Capítulo 27

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Bella
Bella Carusso

  A veces me llegaba a intimidar la forma en que los hermanos eran, sentía muchas veces que rayaba al extremo.

Cómo por ejemplo el hecho de que fueron ellos los que en un principio querían secuestrarme con fines distintos. Es decir: querían secuestrarme para darle un escarmiento a mi padre y pagara la suma que le debía a Dressler. No querían nada más pero, el hecho de que Carol descubriera sin intensiones que yo era abusada físicamente por mi padre, cambió el tablero de juego. Un mes.

Un mes desde que lo descubrió y ellos entraron a salvarme la vida.

Y dos años después vinieron por mí con intensiones distintas, como el hecho de que por dos años estuve en la mira por ellos cuatro y decidieron que era tiempo de secuestrarme y secuestrarme en serio.

—Es increíblemente enfermo —es lo primero que digo.

—No me digas —el sarcasmo de Dressler me irrita.

—Pues ahí te lo estoy diciendo, ¡es increíblemente enfermo! —repito hastiada.

Althaus enarca una ceja y sé que va a soltar uno de sus comentarios.

Chasquea la lengua. —Me vale mierda.

Abro mis ojos impresionada, quiero decir algo pero la sonrisa burlona de Dressler me dice que es mejor mantenga la compostura.

—No sea tan duro.

Que intente defenderme Carol solo hace que también sienta un enojo con ella.

Me había mentido por dos malditos años y tenía la cara de seguir hablándome fresca. La quería, la quería muchísimo pero también me sentí dolida y traicionada de una forma demasiado baja.

—Me vale una mierda lo que tú digas, Carol —se acomoda en el sofá —. Procedí cómo se me dió del pito y ya. ¿Acaso necesité tu aprobación para avisarte que iba a secuestrar a Bella? ¿No, verdad?

—Creo que esto se coloca muy interesante —se burló Dressler.

Adler y Egger se mantuvieron a raya.

—Me estoy cansando —dice de la nada Althaus.

El pánico me recorre y no entiendo a qué se refiere.

Nos va a matar.

No, claro que no.

Nos va a matar porque tú solo peleas con todos ellos y ya se cansó de eso.

¡Tengo derecho a pelear!

Nos matará como cucarachas. Moriremos aplastadas por sus increíbles manos.

¿Qué? No.

Moriremos y no te has acostado con los otros tres hermanos. No moriré en paz. Al menos después de que los follemos, aún somos muy jóvenes para morir.

¿Por qué malditamente mi conciencia me está diciendo esto?

—Bella —la mirada de los cuatro hermanos y Carol está en mí.

Es tiempo. Ya valió queso. Nos volvimos puré.

—¿Sí? —mi voz salió asustada.

—¿Estás de acuerdo con lo que te he preguntado? —su tono de impaciencia me desconcierta.

—No me quiero morir —aclaro y Dressler suelta una risa burlona —, ¿Qué?

—Nadie ha hablado de eso —aclara —. Te he preguntado si te parece bien que pases un tiempo con mi madre, ella sabe muchas cosas de las que te puedes ayudar.

—¿Quieres que me vaya de aquí? —mi voz sale extraña.

—Sí —abro mis ojos sorprendida —, no. Mierda no, quiero decir... Bella, has estado muy alterada aquí y he pensado que con mi madre te sentirás más agusto allí y cuando sientas que quieres volver, lo harás inmediatamente.

No sabía cómo sentirme, porque aunque habíamos estado peleando todo este tiempo, también me sentía bien con ellos. La madre de los hermanos era sencillamente agradable y aunque me llamaba la atención el que la señora Agna aceptara no quería irme.

—Sí.

Mi pecho dolió mucho pero sería lo mejor, me levanté de un salto y eso alerto a los hermanos. Sonreí.

—Iré a empacar —salgo casi corriendo de ahí.

Camino a pasos apresurados hacia mí habitación, abro la puerta entro y vuelvo a cerrar recargando me en ella. Los murmullos detrás de la puerta se podían escuchar claramente.

Las lágrimas se asomaron pero impedí que bajaran por mis mejillas.

Has hecho que te enviaran lejos de ellos, genial.

Acallo mis pensamientos, camino hacia el clóset y lo abro.

La ropa que los chicos me habían comprado está completamente ahí, mucha sin siquiera quitar las marcas de donde venían, zapatos en sus cajas de las tiendas, ropa interior, trajes de baño y joyas.

Busco la camisa con la que me sacaron de Italia y la echo en una pequeña maleta, no quería llevarme muchas cosas. Me afligía porque el hecho de no tener un móvil siquiera para comunicarme con la hermanos.

Escucho golpes en la puerta, empaco unos tenis deportivos y voy hacia allá para abrir. Finjo una sonrisa y el rostro de Egger aparece.

—Hola —se pasa una mano por su cabello.

—Hola, Egger.

—¿Estás bien?

—Lo estoy.

—Bien —asiente.

Engel #1 |C.A|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora