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ASIER.

Salgo de casa de Alma y me llevan los demonios. Me monto en el coche, pero no quiero irme a casa. Estoy demasiado cabreado. Necesito tiempo para procesar esta mierda. Necesito partirle la cara a ese hijo de puta. Alma no me deja intervenir, pero no puedo controlar la ira que me recorre por dentro. No sé cómo ayudarla y encima me ha echado de su casa. ¿Cómo puede necesitar estar sola? Si yo lo único que necesito es estar con ella.

Llamo a Isaac y suena el contestador después de tres tonos de llamada. Lo vuelvo a intentar y nada. ¡Cabrón! – pienso. – Me lo ha ocultado todos estos días. Al ver que no me coge el teléfono me planto en su casa sin previo aviso. Llamo a la puerta y sale Marga a abrirme.

- Hola cariño, Isaac está dormido aún – me dice tras un abrazo.

- Vale, voy a despertarlo.

- ¿Va todo bien? – pregunta – Te noto preocupado.

- Sí, Marga, tengo mucho trabajo últimamente.

- Me lo imagino. ¿Cómo están todos?

- Bien, bien – no es el momento de esta conversación.

- Nosotros vamos a salir, si consigues que ese hijo mío se levante, hay de todo en la cocina – y me sonríe justo antes de pedirle a su marido que se apresure.

- Muchas gracias.

Conforme llego a la habitación de Isaac oigo como la puerta principal se cierra. Estamos solos. Mejor, así podemos hablar de todo.

- Isaac – digo abriendo las persianas – son las cuatro de la tarde, tío.

- ¡Joder!

- ¡Isaac! – digo más alto.

- Déjame, capullo.

- No te dejo. Levanta. ¡Ya! – le ordeno.

- ¿Qué coño quieres? – mi amigo es una maraña de pelos desordenados y sábanas revueltas.

- Lo sé todo.

- ¿Qué coño significa... - antes de acabar la frase es consciente de lo que he dicho. - ¿Todo?

- Absolutamente todo y necesito una puta explicación.

- Vale, vale, ya me levanto – dice refregándose las manos por los ojos.

- ¿Por qué no me has contado nada? – pregunto sin darle tiempo.

- ¿Me dejas mear? – dice secamente.

- Vale. Te espero en la cocina.

- Gracias.

Pocos minutos después aparece Isaac con la cara lavada y vestido por la puerta de la cocina.

- ¡Vaya resaca! – sisea mientras abre el frigorífico.

- ¿Dónde fuiste anoche después de casa de Alma?

- Hablé con una chica de Instagram que estaba de fiesta y me presenté allí.

- Vaya, una noche entretenida.

- No follé, pero bebí como un vikingo – su respuesta me hace sonreír.

- Cuéntame eso, por favor, – pido – vengo de casa de Alma.

- Joder tío... Es que no hay mucho que contar, en realidad.

- Me ha dicho que la salvaste.

- No diría tanto, pero ese día me dejó un colega en la esquina de la calle al volver de tomar unas cervezas y tuve que pasar andando por casa de Alma para ir a la mía. – Asiento y él continúa. – Justo en ese momento escuché ruidos, como voces. Yo no me meto en nada, tú lo sabes, pero me resultó raro y me acerqué a la ventana.

- ¿Lo viste todo?

- No, de hecho, no vi nada – aclara. – Pero cuando estuve más cerca sí oí un grito de Alma, la reconocí claramente, no sé qué decía, pero sabía que algo malo estaba pasando.

- Sí.

- Llamé a la puerta y tuve que insistir varias veces – prosigue. – El tipo me abrió sin dejarme ver el interior de la casa y Alma, por detrás de él, gritó para que entrase al reconocer mi voz.

- Joder – se me eriza todo el vello del cuerpo.

- Eché al tipo casi a hostias y empujones después de un encontronazo y me quedé con ella – Isaac me mira con ojos vidriosos. – Asier, estaba destrozada.

- Hijo de puta, – se me caen dos lágrimas incontrolables – quiero matarlo.

- Y yo, pero ella no lo va a permitir.

- Lo sé.

- Alma se duchó y se acostó. Yo me quedé en el sofá porque me pidió que no me fuera. A la mañana siguiente igual, se volvió a duchar y le preparé comida, intenté animarla... - Isaac niega con la cabeza – pero nada.

- Y por la noche pasó lo del restaurante.

- Exacto.

- No sé cómo no me he dado cuenta de que la cosa era tan grave.

- Nadie se puede imaginar esta historia, tío.

- ¿Por qué no me contaste nada?

- Porque ella me lo pidió y me prometió que te lo diría cuando estuviese lista. ¿Qué podía hacer?

- Te entiendo y te agradezco que la cuides tan bien – suspiro. – Perdona por haber dudado de ti.

- Ya está olvidado.

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