Claro que confío en él. No tiene nada que ver en este asunto. Es cosa mía y solo mía, está superándome y no es justo para él. Me trata bien, me apoya y espera a que yo esté lista, pero sigue sin ser lo ideal. No puedo arrastrarlo a mi pozo. De este pozo tengo que salir sola.
- Alma, respóndeme, por favor – suplica.
- ¡Joder! ¿Cómo se ha ido todo tan a la mierda?
- No sé de qué hablas, creía que estábamos bien.
- Eres una de las pocas cosas que están bien en mi vida, Asier. – Su mirada es muy profunda, tengo que medir las palabras. – El problema soy yo
- Tú no eres el problema de nada, seguro que podemos arreglar lo que sea que te pasa. Yo estoy aquí para ayudarte – niego con la cabeza.
- Sí, Asier, ha sido todo culpa mía – las lágrimas amenazan con salir descontroladas de mis ojos, que escuecen por el esfuerzo de reprimirlas.
- Venga, suéltalo. Todo tiene arreglo.
- Está bien.
Tardo lo que parecen minutos en recomponer la historia en mi cabeza desde el principio para poder explicarlo lo mejor posible. Asier me mira de la forma más dulce que nadie me ha mirado jamás y me acaricia la mano. Estamos sentados en el sofá, uno frente al otro y puedo ver ese atisbo de preocupación constante en su rostro. Su hermoso rostro. Ese que me va a mirar con desprecio en cuanto le diga todo lo que ha ocurrido. ¡Mierda! – pienso. No quiero estropearlo más de lo que está. No quiero perderlo. Tengo miedo.
- ¿Recuerdas que Héctor se presentó en mi casa e intentó verme? – asiente. – Pues lo consiguió. Y mucho.
- ¿Cómo?
- El día antes de que llegaras de Bilbao, me abordó en la puerta de mi casa con un trato: si después de cenar con él seguía sin querer saber nada, me dejaría en paz por fin. Me lo creí – lloro sin poder evitarlo.
- Eh, eh, no llores, ¿qué ha hecho ese hijo de puta? – me seca la cara con sus dedos y me acaricia.
- Accedí a cenar con él, aun sabiendo que no era buena idea. Yo llevaba días mal por todos los recuerdos que él había traído consigo y tenerlo cerca era desgarrador, aún así no era lo peor que me esperaba.
- ¿Qué coño te ha hecho, Alma? – está enfadado.
- Después de cenar... me... - se me quiebra la voz – se acercó más de la cuenta y yo le dije que no. – Más lágrimas – Pero no paró y cuando intenté escapar... - sollozo cada vez más fuerte – en la pared.
- ¡Hijo de puta! – sus ojos también se llenan de lágrimas y se lleva las manos a la cara.
- Lo siento, Asier. Fue una estupidez, – no dice nada – me hizo daño y yo te lo estoy haciendo a ti. Si no llega a ser por Isaac...
- ¿Isaac?
- Dio la casualidad de que me escuchó gritar cuando pasaba por la calle y llamó a la puerta.
- Joder.
- Diría que me salvó la vida – admito entre lágrimas.
Asier se levanta y comienza a pasear por el salón dando grandes zancadas, está furioso. Es la primera vez que lo veo así. No es Asier. Es una versión muy cabreada de si mismo. No habla, yo tampoco lo hago. Mientras él lucha en su cabeza procesando lo que le acabo de contar, yo peleo con mis lágrimas para que dejen de salir. Cojo el móvil, lo enciendo y me dispongo a anotar mis sentimientos en la lista para la siguiente sesión con la psicóloga. Asier me mira y vuelve a agachar la cabeza. No sé cuánto tiempo estamos sin hablar, no sé ni qué hora es.
- ¿Llegó a... - interrumpe su propia pregunta.
- Sí.
- ¿De verdad, Alma? ¿Cómo no me has dicho nada? Podría haberlo matado – su mirada está llena de rabia. - De hecho, voy a buscarlo.
- No, no vas hacer nada de eso, Asier.
- ¿Por qué no? ¿Has denunciado? – está entrando en cólera.
- No. Ha sido culpa mía, ya está. Prefiero olvidarlo.
- ¿CULPA TUYA? ¿OLVIDARLO? – grita más para él que para mí - ¡Te ha violado!
Un nudo se apodera por completo de mi garganta y me deja sin voz. Sus palabras me rompen de nuevo y las lágrimas que había casi controlado salen a borbotones, no puedo pararlas. Se me encoge el pecho y sollozo, estoy demasiado rota. Asier se ha enfadado conmigo, ya lo he estropeado todo una vez más. ¿Por qué siempre hago lo mismo? Me doy mucho asco. Mucho. Por todo, por dejar a Héctor entrar en mi vida de nuevo, por hacerle esto a Asier, por todo.
- ¿Dónde vive?
- No lo sé.
- ¿Cómo no lo vas a saber?
- Nunca me lo dijo.
- Alma, estuviste saliendo mucho tiempo con él.
- De verdad que no lo sé. Nunca me lo contó. Él no daba detalles de su vida. – Intento explicarle – Nuestra relación se basaba en que él estaba conmigo y con mi grupo, nunca me presentó amigos, ni familia, ni su casa... Nada.
- ¿Cómo es posible?
- No lo sé. Estaba enamorada, no miré eso. Ahora lo pienso y es muy raro, pero en su momento consiguió que no importara nada. Me tenía totalmente atrapada en sus mentiras.
- Joder, quiero partirle la cara ahora mismo.
- Me lo imagino, pero no es posible.
- Claro que es posible.
- Asier, por favor.
- ¿Sabes sus apellidos? – pregunta de repente – Voy a buscarlo y a denunciarlo.
- Por favor, para – susurro cabizbaja.
- Alma...
- No – digo rotundamente. – Te pido por favor que pares. Te lo he contado porque debías saber lo que he hecho. Si quieres dejar de verme, lo respetaré, pero no voy a consentir que te metas en mis líos.
- ¿Qué te deje? ¿Y por qué te voy a dejar? Solo estoy enfadado con él, y un poco dolido porque no hayas confiado en mí.
- Sí confío en ti, pero me daba miedo – confieso.
- ¿Miedo de mí? – pregunta atónito.
- No, – niego – miedo de lo que he hecho, de hacerte daño y fallarte.
- Eso son estupideces, Alma, – intenta serenarse – entiendo por qué lo hiciste, entiendo que intentaras cerrar ese capítulo de tu vida dejando que se explicara y que intentaras ver si había algo bueno en él. Quien te violó y te forzó fue Héctor, y ahí no tienes nada de culpa.
- Lo vi venir, no sé cómo explicarlo, no me esperaba ese final... Pero algo raro había. Hacía cosas raras. Me mandó fotos mías hechas a escondidas, me siguió desde la discoteca, averiguó dónde vivía y me insistió hasta que lo deje entrar. – Me siento tan estúpida. – Lo dejé pasar aun teniendo delante todas las señales que me decían que me alejara de él. Aun así, lo permití – y sin poder controlarlo, rompo a llorar de nuevo. – Lo siento, Asier.
Asier se acerca a mi e intenta abrazarme, no se lo permito y se queda a una distancia prudencial, con el dolor claramente reflejado en su cara. Los ojos vidriosos, la expresión triste... Es todo culpa mía.
- Creo que necesito estar sola – consigo decir entrecortadamente.
- No quiero dejarte sola, Alma, estoy preocupado.
No digo nada, pero lo miro suplicante. Pidiendo en silencio que me deje con mi duelo y mis pensamientos.
- Está bien – dice al fin. – Te llamaré más tarde, si necesitas algo, avísame.
- Gracias – y silenciosamente se marcha.
ESTÁS LEYENDO
ALGO
RomanceCORREGIDA, MODIFICADA, MAQUETADA Y PUBLICADA EN AMAZON https://www.amazon.es/dp/B09TMYW8NM/ref=cm_sw_r_apan_glt_i_CTV3ZFGJTXTQKQBAB5T6