32. Gajes del oficio

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T R E I N T A   Y   D O S

ELIANA BEAUMONT.

12 de diciembre de 2019.

Las enfermeras estaban junto a él extrayéndole los coágulos de sangre de los orificios de su nariz que le impedían respirar, escuchaba como luchaba porque su boca hiciera llegar a sus pulmones algo de aire fresco.

La sangre seguía chorreándose, manchando su pequeña bata de leones que le había comprado y, aunque estaba lejos podía ver el brillo de sus lágrimas caer por dolor.

—Necesita descansar —se dirigió hacia mi Dorothy, una de las enfermeras.

—Me quedaré a cuidarlo esta noche —hablé con autoridad.

—Él no se siente bien, no puede pasar mucho tiempo hablando, ya no es posible —siguió diciendo.

—Me quedaré para cuidar su sueño.

No dijo más, solo negó en desaprobación.

Me fui hacia el pasillo prefiriendo no seguir viendo aquello, el médico pasó por mi lado con rapidez y cerraron la puerta. Ahí estuve, esperando por un largo tiempo a que me dieran la peor noticia del mundo.

Él era fuerte, pero en mis visitas anteriores había visto esa expresión silenciosa en sus ojos diciéndome que quería irse.

Había soltado a muchas personas en mi vida sin quererlo y cuando tuve la opción de escoger que se quedaran, no sucedió. Algunos me abandonaron a mi suerte, otros le sacaron jugo a mis habilidades sin importarles lo que había detrás del uniforme y de la piel, por último, los que anhelaban quedarse, pero ya sea por seguridad, por miedo o por amor, yo era la que los dejaba ir, aunque doliera.

Cada marca en mi espalda era una persona que dejé atrás.

A Kal no quería soltarlo, ni siquiera por seguridad ni por amor, sin embargo, sabía que era él, de un modo u otro, el que me dejaría a mi suerte. No podía ser cruel con el pequeño, ya había vivido la parte dolorosa de la vida, merecía ir hacia la eternidad para reencontrarse con ese deseo suyo que compartíamos.

Leucemia.

Aquella gran enemiga de muchos que es muchísimo más cruel que yo, más dolorosa que enamorarse de Daniel Richmond y que ni siquiera un crimen puede igualar. Una verdadera enemiga del ser humano, así como cada virus que se propaga y que el mismo humano hace existir, la humidad se basa en ciclos dónde somos irracionales y egoístas, donde predomina la sed de poder e hipocresía.

Era un vino con sabor a veneno.

—Puedes pasar —me indicó el médico Thompson—. Está descansando, no puede hacer muchos esfuerzos.

—¿Cómo va? —pregunté de forma mecánica.

—Mal, las medicinas no le hacen ni cosquillas.

Me agradaba Thompson, era sincero conmigo y su compromiso con la idea de devolverle todo lo que Kal perdió, me hacía hacerlo parte de mi círculo.

—Auméntale las dosis —exigí como si fuera así de fácil.

—Ya no se puede, este es el límite —con solo ver la molestia en mi expresión, dio un paso hacia mí—. He hecho más de lo que se supone es correcto, pero no pidas hacer cosas que le dolerán más que morirse, no estoy dispuesto a ello. Si le aumento la dosis, no lo va a tolerar, es un niño.

—¿Me estás diciendo que me ponga a rezar por un milagro? No lo voy a hacer, Kal necesita vivir.

—Necesita descansar.

El misterio de un amor  |  Nueva versiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora