EPÍLOGO

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ONMISCIENTE.

Abril, 2021.

Una tumba entre tantas del cementerio de Greehard. Su nombre grabado desde hace un tiempo, solo hasta hoy pudo tener la fuerza para visitarle, para enfrentarse a su realidad. Le llevó flores las que alguna vez le gustaron, le llevó un obsequio.

—Abigail...

Después de un año se atrevió a decir su nombre. Miró la tumba a su lado, también grabado con su nombre.

—Theo... Lamento haberme tardado, estaba... —naciendo de nuevo. Eso quiso decir, pero lo sepultó en su mente—. Estaba mejorando. —Se tocó el corazón—. Ya no me duele, ya no tanto.

Era cierto, Daniel ya no sentía tanto dolor. Había sufrido un año de llanto, de dolor, de horror, de gritos con diversos sentimientos, un año de pesadillas. La bestia tal vez comenzaba a aprender a controlarse.

Después de despertar, la confusión lo albergó. Cada persona lo refugió y acogió en sus brazos, dejó que solo las mujeres de su vida lo tocaran porque lo recordó, estaba claro en su mente, tan claro que lo primero que pidió fue ayuda.

Por fin, alzó la voz y pidió ayuda, de forma clara, concisa, casi suplicante; pidió ayuda a su madre y ella se la dio con ayuda de Jack. Y no pasó mucho para que buscaran un centro de rehabilitación para drogadictos, al igual que encontrar a los mejores psicólogos y si era necesario un centro de ayuda para la salud mental, al igual que excelentes fisioterapeutas. Todo ello de forma desesperada, porque su madre se juró no volver a dejar que caiga, no esta vez.

Después de ese tiempo enfrentando a sus demonios, pidió, mejor dicho, exigió que sepultaran a Abigail y Theo en Greehard. Ese era su hogar, no España. Y ahí, frente a su tumba entendió que su amor por ella nunca iba a irse, pero ahora ya no lo sentía como un obstáculo, era un impulso para vivir, para volver a enamorarse de la vida.

Theo, estaría orgulloso de su papá.

Él desde algún lugar de la eternidad miraría a su papá luchar, crecer y mostrarse vulnerable ante las personas que amaba y las personas que quería comenzar a amar.

Abigail siempre sería el amor de Daniel, pero este no se escondió, se convirtió en más. Él amaría a la persona que deseé amar, se enamoraría de quien deseé hacerlo y sería feliz con o sin pareja.

Theo siempre sería el primogénito de Daniel, el que no conoció, pero le ayudó a entender que siempre debía de mantenerse en contacto con su niño interior. Él sería su fuente de apoyo para criar a alguien más, aun sin saber muy bien cómo hacerlo. Ya no tendría miedo porque ahí estaba él dándole ánimos.

—Abigail, tan terca que eras, alguna vez me dijiste que morirías aquí, aunque tuvieras que aferrarte a la frontera de Greehard. Es un honor haberte amado, fue un honor haberte dejado un poco de mí en tu hijo, en el pequeño Wilde. —Se lamió los labios, intentando que la tristeza no lo invadiera por completo—. Y será un honor haber sido parte de su felicidad, solo los Wilde podrían hacer eso.

Se arrodilló frente a ellos, dejó las flores para ella y él obsequio para él. Flanqueó cuando supo que tenía que despedirse de nuevo, no pudo retener sus lágrimas, aun cuando tomó respiraciones lentas y se esforzó.

—Nos vemos luego, les prometo que no voy a dejarlos nunca y que las personas que se unan a mí en el futuro sabrán de ustedes.

En el recorrido de regreso, lloró. No sabía si de tristeza por su ausencia o de gratitud por tener la valentía de venir, de haber soportado estar frente a sus tumbas. La usual camioneta que ya conocía lo esperaba, al entrar, Brice no dijo nada y condujo hacia el centro de integración familiar.

El misterio de un amor  |  Nueva versiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora