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El vuelo sale a las 7:45 de la mañana. Es criminal levantarse a las cinco para ir al aeropuerto. Asier se ha ofrecido a llevarnos, no puede ser más bueno. Espero que todo se arregle, porque con cosas así, hasta me apetece comérmelo a besos. Ojalá no se me revolviera el estómago cada vez que pienso en algo más que un sutil piquito en los labios.

Han sido dos días de preparativos, por lo que no he tenido tiempo de pensar en Héctor, lo que, para mí, es un a alegría. He arreglado el tema de la terapia online, me he despedido de mi madre, fui a ver a mis abuelos y, después de una reunión de dos horas, conseguí cuadrar todos los días con mi jefe. ¡Me debían días por las horas extra que echo algunas veces! No me puedo creer que todo haya salido tan rodado. Es casi impensable que a mi me salga bien algo, supongo que después de lo que he vivido, el karma me debe una o dos.

- ¡No viajo más contigo! – le digo a Isaac dándole un manotazo al montarme en el coche.

- ¿Por qué?

- ¿Has visto qué hora es? – Asier se ríe desde el asiento del conductor.

- Hola, guapo – y le planto un casto besito en los labios.

- Hola – musita sorprendido. - ¿Lo tenéis todo? ¿Quién se encarga del gato? – me pregunta Asier.

- Mara tiene llaves de mi casa desde el principio, así que vendrá cada dos o tres días a poner agua y comida.

- Genial – interviene Isaac.

- ¡Pues vamos! – apremio.

Estoy emocionada. Cagada de miedo, pero emocionada. Me encanta viajar, pero siempre me pongo supernerviosa el día antes. Nervios nivel diarrea, como dice Noa. Pues así estoy mientras vamos en silencio por una carretera desierta que nos lleva al aeropuerto de Sevilla.

- ¿Isaac, tú también llevas dos maletas? – pregunto.

- Sí, un trolley y la mochila grande.

- Vale. Creo que tenemos que dejarlas en bodega.

- Sí, viene incluido en el precio, mira – me enseña el documento en el móvil.

- Muy bien.

Dejamos las maletas y cuando nos dirigimos al control de seguridad que separa la sala de espera del aeropuerto y las puertas de embarque, todo se vuelve un poco más dramático.

- Ten mucho cuidado, por favor – me dice Asier con un hilo de voz.

- Claro que sí, lo tendré.

- Y llámame – me pide.

- Voy a estar en Europa, tú me puedes llamar cuántas veces quieras – le digo con una sonrisa.

- Prefiero darte el espacio que pides.

- Los kilómetros serán suficientes, podemos hablar, Asier – respondo un poco emocionada.

- Vale – se dirige a su amigo. - ¡Cuídamela, cabrón!

- Te prometo que vendrá sin rasguños.

- No prometas eso – intervengo y los tres nos reímos.

Asier y yo nos damos un beso en los labios y un abrazo, al oído me promete que me esperará, que todo irá bien y yo prefiero no decir nada. Después se une Isaac al abrazo y los tres nos quedamos unos segundos así: unidos y sintiendo el calor emocional que nos damos. Cuando dan las 7, estamos pasando el control de seguridad. Asier se queda ahí, esperando hasta perdernos de vista mutuamente. Llegamos a la puerta de embarque a tiempo para pasar el pasillo que nos lleva hasta el avión. Nuestros asientos son contiguos, le pido a Isaac la ventanilla y me la cede sin problema. Me siento y veo cómo empieza a clarear el cielo. Las puertas se cierran y la voz del capitán sale por los altavoces. Isaac y yo nos miramos y nos cogemos de la mano cuando el avión empieza a rugir.

- ¡Nos vamos de aventura! – dice mi amigo.

- ¡Síiiiiiiiiiiiiiii! – chillo bajito mientras despegamos.

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