56. El sótano (Parte II)

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C I N C U E N T A   Y  

S E I S

ELIANA BEAUMONT.

4 de febrero de 2020.

Bajé sin miedo y con tranquilidad, lo vi como un maldito maniático sentado en una mesa con algunas herramientas y sin algún arma aparente. Daniel estaba en una silla amordazado e inmovilizado, su cabeza caía lánguida de frente y le di un suave empujón haciéndola moverse.

—Llegas tarde —gruñó.

—No, tú eres un desesperado que no puede mantenerse quieto por su sed de poder y celos —señalé al hombre en la silla—. Esto solo me dice que te afectó que esté despierto, porque sabes que te hace mierda y te revienta la polla. Te dio miedo —susurré mostrándole mi sonrisa.

Sus pies aterrizaron en el piso y se acercó a mí. Me acerqué igual sin amedrentarme.

—Tu juguetito solo sirve como trapo, no me hace ni rasguños —se mofó.

Señalé su cara con mi mano libre.

—Claro, por eso tienes el labio partido y el pómulo hinchado, por eso caminas despacio y cojeas del pie izquierdo. Apuesto a que eso lo hizo cuando estaba por desmayarse. Mi juguetito —remarqué con mucha atención— sabe muy bien lo que hace y no es una edición barata como tú.

Miré detrás suyo, encontrando el cuerpo de Laura. Soltó un quejido y abrió los ojos de forma lenta. Él echó un vistazo por encima de su hombro y ella se quedó contemplándolo con confusión, luego se sorprendió y finalmente, se aterrorizó.

Aquel hombre frente a mí colocó su dedo índice sobre sus labios, pero ella estaba demasiado encismada en su pánico como para hacerle caso. No tuvo opción y caminó hacia ella sacando una jeringa y un trapo con lo que supongo la volvería a dormir.

—¡No, por favor, no! ¡Eli! —gritó mi nombre en forcejeos—. ¡Ayúdame! ¡No! ¡Por favor!

Le inyectó el líquido y puso el trapo sobre su boca para que el tranquilizante hiciera efecto más rápido. En minutos, Laura volvió a quedar en el suelo.

—Veo que tu plan tiene varios defectos —mencioné— es normal, eres un inepto.

—¡Cierra la puta boca!

—Solo te digo la verdad. Eres mediocre ni para hacer esto sirves. —Me reí de él.

Se levantó y dio grandes zancadas hacia mí, me estampó contra uno de los armarios y escuché varios objetos romperse. Me obligó a mirarlo tomando mi barbilla, me mantuve tranquila con una sonrisa de oreja a oreja, sabiendo que lo provoqué.

Analicé todo su rostro y me quedé unos segundos fingiendo que su boca era interesante, regresé a sus ojos, dejé de sonreír y mis labios se quedaron en una línea fina.

—No te funcionó —zanjó.

—¿De verdad?

—Tú también eres predecible.

—No debiste tocarlo, no debiste hacerle tomar esa droga —advertí—. Te lo prometo que, si él no te rompió las bolas, lo voy a hacer yo.

Tomé su mano puesta en barbilla y le clavé la daga en ella. Con una madera del armario le golpeé el costado y terminé empujándolo, haciendo que cayera al suelo.

—¡Eres una puta loca!

—No te imaginas lo que está loca puede hacerte, peor cuando tocas algo que es mío.

Con la vara de madera intenté apastarle la entrepierna, pero comenzó a correrse esquivando mis intentos. Me pateó haciéndome retroceder unos pasos, pero solo tomé impulso justo cuando se levantó comenzó la verdadera batalla.

El misterio de un amor  |  Nueva versiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora