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Me está dando un ataque de ansiedad. Lo sé porque llevo años luchando contra ellos. He mejorado, sin embargo aún no sé controlarlos del todo. No en momentos así. No puedo soportarlo. Tengo un nudo en el pecho que me presiona como si me estuvieran apretando muy fuerte. Me cuesta respirar. Era él. Estaba observándome desde la calle. ¿Habrá visto el beso de Isaac? – pienso. Joder. Era él. No hay dudas. Héctor. El puto Héctor.

- ¿Qué coño ha pasado para que me llames a las dos de la mañana?

- Era Héctor, Mara. Lo he visto. Era él – y me rompo.

- No llores, Alma. Tranquila. Respira.

- Estaba en la discoteca – balbuceo entre sollozos. – Y me ha visto bailar. Y no sé si ha visto lo de Isaac. Y estaba Asier. Pero era él. Seguro que era él.

- ¿Qué ha pasado con ese Isaac? – mi amiga no entiende nada.

- A ver – respiro – estaba bailando con Asier y he visto, al fondo de la discoteca a Héctor.

- Vale. ¿Te ha dicho algo?

- Eh... no. En ese momento pensaba que no me había visto. He dejado a Asier en la pista y me he ido.

- Y qué más.

- Pues... - intento ordenar mi cabeza para contarlo.

- Dime.

- Estaba sentada en la acera, Isaac ha venido a ver si estaba bien y me ha besado.

- Vale, Alma. Pero, ¿quién es Isaac?

- Un amigo de Asier, el hijo de mis vecinos. Los de la barbacoa de hoy.

- Ah, sí, recuerdo que me dijiste lo de la barbacoa. ¿Entre tú e Isaac hay algo?

- ¡Qué va, tía! Ha sido un malentendido...

- Alma que nos conocemos.

- Joder que sí, que se pensaba que yo estaba interesada – me molesta que me cuestione.

- Vale, vale. ¿Y Héctor?

- Nada. Luego entré con Asier, que nos pilló en medio del beso. Discutí con él y te llamé a ti. Estaba agobiada con Héctor y Asier se estaba poniendo pesado... No sé. Joder. Era Héctor.

- Ya cariño, eso ya lo has dicho. El puto Héctor.

No dejo de pensar en él. Me estaba mirando desde la otra acera mientras me subía al coche de Mara. Él conoce su coche, sabe que es ella quien me ha recogido. Y me miraba de un modo extraño. No sé por qué, pero he notado algo raro. Estaba distinto. Tenía la barba más larga, estaba más delgado que la última vez que lo vi, pero sigue siendo el mismo chico atractivo del que yo me enamoré. El mismo que me jodió la vida. El mismo que me hacía el amor como nadie me lo había hecho. El mismo que me llenó de ilusiones. El mismo que me destrozó el corazón. Llegamos a mi casa y Mara decide quedarse a dormir conmigo. La mañana del lunes la tiene libre y sabe que ahora mismo no me puede dejar sola. No estoy bien.

- Alma, debes entender que Héctor puede hacer su vida. Que ya no forma parte de la tuya, y, aunque os encontréis, no significa nada – me dice Mara tumbada a mi lado en la cama.

- Sabes que es superior a mí – el nudo del pecho no me deja respirar bien.

- Lo sé, pero debes aprender. Recuerda las sesiones con el psicólogo.

- Ahora mismo solo recuerdo a Héctor. Lo malo y lo bueno. Duele.

- Claro que duele, es la primera vez que lo ves en persona después de tanto tiempo. Pero es la mejor forma de superarlo del todo.

- ¿Y si no lo supero nunca? – pregunto. – Aún echo de menos algunas cosas, ¿sabes? Siento ese vacío... ya me entiendes.

- Alma, ese vacío se llenará. Date tiempo.

- No me refiero solo a la pareja.

- Ya lo sé, pero tú sabes perfectamente que no fue nada. No llegó a nada.

- Era mío.

- Sí, cariño. Y tendrás otras oportunidades, y saldrán bien. Y vas a tener una vida bonita porque te la mereces.

- Estoy rota. Estoy defectuosa.

- No lo estás – me abraza.

- Gracias por cuidarme.

- Te quiero mucho, gordita.

- Y yo a ti, hermana.

Noto como me voy quedando dormida. Con Héctor en mi mente, el corazón hecho un amasijo de dolor y los ojos llenos de lágrimas. 

ALGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora