Joseph
— Bésame, idiota —Sus palabras quedaron en el aire por unos segundos hasta que fui consciente y me moví rápidamente acariciando su mejilla hasta besar sus labios, atrapar el inferior entre mis dientes y darle una suave mordida. Agarré su nuca y la obligué a moverse para quedar más cerca de mí.
Sus labios devorando los míos y nuestras lenguas jugando ese juego placentero que hace que un escalofrío de placer recorra todo mi cuerpo. Aún acariciado su mejilla nos separamos con la respiración agitada. Me gusta poder sentir cuando baja esa barrera que coloca entre los dos. Se siente real.
— ¿Por fin aceptas lo que sientes por mí? —pregunté con los ojos cerrados, muy consciente de su presencia y de la falta de fragancia de su ropa.
— No siento nada por ti, idiota presumido —esbocé una sonrisa triunfante porque eso me decía claramente que si lo está haciendo—. ¿Estás bien? —Me preguntó acariciando mi cabello.
— Bueno, al menos no me morí —Ella pone los ojos en blanco.
— Eres tan idiota, no me vuelvas a dar un susto así.
— No te vuelvas a tirar hacia la calle sin mirar —golpeo con uno de mis dedos su frente—. ¿Entendido, tonta?
— Sólo si me prometes que no volverás a ser tan imprudente —Ambos nos miramos a los ojos y asentimos al mismo tiempo—. Tengo que volver a mi habitación.
— Está bien, pero dame un último beso, Andrea —Ella sonríe triunfante.
— No te lo mereces —dice orgullosa.
— ¿Y qué tengo que hacer para merecerlo? —cuestioné interesado por esta información.
— Tienes que dejar de ser idiota —Ella negó—. No, eso no, es imposible —hizo como si se lo pensara—. Tendrás que regalarme chocolates.
— Los chocolates siempre funcionan.
Ella sale de la habitación dejándome solo. Cierro mis ojos. Y uno de mis dedos acarician mis labios recordando el sabor de los suyos. No quiero estar aquí, quiero estar junto a ella.
Volví a mi lectura, hasta quedarme dormido.
(...)
— Buenos días señor Jones —saludó una de las enfermeras—. ¿Cómo se siente hoy?
— Muy bien, ¿puedo volver a casa ya?
Necesito comprar esos chocolates.
— Eso lo decide el médico. Sus padres están afuera, ¿los hago pasar? —asentí con la cabeza.
Y como mismo entró, salió por la puerta dejándome otra vez solo, aunque esa paz no duró mucho entraron mis padres a la habitación.
— Hijo —Me saludó mamá acercándose rápidamente hasta quedar a mi lado—. ¿Como estás? —Es la pregunta que más he escuchado desde ayer para hoy.
— Bien mamá, con ganas de volver a casa.
Mi padre esta detenido contra la pared mirándome con cara de preocupación, él no sabe expresar muy bien cómo se siente.
— Tu hermana está muy preocupada por ti —Simplemente dice.
— Dile que la iré a ver después de salir de aquí —Él asintió.
— Señorito Jones —Un hombre canoso de unos cincuenta años, con los ojos azules oceánicos, vestido con una bata blanca se acercó a mi.
— Buenos días doctor —saludó mi madre sin soltar mi mano—. Dígame cómo está él.
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Estamos en Guerra
Teen FictionDicen que los polos opuestos atraen y lo iguales se repelen, es pura física, pero la física se fue a la mierda en la vida de Andrea Milton cuando entró en ella su molesto vecino, su enemigo perfecto, su único idiota: Joseph Jones El campeón de lucha...