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ASIER.

Las navidades son muy deprimentes desde que mamá no está, y este año lo son aún más porque las cosas no han salido como yo pensaba con Alma. Ruth me mira mientras da un sorbo a su copa de vino.

- ¿Cómo va la cosa con Alma? – pregunta.

- Regular.

- Llevan dos días de viaje – asiento. - ¿Te merece la pena todo esto?

- La mayor parte del tiempo pienso que sí, pero hay veces que me gustaría que todo fuese distinto.

- Asier, si la quieres, todo merece la pena – interviene Victor.

- No sé si la quiero, llevamos muy poco tiempo juntos.

Papá saca el asado y cambiamos de tema. Ese era el plato que mamá preparaba todos los 24 de diciembre y seguimos haciéndolo en su memoria, a pesar de que casi ninguno tiene apetito. La echo mucho de menos, sobre todo en estas fechas. Mamá era una enamorada de las navidades. Decoraba la casa desde mitad de noviembre, compraba regalos de reyes y de Papá Noel, hacíamos maratones de películas con temática navideña y en casa siempre sonaban villancicos. Ella llenaba la casa de alegría e, incluso de adolescentes, Ruth y yo siempre estábamos con ella todo el tiempo posible.

Miro a mi hermana que cuchichea algo con su prometido y me arrepiento por lo mal que la hice sentir. Nunca tuvo culpa, pero necesitaba culpar a alguien de todo lo que había pasado. Recuerdo todo lo que pasó como si fuese ayer, no sé por qué tuvo que ser así. Por qué tuve que encontrarme yo aquella escena. Tenía escasos 22 años y lo vi todo. Recuerdo que salí de casa tarde porque no encontraba las llaves del coche de mi padre, tenía que hacer relevo con mamá en el hospital a las siete de la mañana, pero no llegaba a tiempo. Mi madre dejó sola a Ruth en la habitación y venía a casa a descansar cuando ocurrió todo. La maldita lluvia, las malditas ruedas del coche desgastadas... No fue culpa de nadie. Se le fue el coche y murió en el acto. Yo me encontré el accidente poco después de que ocurriera por la carretera. Los minutos después de ver su coche volcado los tengo borrosos, yo debería haber visto a mi madre en el hospital, y en vez de eso, vi su coche destrozado y un plástico dorado encima de ella. Había todo un despliegue de policías y sanitarios. Pero no consigo poner en pie como di la vuelta, salí del coche y llegué hasta ella. Mi madre. Por unos minutos no pude ver a mi madre, por las putas llaves perdidas mi madre murió. Por la operación de pecho de mi hermana mi madre murió. Porque mi padre trabajaba mi madre murió. No. Murió por un accidente. Los siguientes 3 o 4 años no fueron justos para mi familia. Era innecesario que yo pagara el pato con todo el mundo, con esa gente que sufría tanto como yo. Que no quería verme sufrir. Fue una época oscura para mí. Fiestas, alcohol, peleas en casa... La adolescencia rebelde que no pasé, estalló a mis veintipocos años por la muerte de mi madre. ¿Hubiera sido distinto si no me la hubiera encontrado yo? Posiblemente. Fue duro verlo. Aún tengo pesadillas con ese día, posiblemente las tendré siempre. Y estuve a punto de no ir al velatorio. Estaba tan medicado por el shock y con tantas crisis de ansiedad, que no era yo mismo. Pero me levanté de la cama y me despedí de la mujer más buena, amable, cariñosa y risueña que he visto nunca. La persona más especial del mundo. Esa que debería haber sido eterna.

Miro el asado que se enfría en mi plato y susurro: te quiero, mamá.

- ¡Tres días, chicos! – la voz de mi padre hace que aparte mis recuerdos.

- Sí, - digo – por fin.

- Ha sido un trabajo duro.

- Muy duro. Pero estoy ilusionado, el restaurante por fin va a ser como debería. Un sitio precioso que le hace justicia a sus platos – conviene Ruth.

- Exacto, hermanita – y alzo la copa para brindar con ella. Papá y Victor se unen.

Uno de mis mejores amigos y la chica de la que empiezo a enamorarme no estarán en el día más importante de mi vida hasta ahora, y eso me pesa enormemente. Los echaré de menos.

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