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El viaje hasta Bruselas ha sido igual de bueno que el anterior, en el tren no se nota absolutamente nada y puedo dormir como un bebé. Ahora nos quedan días de muchas visitas porque vamos a ver 4 cuidades. En cuanto nos bajamos del tren nocturno, vamos casi corriendo a hacer un cambio en la misma estación. No nos paramos en Bruselas, lo haremos a la vuelta. Nos dirigimos a Gante.

- Joder, este tren es una mierda en comparación – le digo a Isaac cuando noto la estructura del asiento clavándose en mi culo.

- Sí, no es demasiado cómodo, pero sólo son cuatro horas de camino.

- ¡Cuatro horas y sin comer nada!

- ¿No quedan patatas o alguna cosa así? – niego con la cabeza.

- ¿Conoces Gante?

- No, es la primera vez que piso Bélgica, pero dicen que es precioso.

- Sí, eso he oído.

Desde luego, el paisaje que vemos por la ventana es una auténtica maravilla. Tenemos la suerte de que el día ha amanecido despejado, no sé qué frío hace porque no hemos salido de la estación, pero cuando paramos en algunos pueblecitos la gente que sube va bien abrigada. Sólo a nosotros se nos ocurre hacer un viaje por Centroeuropa en pleno invierno. Las zonas verdes, las montañas nevadas y las pequeñas cuidades nos acompañan todo el camino, junto con una voz que no se entiende nada que habla por el altavoz en francés e inglés.

El tren ha parado en, al menos, diez sitios distintos, pero llegamos a Gante a la hora prevista y por fin ponemos los pies en la tierra.

- Lo primero es dejar las maletas, ¿cómo se llamaba el hotel?

- De hotel nada, esta vez vamos a un albergue y creo que sin habitación privada.

- Vale, dime el nombre y lo busco en el mapa.

- 26 minutos andando o 10 en bus – lee Isaac en mi teléfono. – Creo que está claro.

Vamos a las paradas de autobús que hay en la puerta de la estación de metro y esperamos al que tiene un cartel verde con el número 67, como dice Google. No hay demasiado tráfico por lo que en pocos minutos llegamos a la puerta del albergue.

- ¡Allá vamos!

- Espero que no esté muy mal – susurro mirando al cielo, como si alguien me fuese a escuchar.

La cosa ha cambiado exponencialmente en un solo día. En Nantes teníamos nuestra pensión con habitación propia y en Gante compartimos con seis personas. Nos ha tocado la última litera, pegada a la pared del fondo de la habitación. Realmente no está mal. Es un albergue juvenil y, aunque no vemos a nuestros compañeros de habitación, sabemos que todas las camas están ocupadas. Bajo la litera inferior hay unos cajones enormes con candado para guardar nuestras cosas. Nos cambiamos de ropa y salimos a conocer la ciudad.

- ¿Lo de mañana también es Albergue?

- Creo que no, luego lo miramos bien.

- Ojalá ninguno ronque – suplico e Isaac se ríe.

Casi no me ha dado tiempo de poner un pie en la cuidad y ya estoy enamorada. Absolutamente enamorada. Las callecitas estrechas que dan a la zona del canal, dónde el río recorre la cuidad y una hilera de edificios lo preside. ¡Esto parece de película! – pienso. Nos paramos en un restaurante, son casi la 1 de la tarde, hora de almorzar en Bélgica y allá que vamos. Ambos pedimos Gentse Waterzooi que es una especie de estofado de pescado típico de aquí. Necesitamos comida caliente, hace un frío que pela. Miro el móvil y estamos a -2 grados. No hay nieve, pero esta sensación térmica debe parecerse a la del Polo Norte. Menos mal que todo está aclimatado y dentro del restaurante puedo quitarme el abrigo y todos los complementos que llevo para no pasar frío.

Sonrientes y con el estómago lleno, nos dirigimos a hacer un poco de turismo. Lo primero que vemos es el barrio de Patershol. Una serie de edificaciones de estilo medieval a ambos lados del río. Es un lugar mágico, con un encanto especial.

- Alma, hay un museo un poquito más adelante – dice Isaac mirando su teléfono. - ¿Entramos?

- Claro, quiero verlo todo.

El museo no es más que una casa flamenca del siglo XX con todos sus detalles. Muebles de la época, decoración recargada y una cantidad enorme de cachivaches dispuestos por todos sitios. Desde carritos de bebés, hasta una televisión antigua. No es gran cosa, pero te da una idea de cómo vivían. Lo mejor es el exterior. Una hilera de casas, todas iguales, que parecen sacadas de una maqueta. En el centro una pequeña plaza con bancos. ¡Qué bonito es Gante!

Con los pies destrozados y muertos de frío, nos vamos al albergue cuando empieza a oscurecer. Necesito una ducha con urgencia. Espero que, aunque sea común, haya suficiente agua caliente para poder entrar en calor.

En la habitación hay dos personas más, que acaban de llegar como nosotros. Saludamos y tenemos la suerte de dar con un chico español llamado Marcos.

- ¡Qué alegría! – digo entusiasmada. - ¿De dónde eres?

- Soy de Madrid, – comenta – capital.

- Nosotros de Sevilla – explica Isaac.

- Ella es belga, se llama Dominique – presenta a la chica rubia que está a su lado.

- ¿Viajáis juntos?

- Sí, somos pareja. Vivimos en Bruselas, pero hemos decidido hacer una escapada de varios días aprovechando las vacaciones de Navidad. ¿Y vosotros?

- Estamos de interrail y no somos pareja.

- Perdonad, me voy a duchar que necesito entrar en calor.

- ¿Qué vais a hacer luego? – pregunta el chico.

- Pensábamos quedarnos aquí.

- De eso nada, esto es muy aburrido. ¿Queréis venir a cenar y a un pub? – propone. – He oído que tiene buen ambiente.

Isaac y yo nos miramos, estamos agotados, pero no tardamos ni dos segundos en decidirnos.

- ¡Nos apuntamos! – respondo. – Voy a la ducha, no lo digo más.

Ha sido una suerte encontrarnos con un chico español, no sé por qué siempre hace tanta ilusión conocer a españoles fuera de España. Es una chorrada, pero es genial. Puedes hablar tu idioma e intercambiar experiencias. Dominique no ha hablado, espero que durante la noche se suelte un poquito más.

De vuelta al cuarto ya estoy limpia y vestida: vaqueros negros, jersey de cuello vuelto negro y abrigo gris. Como vamos a salir me he puesto mis botas de tacón grueso, para que parezca que estoy arreglada. Dominique aparece con un vestidito que casi no le tapa nada y unas medias gruesas. ¡Está loca! – pienso - ¡Con el frío que hace! Me maquillo un poco y aparecen los chicos. Isaac y yo parece que vamos a cantar, lleva la misma combinación de colores que yo, mientras que Marcos está vestido entero de marrón oscuro.

Son la noche y el día físicamente. Isaac es alto, rubio y con unos ojos que dejan alucinado a cualquiera. Tiene una belleza fría impresionante. Facciones rectas, labios rosados y carnosos, dientes alineados... Por el contrario, Marcos es bajo y corpulento, medirá poco más que yo. Lleva el pelo largo por los hombros cogido en un moñito, barba cerrada y orejas de soplillo. No es precisamente un pivonazo. Podría decir que desentona mucho con su chica que es muy europea. Delgadísima, igual de alta que él, melena rubio cenizo, ojos azules y piel clara. Sin curvas, sin nada exuberante, pero muy bonita. Casi parece una niña, y según nos ha dicho, ambos rondan los 30.

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