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Las horas de la mañana se nos pasan volando, a penas hemos hablado. Asier está en su novela y yo en la mía hasta que levanta la cabeza del libro y me mira.

- ¿Cómo vas? ¿Tienes hambre? – niego.

- No sé ni qué hora es.

Cojo el móvil y veo que tengo cuatro llamadas perdidas de un número oculto. Son más de las dos de la tarde. No tengo hambre y esas llamadas tan sospechosas hacen que se me cierre aún más el estómago. Espero que sea publicidad y no quién yo creo que puede ser. Hace una semana que no sé nada de Héctor y prefiero que se quede así. Quiero que se pudra en el infierno y no enterarme de nada.

- ¿Ocurre algo?

- No, nada – musito.

- Pues estás pálida, Alma.

- Demasiado tiempo leyendo – sonrío lo mejor que puedo.

- ¿No me vas a contar qué ocurre? Hace días que no estás bien.

- Lo sé, – suspiro sonoramente – han sido unos días malos.

- Yo estoy aquí para ayudarte, Alma. Cuéntame – se acerca a mi y me coge las manos entre las suyas.

En ese momento vibra mi teléfono, me sobresalta el sonido sobre la mesa. Oculto>> reza en la pantalla y yo me echo a temblar. Descuelgo, bajo la atenta mirada de Asier y me quedo callada para escuchar lo que hay al otro lado. Nada. No se oye nada.

- ¿Hola? – me tiembla la voz.

- Será publicidad – interviene Asier muy bajito y cuando me dispongo a colgar suena esa voz.

- No creerás que por bloquearme voy a dejar de buscarte – Héctor.

Cuelgo rápidamente y apago el teléfono. Asier me mira pacientemente, es el momento: voy a contárselo. Sin que me de tiempo a hablar Pongo se pone a ladrar en dirección hacia la ventana del salón. No suele hacerlo por lo que Asier y yo nos giramos sorprendidos y miramos a través de ella.

- Pongo, ¿qué pasa? – le acaricio el lomo, pero me ignora y sigue ladrando.

Es muy raro, está nervioso y yo empiezo a agobiarme muchísimo. No sé qué hay allí. Espero que no sea Héctor espiándome como la última vez. Asier saca la cabeza por el cristal de la ventana y mira a ambos lados: no hay nadie. Mi perro se relaja en cuestión de minutos, pero da algunas vueltas por el salón. Está algo alterado y mi ansiedad crece por minutos.

- Habrá pasado alguien, o algún otro animal que no hemos visto – me dice con voz tranquilizadora Asier.

- Sí, – respondo en voz baja - habrá sido eso.

Algo me dice que no, que no ha sido fortuito. Mi perro rara vez ladra y mucho menos de esa forma tan inquieta. Ha debido ver algo que no le ha gustado o considera peligroso.

- Venga, ya está – Asier intenta darme un beso y yo me aparto bruscamente sin pensarlo. Nos quedamos mirándonos, ha sido incómodo.

- Asier... - comienzo – no puedo.

- ¿Qué?

- Eso. Que no puedo.

- ¿Qué es lo que no puedes?

- No puedo nada. Estoy sobrepasada con todo, perdóname.

- ¿A qué te refieres?

- A todo. Estoy en una situación complicada y me resulta imposible mantener la normalidad más tiempo.

- ¿No confías en mí? – susurra.

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