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- Esta cuidad es preciosa – le digo a Isaac cuando llego a la plaza donde me está esperando.

- Pues aún no has visto nada – comenta, - Eric me estuvo mandando fotos y es espectacular.

- ¡Quiero verlo todo!

- ¿Cómo ha ido la consulta?

- Muy bien – sonrío y me devuelve la sonrisa.

- Saca una de tus guías de Google y vamos a hacer turismo para bajar todo ese desayuno.

- Sí, por Dios – suspiro. – Sigo llena.

- Yo también y he comido la mitad que tú – se burla.

- A ver, según mis fuentes – me hago la interesante mirando el móvil, - tenemos que ir al puente Adolfo.

- Pues vamos, ¿pones tú el mapa?

- No me fio de la batería.

- Lo pongo yo.

Estábamos más cerca del puente de lo que nos pensábamos. En menos de 15 minutos llegamos y yo me quedo maravillada. Desde donde estamos se ven muchos jardines y parques alrededor del puente. Tanto en una parte como en la otra. Lo que en primavera debe ser una explosión de vegetación, ahora es poco más que una capa de césped escarchado por el frío. En medio, un río corta la cuidad en dos. Cruzamos el puente y desembocamos en la Plaza de la Constitución, que tiene en medio un obelisco enorme. Una placa debajo de éste, explica que está construido en conmemoración a los caídos de la primera guerra mundial. Es precioso. Con una escultura dorada coronándolo. Un poco más adelante, según mi guía de Google y el mapa de Isaac, llegamos a la Catedral de Notre Dame. Se llama igual que la de París, pero poco tiene que ver con esa.

- Construida en el siglo XVII por los jesuitas – leo en voz alta.

- ¿Entramos?

- ¡Claro!

- Pues es preciosa – dice Isaac en voz baja para que solo yo lo escuche.

- Sí – coincido. – Me encantan las vidrieras y el altar – él asiente.

Un ratito después, salimos de nuevo al maldito frío de Luxemburgo comentando cuánto nos ha gustado la catedral. He hecho fotos del interior para tener el recuerdo.

- Vale, ahora vamos a llegar al Palacio Ducal que es donde viven los duques de Luxemburgo – arrugo la nariz porque no entiendo si es que hay gente viviendo dentro, o es algo oficial pero esos señores viven en otro sitio.

- ¿Pero están ahí? – pregunta Isaac leyéndome la mente.

- Pues no lo sé, eso es todo lo que pone.

- Creo que hemos llegado – interviene pocos minutos después.

- Sí, es ese. Joder, si viven ahí, se perderán por los pasillos.

- No me gustaría nada tener que vivir en un sitio tan... ¿frío?

- ¿Frío?

- Sí, tía, que no es cogedor... No es como una casa con sus habitaciones y todo junto.

- Ah vale, sí, te entiendo.

- ¿Te imaginas viviendo ahí?

- Hombre... Me imagino con dinero, pero no en un palacio.

- Es que no me hubiera gustado nada tener la habitación a dos kilómetros de la de mi hermano, por ejemplo. O tener que andar veinte minutos para llegar al comedor.

- ¡Qué exagerado! – me carcajeo de su comentario.

- Coño, es verdad. Como para tener una urgencia, sabes...

- Sí, es que los monarcas lo pasan fatal cuando tienen cagalera – Isaac se ríe.

- Joder, pues sí. Imagínate que estás en tu cuarto y te llama tu madre para que bajes corriendo al salón. ¿Tardas media hora? – pregunta. – A mí, mi madre me hubiera dado una colleja por tardar tanto.

Seguimos un rato más riéndonos de cómo sería nuestra vida si fuésemos duques, cosa que no nos imaginamos ni por asomo. Desembocamos en otra plaza y nos encontramos un mercado navideño. Se me ilumina la cara al ver todos esos puestecitos de comida y ¡una pista de patinaje sobre hielo!

- Isaaaaac – digo con los ojos muy abiertos.

- No – responde secamente.

- Aún no he dicho nada.

- Pero te estoy viendo las intenciones.

- Poooooorfiiiii – suplico.

- No.

- Que sí – y lo agarro del brazo para ir a la pista de patinaje.

- Alma, no voy a pasar el resto del viaje con una pierna rota.

- ¡Anda ya!

- Soy muy torpe para esto, lo mío es el futbol.

- Yo no sé patinar, pero me hace ilusión.

- No, de verdad.

- ¿Te invito a un chocolate caliente y te lo piensas? – le pongo ojitos.

- Acepto el chocolate, pero no hay nada que pensar – dice tajante. – Patina tú y yo te hago fotos cuando te caigas.

- Empecemos por el chocolate, ahora pensaré como meterte ahí – digo entre dientes mientras tiro de él.

ALGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora