31. Dolor y pasión (Parte II)

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T R E I N T A   Y   U N O

DANIEL RICHMOND

12 de diciembre de 2019.

Un bebé era lo que no le faltaba a mi vida.

Desde que miré esas dos rayitas en las tres pruebas mi cerebro se desconectó y era difícil pensar en algo más que en las palabras: embarazo, bebé, papás, llanto, mierda, orina, vómito y gritos.

Lo peor de todo no fue eso, fue ver a Odette petrificada, esperando por mi respuesta.

—Lo que decidas hacer, estaré contigo —fue lo único que le dije.

—No sé, y-yo... Perdón —susurró lo último.

La abracé tratando de que se sintiera mejor. No sabía que se hacía en estos casos, no quería un bebé, creo que ella tampoco, no lo sé. No quería que se sintiera mal o no sé.

¡No lo sé!

Ni siquiera me había dado cuenta de que su amiga se fue de la habitación para darnos espacio. Ella era amable, estaba en sus momentos más difíciles, aunque había una sensación extraña cada vez que interactuaba con Odette.

—Él o ella no tiene la culpa de nuestras cagadas —susurró de nuevo contra mi pecho.

Tenía razón, pero eso no quitaba el hecho de que no quería el camino que estaba tomando.

—Lo sé...

—Podríamos tenerlo —propuso en un hilo de voz.

No, no podríamos tenerlo.

—Lo que tú decidas —murmuré.

—¿Te quedarás? —preguntó alzando la vista y conectándola con la mía.

Asentí a su pregunta.

—Lo haré, no te voy a dejar sola.

—¿De verdad? —Un brillo iluminó sus ojos.

—Sí, lo que tú decidas.

Fue en ese momento que me correspondió el abrazo. Si ella se sentía bien con esa decisión, era mi deber mantenerme a su lado.

[***]

Intenté abrir por tercera vez la puerta del copiloto, pero no cedió. Miré dentro del Jeep sabiendo que encontraría negrura por las ventanas polarizadas. Solo faltaba que mi niñera personal me haya abandonado.

Todavía sentía mis nervios alterados y, después de hablar con Odette sobre esta nueva cosa, se quedó dormida y preferí irme no sin antes decirle que cualquier cosa la ayudaría.

Definitivamente, no iba a dejar que ese feto creciera sin alguno de sus papás.

No iba a sucederle lo mismo, a él o a ella, no.

Me senté en el pavimento, esperando, aun con mi mente divagando en otros lugares. Sentía la presión en mis hombros, tenía que buscar una forma de arreglar las cosas con Odette, dejar de cagarla tanto y ponerle atención, sobre todo por su condición de... bueno, su condición de abstinencia por la drogadicción.

Una figura venía a paso lento. Lo raro no era ella, lo raro era que venía con dos niñas que no tenía idea de quienes eran. Una tenía el cabello negro y los ojos cafés, parecidos a los míos y la que cargaba en brazos era rubia oscura y unos fabulosos ojos azules. Ambas estaban sucias, con la ropa hecha un asco y estaban demasiado flacas.

—¡Mira, Nadia! —habló la más grande tocando el bracito de la rubia—. Ya tenemos familia.

Eliana se detuvo y la pequeña pelinegra la apretó a forma de abrazo, después corrió a mí e hizo lo mismo.

El misterio de un amor  |  Nueva versiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora