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Ni un minuto más, ni un minuto menos. Justo a las diez de la noche, cuando estoy apagando el ordenador, vuelve a sonar el timbre. Sé quién es. No me hace falta abrir para saber que Héctor está tras la puerta. Ha sido una tarde horrible, no he dejado de pensar en todo lo que ha pasado desde que se presentó en mi casa. Me demoro un rato en abrir, dudando si hacerlo o no. Él sigue insistiendo. Vuelve a sonar el timbre al menos cuatro veces más hasta que, preparada con el perro para salir, abro la puerta.

- ¿Nos vamos a cenar?

- No. Voy a sacar a mi perro – respondo secamente pasando a su lado.

- Mejor déjalo en casa y salimos nosotros solos.

- No. Me voy.

Sigo caminando, intentando ignorar todos mis sentidos. Me dicen que me vuelva hacia él y le pida explicaciones. No. Sigo andando en dirección a la plaza por dónde saco a Pongo cuando ya es de noche. He cogido una lata de Coca-Cola zero fría que había en mi nevera y el paquete de cigarrillos que me compré esta tarde en uno de los descansos del trabajo. Hacía años que no fumaba, pero esta ansiedad que me invade tengo que combatirla de alguna manera.

Héctor me sigue, un par de pasos por detrás de mí, intentando que pare de andar y hable con él. Sigo ignorándolo cuando llego a la plaza y suelto al perro para que olisquee y corretee por aquí.

- ¿No vas hablar conmigo?

- Yo me voy a quedar aquí, Héctor. Con mi refresco. En este banco tan cómodo mientras mi perro hace sus cosas – lo miro con odio. – Tú haz lo que quieras.

- Vale. Pues me quedo contigo. Necesito que hablemos, Alma.

- Y yo no quiero hablar.

- Pues me vas a escuchar – y así empieza su monólogo. – Alma, yo te quiero. Me di cuenta de lo mal que lo había hecho en cuanto te vi. Te he echado de menos cada día desde que nos separamos. Yo me fui porque me asusté, no era el momento de tener hijos, yo estaba mal y no podía. Pero te quiero, de verdad que no he dejado de pensar en ti ni un solo día. Nos lo pasábamos muy bien, estábamos bien, nos hemos querido mucho.

- Yo te he querido mucho, tú solo has jugado conmigo – puntualizo.

- No, nena – me da asco que me diga nena. – Eso no es así. Además, he cambiado. Soy mejor persona y quiero demostrarlo.

- No necesito demostraciones. Ya es tarde.

- No es tarde. Alma, tú me necesitas y yo a ti.

- ¿QUE TE NECESITO? YO NO NECESITO A NADIE, GILIPOLLAS – le grito. Me da igual que todo el vecindario se entere.

- No me grites, no es necesario.

- Me importa una mierda lo que tú consideres necesario. Me hundiste la vida, Héctor. Lo que no entiendes es que estoy mejor sin ti. Sólo me arrepiento de una cosa: haber abortado. Es lo único que me pesa.

- No nena, esa fue una buena decisión. Tú sabes que tampoco era nuestro momento. Pero vamos a tener hijos, todos los que quieras. Vamos a estar toda la vida juntos – Héctor intenta acercarse y me toca el brazo. Yo me pongo a la defensiva y mi perro se da cuenta. Se acerca a nosotros y se interpone automáticamente entre Héctor y yo.

Gracias, amigo – vuelvo a pensar. De nuevo, mi perro me saca de una situación en la que yo misma no tengo control de mis actos. Estoy temblando, necesito un cigarro.

- ¿Fumas?

- Sí, ¿por? – lo desafío.

- Nada. No me gusta, tienes que dejarlo.

- Tú eres el que tiene que dejarme en paz.

- No, amor. Yo lo digo por tu bien.

- Amor... - tengo el estómago cada vez más revuelto y la ansiedad crece.

- ¿Recuerdas cuando nos fuimos ese fin de semana a la costa? Lo bien que lo pasamos. Fue en Cádiz, en el hotel que tenía buffet libre - ¿intenta ablandarme con recuerdos?

- Sí, recuerdo lo bien que lo pasamos hasta que tuvimos una pelea enorme porque yo quería hacer topless y tú no me dejabas.

- Claro amor, hay cosas que solo puedo ver yo.

- Siento decirte que mucha más gente ha visto lo mismo que tú – noto como la rabia se apodera de él.

- Pero a partir de ahora solo seré yo – se controla.

- ¡JA! Eso no va a pasar, Héctor.

- Estás enamorada de mí. Sólo necesito demostrarte que soy tu alma gemela.

- ¿Esas mierdas las has sacado de alguna película romántica? Porque puedes ahorrártelas. Yo estoy mejor sin ti.

- No, no lo estás. Estamos bien juntos.

- Vete a la mierda, Héctor. Y olvídame.

Me levanto y llamo a Pongo que había vuelto a perderse por las zonas de césped olisqueando algo. Me voy a casa. Héctor intenta detenerme cogiéndome del brazo, pero me suelta al segundo cuando mi perro gruñe. No sé cómo se da cuenta de lo que está pasando, pero agradezco tenerlo aquí.

Voy a paso ligero para que Héctor no me siga, sé que igualmente lo hace, pero entro en casa a toda prisa y le cierro la puerta en las narices. Insiste llamando al timbre y unos minutos después se da por vencido. Ya se ha ido y yo me derrumbo. ¿Qué coño está pasando? – me pregunto. Estoy agobiada, tengo ansiedad, tiemblo y lloro desconsolada. Héctor. Lo desafío constantemente, pero en realidad me apetece besarlo. No, me apetece besar al Héctor del que me enamoré. Ese que era perfecto a mis ojos, antes de que se volviera un hijo de puta desalmado.

Admito que en nuestra relación hubo maltrato psicológico, me costó mucho trabajo ser consciente de ello, pero lo hubo. Nunca me puso una mano encima, eso sí es verdad. Lo que hizo fue casi peor, porque no me di cuenta a tiempo. Me anuló completamente como persona, me hizo a sus antojos. Moldeó una Alma que él quería tener al lado y lo consiguió. Llevo mucho tiempo intentando reencontrarme, volver a ser yo, pero no es fácil. Cuando dejé la terapia meses atrás, parecía que lo había conseguido. Parece ser que no. En cuanto él anda cerca, vuelvo a ser <<su Alma>>, o una versión de ella. Por mucho que esté a la defensiva y me haga la dura, sé que él me conoce tan bien como para manejar eso en su propio beneficio.

Otro día que me acuesto sin cenar y tengo miedo de dormir. No tengo mensajes de Héctor cuando me meto en la cama. Menos mal. Lo que sí veo es una foto que me ha mandado Asier en el apartamento con Callum e Irune. Salen los tres sonriendo y en el pie de foto dice: la familia casi completa. Te echo de menos.

Se me parte un poco el corazón. No he pensado mucho en él en todo el día, apenas hemos hablado por culpa de Héctor y mis preocupaciones. Estoy bastante agobiada. Le respondo rápidamente y le digo que yo también tengo ganas de verlo de nuevo. No sé si es verdad lo que pongo. Solo sé que es un buen chico, que me pone el corazón contento cuando lo tengo cerca y me transmite paz. Es lo más parecido a la felicidad que he experimentado en mucho tiempo. Asier es bueno para mí, Héctor es el puto diablo hecho hombre. Necesito deshacerme de él. Como sea. 

ALGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora