25. Yo te necesito

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V E I N T I C I N C O

DANIEL RICHMOND.

10 de noviembre de 2019.

Por culpa del té, me dormí en el comedor. Hice el recuento de todo lo que había pasado:

Llegué como a las 10 de la mañana, lo de Melissa tardó como una hora o más en mi presencia y el reloj decía las 11:00 p.m.

Brice se había ido antes de que me durmiera, así supuse que Melisa estaría despierta o medio despierta. Fui directo a su recámara y cuando entré solo estaba mi mamá, a ella también le había caído pesado el sueño.

Revisé el lugar y no había rastro de mi hermana.

Oh, mierda.

Esto se iba a poner peor de lo que ya estaba.

Tuve que llamar varias veces a mi mamá para que despertara. No sabía cuántas veces repetir que se veía muy cansada y lamentaba mucho despertarla, pero era necesario que los dos la buscáramos. Ella comenzó a llamar a algunos papás de sus compañeros, algunos no contestaron porque era de noche, otros no sabían de ella y nos deseaban que estuviera bien.

Tampoco podíamos salir a la calle a buscarla porque no teníamos idea de dónde buscar, no sabía cuánto tiempo había pasado desde que se fue o si al menos estaba en un lugar específico. Incluso salí a merodear por las calles cercanas y claramente no la encontré.

Incluso Brice, me ayudó a contactar a sus compañeros por Instagram por si alguno sabía de ella.

—¡Daniel! —gritó mi mamá desde la sala.

Que sean buenas noticias, que sean buenas noticias, que sean buenas noticias.

Me hizo una seña con su mano de escribir, le pasé una hoja y un bolígrafo. Y se fue hacía el comedor, la seguí con urgencia sin saber que le habían dicho. Estaba escribiendo una dirección.

—Ok, muchas gracias, de verdad lo agradezco. Lamento haberlos molestado tan tarde, pero estamos preocupados —le contestaron algo más—. Hasta luego, muchas gracias.

Apenas colgó, le pregunté.

—¿Qué pasó? ¿Qué te dijeron? ¿Quiénes eran? ¿Dónde está?

Me pasó la hoja, pero su expresión era bastante seria.

—En una fiesta, al parecer los padres de un muchacho de su salón le dieron permiso a su hijo de hacer su fiesta, invitó a Melissa y teniendo en cuenta que está en un episodio maniaco, lo más lógico es que se haya escapado para ir —explicó—. Hay que ir por ella —ordenó.

Asentí y no perdí tiempo de llamar a Brice que me aseguró que llegaría cuánto antes. Él era como parte de la familia, aunque a mi mamá no le gustaba mucho molestarlo, decía que era excesiva la ayuda que recibíamos de él.

—Yo voy solo —le informé, al instante negó con la cabeza—. Puede que no esté ahí y por si aparece aquí, estarás tú. Te llamo para decirte si está en la fiesta o no, ¿vale?

No le quedó de otra que asentir.

—No seas duro con ella, por favor. Solo hay que alentarla a que vuelva a la medicación.

No quería que mi madre se preocupé más de lo que ya estaba y yo no quería darle más problemas de los que ya teníamos, así que asentí.

Volvíamos a la rutina de luchar con Melissa por su trastorno, volvíamos a la batalla contra su voluntad y la nuestra. Noches eternas viéndola derramar miles y miles de lágrimas, donde se lamentaba por darnos problemas, aquellas veces que su mente se nublaba y pedía al cielo ya no despertar.

El misterio de un amor  |  Nueva versiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora