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Consigo meter a Isaac casi a la fuerza en la pista de patinaje. Un pie, sólo he puesto un pie en el hielo y me caigo de culo. ¡Joder, qué daño!

- Deja de reírte y ayúdame – le digo a Isaac.

- Esto ha sido idea tuya.

- Sí, venga, dame la mano – resoplo.

Estamos a punto de caernos de bruces los dos al levantarme, pero Isaac se agarra fuerte a la barandilla y conseguimos mantener el equilibrio. Esto es más difícil de lo que pensaba. Veo a la gente tan tranquilamente patinando y pienso en qué momento insistí tanto en hacer esto. Ya me duele el culo y no llevo ni cinco minutos dentro. Conseguimos, como podemos, avanzar un poco bajo la atenta mirada de una niña pequeña que nos mira divertida.

- Alma, esa mocosa no levanta un palmo del suelo y hace piruetas – murmulla Isaac.

- Ya lo he visto – respondo mientras la pequeña empieza a patinar de espaldas.

- ¿Se está chuleando de nosotros?

- Eso parece – la niña nos mira, se ríe y se va al fondo de la pista con un equilibrio perfecto, qué envidia.

Hay muchas parejas y grupos de jóvenes patinando alegremente, me relajo un poco cuando veo a dos señoras muertas de la risa intentando, como nosotros, mantenerse en pie. Por suerte, no somos lo únicos torpes de la pista. Aunque sí es verdad que hay pocos, cuando me fijo, no todo el mundo patina bien. Me suelto de Isaac para intentar patinar sola y durante escasos metros lo consigo, con la mala suerte de que no se frenar y al levantar el pie como para dar un paso me vuelvo a caer, esta vez de cara contra el suelo. Menos mal que nos obligan a usar guantes, si no, me habría destrozado las manos. Me doy la vuelta y veo que Isaac está acercándose hacia mí, con el culo hacia fuera y los brazos muy abiertos. No puedo evitar reírme de su expresión cuando, al igual que a mí, le falla frenar y se precipita encima de mí.

- ¡Joder! – aúllo cuando me aplasta con todo su peso.

- Tía, te odio – susurra con su cara pegada a la mía.

- Somos un desastre y tienes una mano sobre mi teta izquierda – le digo quejándome. – Cuando quieras, la quitas.

- Para algo bueno que tiene patinar... - responde con su descaro natural.

Un hombre de unos cuarenta años se acerca a nosotros y nos ayuda a levantarnos en unos segundos. Acto seguido, se va y lo veo acercarse a la niña de antes. Debe ser su padre, porque ambos patinan muy bien. En un acto de exhibicionismo, coge a la niña en brazos, le da la vuelta y empieza a patinar con una sola pierna. Me quedo en medio de la pista boquiabierta mirando lo que hacen. La pequeña se pone muy recta y el hombre la suelta para que caiga justo a su lado. Ambos se miran y comienzan a dar vueltas con las manos entrelazadas. Se miran y sonríen. Tienen el mismo color de pelo y los mismos ojos marrones. Sí, no me cabe duda de que son familia. Con un par de movimientos se pierden de nuevo entre la gente. Isaac y yo nos empezamos a mover de nuevo. Seguimos en medio de la pista y tenemos que llegar como sea al borde, esta vez sin caernos.

- Eh, le empiezo a coger el truco – digo manteniendo el equilibrio.

- Pues yo no – rechista.

- Que sí, venga. No levantes los pies, deslízate.

- Sí, eso suena muy fácil.

- No lo es, pero es lo que hacen todos.

Estamos a punto de caernos varias veces más, pero no lo hacemos. Conseguimos mantener el equilibrio y, a veces, hasta nos soltamos de la baranda que cierra la pista. Esto es divertido. Me duele el culo y los brazos levemente, pero disfruto de la sensación que estoy experimentando. Isaac es el que peor lo lleva, pobrecito, no se le da nada bien esto. A mí tampoco, pero al menos consigo mantenerme en pie.

- ¿Cuánto queda? – pregunta agotado.

- Pocos minutos – respondo. - ¿Damos una vuelta más a la pista y nos vamos?

- ¿Y si nos vamos sin más?

- Venga, Isaac – le pido con voz lastimera. – Me ha costado veinte eurazos por cabeza, una vuelta más.

- Está bien, pero me las vas a pagar.

- ¡Qué sí!

Nos volvemos a coger de la mano, y casi sin incidentes, conseguimos dar la vuelta a la pista, que tiene forma de óvalo. Es bastante grande, así que entre la gente que se cruza y lo lento que somos, tardamos mucho tiempo en conseguirlo. Justo cuando estamos llegando al final, me resbalo y, como mi amigo está agarrado al borde, me consigue sujetar y acabo con la cara a muy pocos milímetros de la suya. Suelto el aire que había aguantado cuando pensaba que iba a caerme. No nos movemos, su respiración agitada me roza la mejilla y puedo oler su perfume entre las capas de ropa que lleva encima. Me mira con sus profundos ojos color hielo y por un momento, el tiempo se para. Un estruendo al otro lado de la pista nos saca del trance: las señoras que no paran de reír se han chocado contra la baranda de metal.

- ¿Nos vamos ya? – dice Isaac en voz baja.

- Sí – musito.

Ha sido un momento de tensión entre los dos. No lo entiendo. Me quito las raras ideas que se me agolpan en la cabeza y salgo de la carpa donde nos hemos cambiado los patines por nuestros seguros zapatos. Este viaje y la cercanía con Isaac está haciendo mella en mí. Tengo sentimientos encontrados que no consigo identificar y mucho menos ordenar. Es mejor no pensar en ello. 

ALGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora