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Las palabras de Alex me destrozan el alma, me rompo, noto como mi corazón se hace pedazos de nuevo. Mi niño, mi bebé. Ese que no me dio tiempo a saber que existía cuándo me hicieron olvidarlo a la fuerza. Posiblemente fue el peor momento de mi vida. Llevaba un año aproximadamente con Héctor cuando me quedé embarazada. Parecía que teníamos una relación estable, pero empezó con sus historias, con sus dudas y me convenció. Me dijo que no era el momento, que más adelante lo intentaríamos de nuevo y que me quería. Me prometió que iba a estar siempre conmigo. No soy capaz de explicar con palabras lo que sentí cuando entré sola en la clínica. Tenía el móvil apagado, tuve que pasar por aquello sola porque Héctor no se presentó, ni siquiera dio explicaciones. Lo vi por última vez aquella mañana. Habíamos dormido juntos en un piso que tenía su tía deshabitado y en el que pasábamos alguna que otra noche. Me dio un beso y se fue a trabajar con la promesa de acompañarme al médico. Tenía la cita a las 13:45h y nunca más apareció. Cuando salí de allí me fui a casa en mi coche y lo llamé incansablemente durante una semana entera. Mi madre y mi hermana no sabían lo que había ocurrido. Yo no quería ver a nadie, me dedicaba a llorar y a mirar el móvil obsesionada con que volviera a aparecer. No supe más de él hasta el día que lo vi en la puñetera discoteca. No supe nada de él ni cuando mi amiga vino para sacarme de la cama, no supe nada de él cuando tuve que volver a terapia para sobrellevar todo lo que había ocurrido. Yo seguí con mi trabajo, con mi vida, me independicé y adopté a mis animales sin él. Yo lo quería conmigo en todos esos momentos importantes, yo quería odiarlo, pero solo conseguía echarlo de menos y pensar en qué había pasado para que desapareciera de esa manera. Estuve meses justificándolo, intentando restarle importancia y deseando que volviera. Entre todos me abrieron los ojos, conseguí asomar la cabeza por ese agujero oscuro en el que me encontraba, pero fue una ilusión. Una armadura que me puse poco a poco para que la gente supiera que yo estaba bien. Que todo había pasado. Pero no. Es mentira. Si lo veo, me hundo. Si alguien me saca el tema del aborto, me hundo. Si estoy viviendo algo bonito, se me aparece en sueños y me vuelvo a hundir. Así es imposible.

- Te has pasado, Alex – sisea Mara al ver cómo me rompo.

- Nena, no llores, por favor. Lo siento – Alex se sienta junto a mí y me abraza.

- No pasa nada, – sollozo – tienes razón. Héctor debería estar muerto para mí, pero no sabéis lo que es tener ese miedo constante. Me bloquea.

- Me lo imagino – dice y me da un beso en la frente.

- ¿Y si pedimos pizzas? – suelta Luna de repente.

- ¡Y más vino! – interviene Alex.

- Yo no tengo mucha... - si las miradas mataran, estaría muerta. – Genial, pizza.

- Ya estoy llamando – Mara me fulmina con la mirada.

Y tiene razón, no puedo dejar de comer por haber tenido un bajón, me conocen muy bien y no me iban a permitir decir que no tenía hambre o que no me apetecía. Pensándolo bien, sí, me apetece. Sobre todo, ese vino blanco superfrío. Recuerdo que tengo una botella en la nevera y dos más en la despensa. Es hora de meterlas en el congelador, nos van hacer mucha falta. Las pizzas tardan 20 minutos en llegar, tiempo suficiente para olvidar los dramas y hablar de muchas cosas distintas. Cosas en las que Héctor no tiene cabida. Estos minutos también han dado para que se burlen de mí por haber tenido sexo después de más de un año.

- Tienes que tener hasta agujetas – dice Alex riéndose.

- Agujetas no, pero he conseguido eliminar todas las telarañas, graciosillo – respondo con retintín.

- Chica, si se te reconstruye todo aquello.

- ¿Y está bien dotado? – quiere saber Mara.

ALGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora