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ASIER.

He dormido fenomenal, la cita con Alma salió perfectamente. Me ha encantado estar con ella y, ha superado mis expectativas en todos los aspectos. Su olor, su sabor, su cuerpo... Todo es perfecto. Cada día me gusta más, pero me voy. Ya es oficial: lo nuestro puede tener fecha de caducidad.

Alma actuó como si no pasara nada, cosa que le agradezco, pero realmente no consigo saber si está todo bien o si está tan preocupada como yo. Acabamos de empezar y tenemos escasos dos meses para saber si lo nuestro sigue adelante o no. Es complicado, seis meses no es mucho. Yo quiero avanzar, pero no sé qué quiere ella. No sé qué piensa.

- Asier, no tardes – interrumpe mi padre todos mis pensamientos.

- ¿Cómo? ¿Qué?

- Las cajas, hijo. No tardes en descargarlas.

- Ah, sí. Perdona, estaba distraído.

- Ya veo – responde serio – ayer llegaste tarde.

- ¿Te desperté?

- No duermo demasiado bien últimamente.

- Ya, se acerca de día... - cierro la boca al ver la expresión de mi padre.

- Tu hermana viene a comer, ¿cocinas tú?

- Claro, claro.

Los domingos también se trabajan cuando la apertura está tan cerca. Ya tenemos fecha y sigo peleando con papá por el menú, la ambientación, la decoración y, sobre todo, por mi puesto en este restaurante. Termino de descargarlo todo y mientras esperamos a Ruth decido qué cocinar. Tenemos bastantes cosas en la cocina, pero no consigo elegir. Quiero el plato perfecto, hoy voy a proponerle a mi padre oficialmente llevar el restaurante a medias. Y la carta definitiva en la que llevo meses trabajando.

Hago una llamada rápida, necesito salir de dudas en cuanto a un par de platos. La persona que mejor me puede ayudar es Irati, mi amiga es una crack con la cocina tradicional y manejando el pescado.

- ¡Aupa, Asier! – saluda.

- Irati, qué de tiempo. ¿Cómo estás?

- Bien, bien. Con mucho trabajo. ¿Y tú?

- ¿Sigues en aquel pub?

- Sí, es odioso, pero tengo que trabajar... ya sabes.

- Claro que lo sé. Es una mierda. Yo creía que te podrías quedar a currar después del cursillo en Cantabria.

- Y me iba a quedar, pero la puta pandemia se cargó mi oportunidad. ¿Sigues liado con lo de tu padre?

- Sí, sí. Aquí sigo. Voy a hacer la propuesta definitiva hoy y necesitaba tu ayuda.

- Claro que sí, dime.

- Necesito que me aconsejes. Voy a meter en la carta un plato de pescado y tú eres la mejor en esto.

- Ja, ja, ja. Qué exagerado.

- Claro, doña modestias. Te cuento. Estoy pensando hacer un plato tipo guiso, pero con un toque moderno. Qué te parece mejor, ¿marmitako o un suquet? – tiene similitudes, pero grandes diferencias.

- Asier, a mí me tira la tierra, ya lo sabes. Yo me quedo indudablemente con el marmitako – asegura rotundamente mi amiga.

- Me lo suponía.

- ¿Y por qué no haces un plato típico del sur?

- Irati porque esto siempre ha sido un bar de tapas típicas de aquí. Con la nueva carta, nombre y demás, la intención es cambiarlo todo. Quiero que se vea todo lo que he luchado y trabajado para llegar aquí. Quiero quedarme con el restaurante y que todo el mundo lo conozca.

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