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Alex es el primero en llegar, con pizzas congeladas y una botella de ginebra. Qué bien me conoce, joder. Ha sabido lo que me hacía falta sin decir ni una palabra. Tengo demasiada suerte de tenerlo en mi vida. La siguiente en aparecer es Mara con una bolsa llena de chucherías y chocolate. Esto es lo que yo llamo un buen equipo de salvamento.

- Suéltalo – dice mi amiga casi antes de acomodarse en el sofá.

- ¿Qué?

- Cuéntanos qué ha pasado, tía. Lo hemos notado, creo que no te has parado a mirarte al espejo.

- ¿Qué tengo? – quiero saber mientras me toco la cara.

- ¡Cara de muerta! – dicen los dos a la vez y se me escapa una sonrisa furtiva.

- He dormido mal...

- Ya – responde Alex dándole un aire cómico a su preocupación.

- Gordi, ¿es por Asier? – niego.

- ¿Trabajo? ¿Padres? – niego de nuevo y cojo una gran bocanada de aire.

- Héctor.

- ¡Qué asco!

- ¿Sigues mal por haberlo visto ese día en la discoteca?

- No. No es eso... - sé que tengo que volver a contarlo todo, pero me cuesta arrancar.

- ¿Tienes cerveza? – interrumpe Mara.

- Son las 12 de la mañana, tía.

- La hora perfecta, ¿Alex?

- De momento no, tengo la tostada en la muela del juicio.

- Pues mi niña y yo nos vamos a tomar una ya. Para ir abriendo el estómago, ¿verdad?

- Ya sabes dónde encontrarlas – no he comido nada desde anoche y la idea de la cerveza no me hace especial ilusión, pero necesito una pequeña dosis de valentía para contar todo lo que viene.

Doy un trago tan largo al vaso que me da una pequeña arcada totalmente controlable, nadie lo ha notado. El líquido amargo baja helado por mi garganta y hace, en cierta medida, que me relaje. Alex ha optado por un vasito de Coca-Cola sin azúcar, pero sé que no tardará mucho en unirse al club de las alcohólicas. Mi amigo pone un poco de música de fondo muy bajito, solo para relajar el ambiente y espera ansioso a que comience con mi dramática historia, al igual que Mara.

- Me vais a matar por esto, pero he visto a Héctor varias veces en la última semana.

- Tú eres gilipollas – suelta Mara sin pensar mucho en el tono.

- Tía, no te pases – le recrimina Alex.

- Tiene razón, soy gilipollas, pero ya sabéis lo que significa para mí. Ha sido el mayor error de mi vida, casi más que salir con él durante un año.

- ¿Qué te ha hecho?

Otro trago de concurso a mi cerveza y suelto la historia como un papagayo, sin pararme demasiado en detalles, pero queriendo contarlo todo. Las caras de ellos van cambiando conforme mi historia avanza: incertidumbre en la parte que él me aborda en la puerta de casa, incredulidad cuando represento sus palabras y asco cuando admito haber aceptado su trato. La peor cara es la de la angustia en el momento que dejo de hablar. Cuando ven que no puedo seguir con la historia. Cuando ven que me vuelvo a romper. Esa cara descompuesta de ver a alguien que intenta contar su episodio más traumático. Esa cara que dice mil cosas a la vez, que quiere saber más, que quiere darte tiempo para que puedas hablar. Esa cara me hace temblar y vuelvo a llorar.

ALGODonde viven las historias. Descúbrelo ahora