16. Me amarían de todas formas.

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D I E C I S E I S

ELIANA BEAUMONT.

31 de octubre de 2019.

Ay, qué manía de dramatizar todo.

Bajaba los últimos escalones del burdel rumbo al estacionamiento. Esperaba Daniel no me haya dejado botada porque le iba a meter un palo por el culo.

En poco tiempo lo vi dentro de la camioneta de Fauvel, tenía la cabeza apoyada en el manubrio. Me metí en el asiento del copiloto y cerré la puerta con rudeza. Él brincó del susto y dirigió su mirada hacia mí.

—Sí, bueno, tu amigo me cayó mal, larga historia —resumí.

Me estiré hacia atrás para alcanzar mi mochila que aventé a los asientos traseros. Una vez, la tuve, prendí mi portátil. Sentí la mirada de Daniel en mí.

—¿Tengo algo en la cara? —pregunté disgustada—. Te he dicho que una foto dura más.

Seguía mirándome, su boca entre abierta por el asombro. No sabía si al menos respiraba, pero vi sus ojos dilatarse.

Ok, qué raro.

—Estás… aquí —susurró.

—Eh, sí. No recuerdo haber hecho una proyección mía para avisar mi llegada.

Decidí ignorarlo. Este chico tenía problemas con mirar a la gente.

Inserté el USB —que Dagmar me había dado— para comenzar mi búsqueda. Me hice una coleta improvisada porque sentía calor. Puse su nombre en la base de datos del dispositivo nuevo.

«ODETTE FITZ».

También puse el de la otra chica.

«ABIGAIL WILDE».

Solo veía el pequeño círculo cargar y se me hacía tortuosa la espera. De un momento a otro, mi laptop se cerró y casi me dejan sin dedos. Dan tomó mi barbilla para mirarme, fruncí el ceño, confundida.

Comenzó a toquetearme la cara, el cabello, incluso la nuca y después analizó cada centímetro de mi cuerpo. Me quedé quieta y dejé mi rostro neutro, sentía pequeños cosquilleos que se deslizaban por mi columna cuando él dejó su mano en mi nuca.

—Estás aquí y viva, sana. No te ves… mal —murmuró, confundido.

—Bueno tengo un poco de rasquera en la garganta, supongo que es por haber bebido.

—No me refiero a eso, sino que él no te hizo nada.

—¿Por qué lo haría?

Se quedó callado y desvió su mirada, desconectándola con la mía y ahí supe que debía quitarle la mano de mi nuca. Primero, porque era inapropiado; segundo, porque no entendía nada y tercera, porque su mano cabía perfectamente en ese lugar.

Como punto extra, se sentía bien.

—Bueno, estoy viva —dije quitándola.

Adiós mano áspera y que se siente bien.

—Claro, claro. Perdón si te incomodé, solo quería saber si estabas bien y veo que… veo que sí lo estás.

—Ajá.

Volví a abrir mi portátil y seguía el maldito círculo dando vueltas. Movía mi pie con nerviosismo y Richmond lo notó.

—¿Qué hicieron? —preguntó inclinándose un poco hacia mí.

Lo miré de reojo sin responderle. Me hacía gracia saber que eso le enfadaba, es decir, me intrigaba mucho saber su límite.

Comenzaba a invadir mi espacio personal, eso me erizaba. Daniel era muy de invadir el espacio personal de las personas. Su cara quedó a centímetros de la mía, podía sentir su aliento cerca del lóbulo de mi oreja.

El misterio de un amor  |  Nueva versiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora