44. Miedo

4 0 0
                                    

C U A R E N T A    Y    C U A T R O

ELIANA BEAUMONT.

27 de diciembre de 2019.

¿Quién?

¿Quién fue el hijo de puta que abrió la boca? Me las iba a pagar.

Ojalá tener todo el tiempo del mundo para averiguar a quién se le aflojó la lengua.

Estos días han sido de locos. Todo sobre Odette me daba dolor de cabeza, lo bueno era que hoy finalizaba, pero antes quise hacer una parada, bueno dos.

—Hola Eliana, pasa —saludó la pelirroja menor.

—¿Qué tal, Melissa?

Melissa no parecía ser una niña, era una adolescente, solo que algunas personas —Daniel— la sobre protegían de una forma algo pasada del límite.

Eso daba a entender muchas cosas alrededor de ella.

—Mamá está trabajando, ya ha abandonado mucho la boutique y bueno, se nos acaba el dinero. Está mi tío por si gustas, nada más que fue a comprar unas cosas al supermercado con su chico, regresa pronto, después iremos al cine y- —explicó con rapidez.

—Wow, wow, tranquila. Nadie te está persiguiendo —aclaré.

Se quitó un mechón que le estorbaba y sus mejillas estaban rosáceas producto de la vergüenza. Era muy tierna.

Dios, si fuera Daniel haría lo mismo o peor...

Ella desde pequeña ya cargaba con muchos problemas. El mundo no podía esperar para lastimarla, así que decidió joderla desde bebé, dándole un trastorno difícil de llevar.

—Perdón —se disculpó, tímida— ¿Gustas esperar? —me ofreció su sala.

—De hecho, vengo a ver a Daniel, ¿está?

Ayer que lo traje a casa, al ser de noche, no pude exigirle que me dijera sobre quién habría sido y eso me tenía nublada de los pensamientos. Tan pocas personas sabían y en todas confiaba, ¿cómo podía saber quién era un soplón?

Peor que estaba por reventar de la ira y no quise hacerle daño, aventándolo o atropellándolo repetidas veces con la Jeep. Simplemente, ayer no fue mi día y hoy tampoco.

—Está en su cuarto, puedes pasar, supongo —murmuró lo último—. Nada más le avisaré a mi madre que estás aquí para que esté pendiente de mí, en tanto llega mi tío —sacó su móvil—, él dijo que se quedaría que no le apetecía ir al cine, así que si escuchas la puerta cerrarse somos mis tíos y yo.

Asentí, entendiendo. Ella todavía necesitaba estar supervisada y más sus citas con el psicólogo, el psiquiatra, medicamentos...

Caminé a paso tranquilo, mientras escuché como llamó a su madre y se ponía a platicar con ella. Abrí la puerta sin hacer mucho ruido, lo vi casi al instante, durmiendo con un pantalón gris y una sudadera rota del gorro, parecía que se lo había arrancado.

Me impresionaba que su cuerpo ocupaba casi todo el ancho de la cama, era un monstruo de dos metros en una cama no de su tamaño. Aun así, se veía que disfrutaba su siesta.

Me tropecé con una cajita, eran sus tés que ya había gastado, no me costó nada tirarla en el cesto de basura cerca de su cama. Miré su cara aplastada en el colchón, se me hizo raro que alguien durmiera boca abajo. Sus labios estaban entreabiertos dejando escapar algunos leves ronquidos, sus pestañas estaban asentadas muy tranquilas, su nariz... Daban ganas de... no sé... rompérsela.

El misterio de un amor  |  Nueva versiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora