27. Secreto

3 0 0
                                    

V E I N T I S I E T E

ELIANA BEAUMONT.

11 de noviembre.

No me podía creer que estaba sentada desde hace varias horas en el almacén del último piso entre todos los enormes contenedores de agua, mientras escuchaba los sollozos de Melissa.

Esa adolescente necesitaba ayuda psicológica urgente y no era broma.

Había visto cómo se escabulló hasta llegar al último piso y así, aislarse de todos. Su frente estaba apoyada en la pared mientras su espalda apoyada en un contenedor, todo su cuerpo cabía ahí en forma de ovillo. Solo veía algunos mechones rojos tiesos cayendo por su cara los cuales eran manchados de escurrimiento nasal.

Fatal.

A veces veía su cuerpo temblar de manera impresionante y le faltaba el aire, me asustaba porque parecía estar en una especie de crisis nerviosa o algo así.

Mi teléfono se iluminó y apareció su nombre en la pantalla.

«Dan Richmond».

Tenía veintisiete llamadas perdidas de él, pero en ninguna le contesté. Le había pedido al personal que no lo dejara pasar ni siquiera a su madre. Creo que su hermana realmente necesitaba este aislamiento. Yo estaba aquí para evitar que en su pequeña crisis se matara.

—¿Tienes trastorno de ansiedad? —pregunté.

Sorbió su nariz y me miró de reojo sin responder.

—¿Depresión? —insistí. Todavía nada—. ¿Eres esquizofrénica?

—Peor —escuché su voz muy apenas y como si le costara hablar.

—¿Peor como que lo tendrás toda la vida o peor como que te hace la vida miserable de manera temporal?

Me enseñó ambos dedos y volvió a encogerse para sollozar un poco más. Fui a mis conversaciones y piqué su nombre.

Eliana:

¿Tu hermana tiene ansiedad social o cáncer, algo así...?

Dan Richmond:

Ese no es mi secreto,
no me corresponde decirte.
Solo dime si está bien,
necesito saber.
¿Ha hecho algo? ¿Le pasó algo? ¿Está bien?

Lo dejé en visto y casi al instante me llamó. Le negué la llamada y decidí contestarle.

Eliana:

Ella estará bien,
no te preocupes.

Y lo bloqueé.

Me acomodé mejor, pegando mi espalda en la pared y cruzándome de brazos.

—Entonces... Te hace la vida miserable y estará hasta el día que te mueras. —Pensé en voz alta—. No creo que seas esquizofrénica —comenté después de un rato.

No tenía mucha pinta. Su vida se me imaginaba muy colorida y saltando de aquí para allá pensando en tener su príncipe azul. Por alguna razón, la descripción anterior era lo contrario a lo que se veía en aquel momento.

Me miró unos segundos con sus ojos hinchados y rojizos, las mismas ojeras pronunciadas y le presté atención a sus pupilas. Abrió los ojos con espanto cuando me acerqué y escondió su rostro entre sus piernas, abrazando sus rodillas.

Pensé que no me diría nada, pero me equivoqué porque aún con la cara escondida, susurró:

—Bipolaridad.

El misterio de un amor  |  Nueva versiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora