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- ¿Pero qué pasó entre vosotros? - quiso saber Asier.

- Me obligó a abortar y luego desapareció – respondí sin querer pensar demasiado la respuesta.

- ¿Qué? – sonaron las voces de Asier y Ruth al unísono.

Y lo conté todo. Bueno, todo lo que pude. Entre lágrimas que amenazaban con salir, entre pérdidas de voz y miradas de lástima conseguí contar mi tormentosa relación con Héctor, como me dejó hecha trizas y cómo conseguí recomponerme hasta que volvió a aparecer en mi vida. Es un relato muy doloroso para mí, y ver como la gente a la que empiezo a cogerle cariño me miran como un perrito abandonado es casi peor. Pero no pude contar lo que me hizo la otra noche. No encontré las palabras para decirle a Asier que me había tocado, que había puesto sus asquerosas manos sobre mí, no conseguí decir ni una palabra sobre lo que me dolía todo el cuerpo ni sobre el daño físico y emocional de ese último ataque. Y por suerte Isaac no lo mencionó. Él ha respetado en todo momento mi decisión. Quizás algún día sea capaz de hacerlo, hoy no. Me sentía muy cansada, aturdida y necesitaba tomarme un tiempo para procesarlo todo.

Tras mi relato, Asier se levantó de su asiento y me abrazó. Me abrazó tan fuerte que casi me hace sentir bien. Casi. En estos momentos nada me podía hacer sentir bien. Estaba totalmente rota. La nueva versión de Alma, la que casi consigo crear, había vuelto a morir. Había vuelto a lo que tanto odiaba.

- Me gustaría irme a casa – dije mientras todos murmuraban cosas que no me apetecía oír después de lo que acababa de contar.

- ¿Quieres que me quede contigo? – se ofreció Asier y yo negué con la cabeza.

- Alma, estamos aquí para lo que necesites, este hijo de puta no te va a volver a molestar – dijo Ruth por primera vez dirigiéndose a mí.

No me salían las palabras, no me apetecía hablar. Me levanté, me metí en mi coche antes de dar tiempo a más comentarios sobre todo lo que acababa de explicar y los dejé allí. Atónitos y hablando de mí. Me daba igual, no podía. Necesitaba dormir. Posiblemente necesitaba morirme, pero eso era demasiado difícil. En realidad, quería estar bien por ellos, por él y sobre todo por mí. De camino a casa, mientras conduzco con la mirada nublada por lágrimas que volvían a amenazar con salir, no paro de pensar en la falta que me hace una sesión con mi psicóloga. Creo que es el momento de retomar la terapia.

Pongo me recibe feliz, su expresión es de amor puro y en cuanto nota mi estado de ánimo se calma, se pone a mi lado para darme todo ese apoyo emocional que dan los animales de manera silenciosa. Con su mirada me dice todo lo que necesito. Nos tumbamos los dos en la cama y nos quedamos dormidos.

Me despierto malhumorada por la falta de sueño. He revivido la escena de anoche unas mil veces de maneras distintas en mi cabeza, en mis pesadillas. He sentido las manos de Héctor sobre mi otras mil, y he llorado. He gritado, he sudado y me he despertado en muchas ocasiones con el corazón a punto de estallar dentro del pecho. Ha sido una noche horrible. La primera llamada de Asier no tarda en llegar, poco después de las once.

- Hola, ¿cómo estás?

- Bien, en casa, ¿y tú?

- ¿Salimos a desayunar? Yo estoy bien.

- No puedo, he quedado en un rato con los chicos – miento a la vez que pienso que no es mala idea.

- Ah, vale – silencio. – A ver si me los presentas pronto, me apetece conocerlos bien.

- Claro, muy pronto – sé que no lo dice con mala intención, pero me suena a una presión que ahora mismo no puedo manejar.

- Alma, ¿de verdad que estás bien? ¿Te ha vuelto a molestar? ¿Necesitas algo? – demasiadas preguntas.

- No, no. Todo bien, pero estoy cansada, he dormido regular.

- Vaya... - Más silencio.

- Hablamos luego, ¿vale? Que voy a vestirme.

- Claro preciosa, un beso.

- Adiós.

En cuanto cuelgo me doy cuenta de que no es justo, no se merece que lo trate con distancia y apatía, no es justo cuando él me ha entendido y me ha apoyado. No se ha tomado a mal el relato de ayer, ha hecho como si no pasara nada. Y no sé cómo sentirme al respecto. Dios, estoy sucia. Necesito otra ducha.

Aún con la toalla enroscada en el cuerpo llamo a mis amigos, y los invito a casa. Creo que han notado algo en mí pidiendo socorro porque ambos aceptan la invitación sin vacilar. No preguntan, no hacen comentarios al respecto. Solo vienen de camino y yo me dirijo al cuarto a vestirme. Chándal. Es domingo y le mando un mensaje a mi psicóloga pidiendo cita para la semana que viene. Le explico que han pasado una serie de cosas en mi vida y que necesito ayuda para gestionarlas. Aunque no contaba con recibir una respuesta hasta mañana, ella me responde a los pocos minutos citándome para el jueves a las diez de la mañana. Bien. Ya es oficial: retomo la terapia. 

ALGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora