C I N C O
ODETTE FITZ
26 de agosto de 2019.
Mordía mis uñas con ansiedad, esperando.
Mantenía mi cabeza en otras cosas, pero era imposible no caer en su llamado, a su incitación y no pude más. Caí, aun cuando tantas veces intenté alejarme, volví a hacerme daño cuando sabía perfectamente que estaba mal, pero nadie lo entendía.
Lo necesitaba.
Lo toqué con mis dedos con delicadeza. Lo probé de nuevo cuan golosina ideal y era el paraíso, era un suspiro perdido entre tanto viento, era no ser nada. Miré las demás líneas blancas que separé, de nuevo me engañé diciéndome que era la última vez, aunque sabía que no iba a ser así.
Cuando no lo tenía cerca, la tenía a ella. A las dos las quería conmigo, a las dos les iba a perdonar todo el daño que me hicieron y que alguna vez me harían, porque no había nada más en mí que odio.
No era perfecto, pero era el único ser que me conoció y me daba lo que yo no tenía.
Escuché pasos y uno que otro golpe afuera, me alarmé por lo que me levanté y guardé todo quitando evidencia de ello. Un leve mareo me invadió, preferí sentarme en la cama a respirar lento.
Últimamente todos mis problemas venían tan grandes que afectaban mi salud, yo misma afectaba mi salud.
La puerta se abrió sin emitir ningún ruido. La vi decidida y temblé por lo que podía llegar a pasar.
—Ya sabes lo que debes hacer —bramó en un murmullo.
—Yo- yo- lo siento, no puedo, no quiero.
Pensé que habría alguna agresión de su parte hacia mí, pero no pasó nada, solo caminó hasta estar a mi lado con un aura peligrosa. Sentí un leve picor en el brazo, y minutos después llegó él. Me quedé ahí sopesando la idea de que estaba ahí de pie.
—¿Daniel?
Me vino la necesidad de vomitar, las náuseas se hacían presentes justo ahora, ¿Qué carajos me sucedía?
—Hay que irnos, mi amor.
¡Era él!
Había algo diferente en él y tenía que comprobarlo porque físicamente era el mismo, pero tal vez era un juego de mi mente producto de la droga.
Me acerqué y junté nuestros labios esperando que encajaran como siempre, solo que esta vez algo inusual pasó. El beso fue tierno, tranquilo y sin prisas.
Daniel no era así, sus besos no eran así.
¿Era él?
—¿Por qué te veo como mi Daniel, si no eres él?
—Lo soy —insistió.
Negué con la cabeza e intenté alejarme, el agarre de sus manos no me dejó. Ella se aclaró la garganta y me volteé un poco para verla. No fue sorpresa mirar que tenía una jeringa vacía.
Claro, debí suponerlo.
—Fue una gran decisión que consumieras droga, nos ayudó mucho a hacer todo más sencillo y por desgracia, tu Daniel no va a venir a salvarte.
—¿Por qué? ¿Qué le hiciste? ¿Dónde está? —murmuré con pesadez.
—Realmente no hice nada, él está metido en cosas turbias, tanto directa como indirectamente. —Metió la jeringa en uno de sus bolsillos para no dejarla aquí y pareció acordarse de algo—. Ah, cierto que él no lo conoce. Lástima, lo mataron y no tuvo oportunidad de encontrarlo como tantas veces se lo exigiste.
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El misterio de un amor | Nueva versión
RandomNuestro alrededor a veces nos da señales de cosas que no vemos a simple vista, pero eso no quiere decir que no nos sucederán en un futuro. Ellos vivían en su burbuja. Un amor único, demasiado melosos. Su matrimonio era lo que los unía, junto... al...