se tomó su tiempo en aparecer y, cuando lo hizo, llevaba el uniforme de los Búfalos de Padua y los risos recogidos.

—¿Cristóbal? —inquirió Yong, con los pies en el asfalto y las piernas a los lados de la moto.

Hugo asintió.

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