48. En todas partes.

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C U A R E N T A    Y    O C H O

DANIEL RICHMOND.

28 de diciembre de 2019.

Horas y horas esperando.

No podía despegar los ojos de aquellas dos puertas blancas, la lejanía entre ellas y yo para mí era demasiada, pero Eliana estaba de pie frente a mí mirándome con precaución. Cualquier movimiento que hacía ella lo notaba; su espalda estaba pegada a la pared blanca dejando que fluya el pasillo con enfermeras y algunos médicos.

Escuchamos pasos y ni siquiera eso detuvo el camino de nuestros ojos.

—Te traje algo para que comas —comentó ella—. Daniel...

No le hice caso a su llamado.

—Gracias, Lau —fue lo que contestó Brice—. Creo que deberías irte a casa, hemos esperado mucho y siguen sin decirnos nada —siguió hablando—, además dijiste que te sentías mal ¿No? Es mejor que vayas a casa a descansar de tu malestar.

—Me avisan cualquier cosa —dijo suspirando—. Nos vemos.

No la quería aquí.

No sé por qué todavía no había desistido de hablarme o de siquiera compartir el mismo aire que yo. Ella ya no era mi mejor amiga, porque ella podría hacer muy bien su papel, pero yo no y no era justo que esperara cosas de mí que no iban a llegar.

Años de amistad, de secretos, de risas, de llantos, de complicidad y de crear un vínculo íntimo que pasó el límite que habíamos trazado.

Fue mi error habernos acostado ese día y no quería que se siguiera condenando por ello. Ella tenía su sonrisa tan linda que desde que la envolví en mis problemas desapareció poco a poco, sabía que tenía intenciones de ayudarme, pero no había forma qué eso sucediera si cargaba con la muerte de su novio.

Y se lo dije.

No sé si me creyó, pero se lo debía. Era lo menos que podía hacer por ella.

—Fauvel —llamó Eliana y con sus ojos le indicó lo que quería—. Dámelo.

Él se levantó para entregársela, metiéndose en mi campo de vista, así que la desvíe encontrándome con el rostro de él, mi copia. Bueno, yo era su copia.

Odiaba que Royal estuviera aquí, porque no tenía derecho a preocuparse sino era su familia y tal vez, nunca lo iba a considerar parte de esta.

Ahí sentado frente a mí a la izquierda, moviendo sutilmente su pierna. Y, carajo, qué bien fingía que le importaba.

—No necesitas estar aquí, vete —hablé mordaz.

Sus ojos se conectaron con los míos transmitiéndome un poco de nerviosismo, pero queriendo imponer su poder.

—Voy a quedarme.

—No quiero que lo hagas ¿Y qué crees? Yo decido sobre mi familia.

—No lo haces, no puedes tomar una decisión sin consultarles.

Alcé mis cejas y ladeé mi cabeza, pensé que me imitaría.

—Me encantaría preguntarles, sino estuvieran heridas y si no estuvieran en un maldito hospital. Así que solo quedo yo y no te quiero aquí, lárgate —jacté.

—No —pronunció lento y negando una sola vez con la cabeza.

Apreté mis dientes y estuve por levantarme para pedirle que se largara en la cara y si se podía hacer lo que quería desde la vez que lo vi en la sala de interrogatorio.

El misterio de un amor  |  Nueva versiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora