23. Agresor

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V E I N T I T R E S

ELIANA BEAUMONT

9 de noviembre de 2019.

Dagmar estaba perdido mirando su café. Tenía una cara de desvelado como yo y también tenía el pijama.

Nos miramos entre nosotros son decir nada y sin ninguna expresión en nuestros rostros.

—Así que hoy en la noche se van —murmuró.

—Ajá, ¿y tú te irás con nosotros? —Negó con la cabeza— ¿Por qué no?

—Me iré aparte, en la tarde, supongo.

Nos quedamos en silencio, de repente nos empezamos a reír. No era de las personas más sonrientes, aun así, había olvidado que Dagmar y yo éramos un dúo un poco extraño, bastante peculiares.

—¿Entonces te gusta? —preguntó.

—Es un dulce —contesté.

—De los radioactivos —se burló.

Ambos nos carcajeamos y tenía que tomar aire para poder seguir riéndome, veía a Dagmar limpiarse las lágrimas debido a la risa. Era estúpido reírnos de una burla tan simple.

Comenzamos a recuperar el aire.

—Jamás vamos a volver a hablar de eso —dijo extendiendo la mano.

—Y mucho menos burlarnos —completé también extendiendo mi mano.

—Trato —nos apresuramos a decir al unísono.

Moví mi torre y él se dio cuenta que lo distraje para ganar. Estuvimos casi toda la noche jugando ajedrez en mi habitación.

Intentamos dormir, pero no funcionó, así que reímos, jugamos, conversamos, volvíamos a jugar y nos volvíamos a reír, tanto que en uno de nuestros ataques de risa se me cayó la saliva y Dagmar se atragantó con su café.

Hasta a mí se me hacía extraño tener una noche catalogada como divertida.

—Te gané por décima quinta vez —celebré.

—Te estoy dejando ganar porque soy humilde.

—Me estás dejando ganar para que te perdone por haberme abandonado.

Rodó los ojos con fastidio. No le gustaba que le dijeran sus mierdas en la cara. Se bebió lo que quedaba de su café y se acomodó en su asiento.

—A veces me caes mal —soltó algo estresado—, y yo ya te dije que cuando nos volvamos a ir no te voy a dejar, pero eres necia, terca y rencorosa.

No le contesté. No sabía si creerlo o no.

Se me hacía raro que estuviera perdiendo tantas veces. A veces se quedaba ausente, perdido en su mente, sus ojos me hacían saber que planeaba cosas en silencio. Chasqueé mis dedos cerca de su cara y me golpeó la mano haciéndola a un lado.

Ya no se veía tan gracioso.

—¿En qué piensas?

—¿A dónde te irías si quisieras vivir tranquila y empezar de cero? —preguntó ignorando mi pregunta—. No es por mí, es por alguien más —confesó mirando mi confusión.

Ahora estaba más confundida. Dagmar Rurik queriendo proteger a alguien que no sea él, es como decir que los humanos podemos caminar en el sol.

Estaba impaciente esperando mi respuesta y yo no quise hondear en los problemas que lo rodeaban como para querer proteger a ese alguien.

El misterio de un amor  |  Nueva versiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora