38. El encuentro

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T R E I N T A   Y   O C H O

ODETTE FITZ

16 de diciembre de 2019.

Miraba con interés las pequeñas ropitas que alguien me envió, no sé quién era lo único que decía el empaque era:

"De: O.F

Para: O.F"

No entendí, tal vez fue un error de la paquetería, pero no importaba.

Pasé mis dedos por la suave tela del enterizo de un recién nacido. Eso no se sentía bien ni bonito, tenía tanto miedo. No quería que esto pasara así, ya estaba llegando a mi limite.

No podía seguir mintiendo. No se lo merecía. Tenía derecho a ser libre.

Tomé mi móvil y le mandé un mensaje.

Odette:

Tengo que hablar
contigo es serio,
por favor, ven

Me dejó en visto. Unos segundos después, escuché los golpes bruscos en la puerta.

Cariño:

Ábreme.

Lo vi de pie completamente serio, no era como las otras veces que me visitaba, había algo extraño y aun así, no me importó soltar lo que tenía guardado.

—Daniel, lo del bebé no es cierto —confesé apenas entró casi temí tenerlo que repetir—. Hubo bebés, sí, pero no ahora. Travis... Él me obligó y luego yo, estaba muy asustada que quise que tuviéramos uno, ahora, pero no es verdad. No hay un bebé.

Ni siquiera podía verlo a la cara, me quedé con la vista en el suelo. Vi sus pies pararse en seco dándose la vuelta.

Algo cambió en él, estaba extraño.

—¿Qué dijiste? —preguntó lentamente.

—Lo del embarazo, y-yo, es que... Ya no quiero mentirte y creo que debemos mejorar juntos —murmuré alzando la mirada.

Me encontré con un rostro neutral que no me decía nada, sus puños estaban apretados tratando contener algo, hubiera querido saber antes de hablar. Me acerqué a paso lento sin miedo.

Él no me lastimaría, no lo haría.

Y tal vez, me equivoqué.

De un momento a otro, tomó mi mandíbula con fuerza, sosteniéndola entre sus dedos poniendo cierta presión que no me lastimaba, pero se sentía diferente a todas esas veces que lo había hecho.

—¿No quieres mentirme? —preguntó con determinación— ¿Después de todo lo que hiciste no quieres mentirme? —siseó.

—Suéltame —pedí.

Dudó, sin embargo, lo hizo. No me alejé me mantuve a la misma distancia y podía ver con claridad su mandíbula apretada, su respiración acelerada y en sus ojos había fuego vivo, todo eso dirigido hacia mí.

Daniel nunca me había visto de esa manera, ni siquiera me había hecho algo físico que me lastimara.

—Eres cínica, ¿sabes? —habló entre dientes—. Nunca había entendido todo tu teatro, hasta hoy.

—¿Mi teatro? —repetí con duda—. No entiendo —susurré.

Alzó las cejas y sonrió unos segundos. Aquella sonrisa tampoco la había visto, tal vez era hora de tener miedo, pero, por alguna razón, todavía no llegaba a mí.

El misterio de un amor  |  Nueva versiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora