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Los días transcurren iguales unos a otros. Intercambio mensajes con Asier, tengo algunas y escuetas llamadas con él, hablo con amigos, Isaac me llama a diario y las horas de trabajo son monótonas y aburridas. Al menos me sirven para tener la mente ocupada. Por fin llega el día de terapia. He quedado para comer con mi hermana y mi padre después de la sesión. Ellos aún no saben que estoy yendo otra vez al psicólogo y, aunque pienso decírselo, no quiero contarles nada de lo que ha pasado. Creo que es innecesario meter a la familia en esto.

La doctora Pedraza escucha pacientemente cuando le explico todas las anotaciones que tengo en la lista que me mandó hacer. También me recreo en la conversación con Asier y en cómo me sentí al respecto. Al cabo de un rato, me doy cuenta de que a penas he hablado de Héctor y no he parado de hablar de Asier y de lo injusto que es esto para él. En esta sesión lloro mucho menos que en la primera, pero no puedo evitar hacerlo cuando admito que no sé cómo manejar la situación.

Esta vez, la doctora me ha mandado otras tareas: tengo que buscarme algo que me haga ilusión hacer, algo por mí misma, que me haga sentir bien. Me parece complicado en estos momentos, pero creo que lo haré. La próxima sesión no puede ser la semana que viene, porque ya es la semana de Navidad, por lo que tenemos que dejarla para la siguiente. ¡Dos semanas sin terapia es mucho! – pienso. Pero no le digo nada. Por muy psicóloga que sea, también tiene familia y ganas de celebrar las fiestas con ellos.

- ¡Hola! – dice mi padre cuando entro en el restaurante dónde hemos quedado.

- Hola, papá. ¿Y Noa?

- En el baño, acabamos de llegar.

Noa ha elegido un restaurante italiano que nos encanta a las dos y, aunque sigo con poco apetito, me apetece mucho comer aquí. Una vez estamos todos sentados a la mesa, llega el camarero y pedimos los platos. Me he decantado por el risotto de setas para compartir con Noa y una ensalada caprese. Les he contado lo de la terapia y ambos coinciden en que siempre es buena idea asistir de la misma forma que vamos al médico.

Hemos quedado aquí para despedirme de mi padre, que se va a Alemania a pasar las navidades con sus dos hermanos, que viven allí. Desde que mis abuelos no están, él siempre va. Yo he ido algunos años, pero por trabajo no he podido.

- Al final me voy el día 24 por la mañana – anuncia mi padre.

- ¿Tú vas, Noa? – pregunto.

- Sí, pero me vuelvo para nochevieja.

- Yo quiero ir en verano, a ver si es posible.

- Podrías pedirte algunos días en el trabajo para venir con nosotros, hija.

- No sé, papá – realmente no me apetece mucho estar allí con la familia, rodeada de primos alemanes adolescentes.

- Bueno, tú sabrás. Yo este año me quedo hasta el día cinco, he conseguido que me den todas las vacaciones.

- Pues genial, seguro que los titos se alegran de tenerte por allí tantos días.

- Sí, voy a estar la mitad con cada uno – comenta. – Primero voy a Berlín con Javier y luego me traslado en tren hasta la ciudad de Óscar, que nunca recuerdo cómo se llama.

- Pero viven cerca. ¿Por qué no te lleva el tío Javier hasta casa de Óscar?

- ¡Yo qué sé! Ya sabes que tu tío Javier y, sobre todo su mujer, son muy raritos.

- Eso sí que es verdad – admite Noa. – A Kerstin no la trago, la verdad. Sin embargo, tío Óscar y Otis me parecen de lo más cuqui.

- ¿Te da tiempo de verlos? – le pregunto a mi hermana.

- Sí, porque nos trasladamos a su casa el día 27.

- Por lo visto, la madre de Kerstin llega ese día y necesitan la habitación de invitados – ironiza mi padre. – No vaya a ser que mezclarse con nosotros le pegue algo español. Ni la Merkel es tan estirada como esa señora.

- ¿Cómo se llamaba? – quiere saber Noa divertida.

- Anne no sé qué – digo.

- El segundo nombre es imposible de pronunciar – determina mi padre y los tres nos reímos a carcajadas.

He conseguido comer como una persona normal, no he dejado nada en el plato y la conversación ha sido muy divertida. Con el estómago más lleno que en las últimas dos semanas me encamino a mi casa para echar la tarde trabajando. No me apetece nada, pero hoy tenemos reunión de equipo y siempre se hace más ameno cuando paramos para hacer la videollamada grupal. Con lo torpe que es mi jefe con la aplicación, seguramente perderemos mínimo una hora conectándonos. ¡Cualquiera diría que dirige una empresa de centrales de conexión!

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