EPÍLOGO II

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ONMNISCIENTE.

La situación en Rusia era peligrosamente calmada teniendo a Darío Rurik como alto jefe de la mafia y con el rumor de que su propio hijo, Dagmar Rurik, lo traicionó yéndose con una hembra.

Una hembra, un vil ser humano tratado como animal, nombrándola como lo que todo el mundo decía que era: la hembra del jefe.

Su nombre zumbaba en los oídos de todos los habitantes rusos, algunos confundidos, otros esperanzados y el resto, furiosos. Todo porque utilizó las mismas armas que alguna vez la obligaron a aprender, la manipulación.

Dagmar Rurik, fue uno de los primeros en caer cediendo su poder ante ella. Le dio todo y en la privacidad de su fortaleza decían que se arrodillaba por sus juegos y su belleza.

Eso era mentira.

Dagmar antes de Olivia no tenía nada más que lo que su padre le brindaba con mucho esfuerzo y él solo ha podido querer a pocas personas en su vida, aprendió a hacerlo en silencio siendo demasiado inteligente como para no mencionárselo ni a su sombra. Toda su riqueza se la dejó a su padre, no tenía nada sentimental que lo atara a él.

Lo abandonó todo por ella. Mejor, dicho por su visión del futuro.

El Viejo fue la persona que le hizo ver a la rusa su capacidad y decidió alentarla a seguir un camino lento de venganza. Él sí le dio todo junto con lo que su familia le dejó, quedando como única heredera Ferguson Fedorova.

Pero... ¿De qué servía si su alma estaba vacía?

Su cumpleaños se acercaba y los recuerdos comenzaban a mostrarle los horrores de su última celebración. Sobrevivía para sacarle su alma a los hombres que le quitaron lo que más amaba.

Tomaba una copa de vino, mirando la tormenta que caía y no le importaba mojarse, tampoco que su copa tuviera agua de lluvia. La brisa hacía que su piel se erizara. Miró al cielo unos segundos y agachó la cabeza.

—No puedo sentirlo, lo quiero aquí, a mi lado —murmuró.

Su reloj mostró un pequeño punto rojo en Greehard, Canadá, se movía veloz, así que supuso que iba en algún auto. El mensaje que le llegó se lo confirmo.

—Va al oeste, hacia la pista de aterrizaje, subirá al jet en menos de media hora, estará en Ámsterdam antes de lo planeado —informó el parlante del reloj.

Suspiró sin mucha emoción.

Fue egoísta ponerlo en su camino sabiendo que no podría tenerlo, se obligó a si misma a pensar que era lo mejor. Ella no caería en el impulso de ir a buscarlo, tenía misiones que planear y países a los que aterrorizar, tenerlo era un lujo.

Ni siquiera por él iba a detenerse.

Esa era Olivia, no Eliana. Beaumont botaría todo y se arrojaría a sus brazos, Ferguson no, ella se despediría de lejos y daría la vuelta sin detenerse, aunque dejara su corazón.

—Vas a resfriarte y no quiero limpiar tus mocos —soltó él detrás.

Se tomó lo último de su copa, que no era muy agradable el sabor por las gotas de lluvia que se filtraron. A ella no le importó. Llegó de frente hasta Dagmar y le ordenó.

—Sírveme. —Él lo hizo casi hasta el tope sin titubear—. No puedo enfermarme, agradécele a los honorables coroneles del cuartel P03 por la orden que emitieron hacía mí —argumentó sin ganas.

—Soy igual que tú, no necesitas recordarme nada.

Él también había sido tratado, pero no por las mismas razones que la mujer del frente, más bien, orden de su padre. Su fallido intento de tener hijos con mayor resistencia en combate y bajo el campo, como armas funcionales.

El misterio de un amor  |  Nueva versiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora