40. Buena chica (Parte II)

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C U A R E N T A

DANIEL RICHMOND

21 de diciembre de 2019.

Mi mamá se asomó por la puerta de mi habitación. Melissa apenas se metió al baño por una ducha, siempre con la puerta sin pestillo, por seguridad.

—No comiste hoy —comentó como reclamo.

Apreté los labios, sin querer decirle.

—No tenía hambre, aparte me tomé algunos tés y dormí en la tarde —expliqué.

—El té no es alimento, me preocupa que sea lo único que tengas en el estómago, te va a hacer mal.

Casi se me sale un bufido, pero lo remplacé por un suspiro. No quería enojarla más.

—Ya mañana como.

Negó con la cabeza, decidida.

—Mañana nada, ahora vas a cenar. —Vio que quise replicar y me calló—. Te guste o no.

Se alejó y después regresó. Se quedó mirándome unos momentos y se adentró a la habitación cerrando la puerta tras de sí. Se cruzó de brazos, aun con su mirada inquisitiva puesta en mí.

—¿Vas a decirme que pasó ahora o te lo vas a callar hasta que explotes?

Ella decía que los problemas acumulados harían que las personas explotaran, literalmente.

—No voy a explotar.

Se acercó hasta sentarse a mi lado, agaché la cabeza y sentí sus dedos enredarse en mi cabello crecido, lo acariciaba con calma. Me levantó la barbilla con sus dedos, conectando sus ojos con los míos.

No necesitaba decirme nada para saber que iba a decirle.

—Cuando me culparon y fui a prisión. Merecía estar ahí. —expliqué murmurando.

Desvió la mirada un momento y la centró con más determinación, sus manos se posaron en mis hombros.

—Lo que haya sido, tú eres inocente de todo lo que te culparon. No hiciste nada de lo que dijeron, lo sé —habló con sinceridad—. Te conozco, Jack Daniel Richmond, aparte por algo estás aquí, porque no cometiste esos delitos horribles.

Ver sus ojos cargados de lo que ella creía que era verdad, es decir, sí era verdad, pero no todo.

—Hace más o menos un mes, tú supiste de él. Lo que yo hice por el dinero —murmuré de nuevo.

—No soy tan valiente, Daniel. No puedo ir a la policía y decir que mi hijo hizo esas cosas, porque sé que esas aguas son muy turbias, si tú no estás quedaremos nosotras y si por alguna razón, él sabe que fui la que lo dijo, no creo que le guste mucho —explicó tranquila.

¿De dónde buscaba su calma?

—Mamá...

—Estoy aquí para ti —acarició mi pómulo—. Sé que no quisiste hacer todo eso, además no sé qué pasó realmente, tal vez solo te defendiste, tal vez ellos eran personas malas, pero sé que no matarías a alguien solo porque sí. Sé qué nunca matarías a alguien, no serías capaz. Tú eres mi hijo y sé que hay en ti.

No, no lo sabía... No tenía idea.

Su esperanza ponía a brillar sus ojos, ese brillo que había por mí. Ella creía en mi como cuando era un niño.

Grita, di la verdad.

No puedo.

Mamá, ayúdame.

El misterio de un amor  |  Nueva versiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora