47. Trenzas francesas

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C U A R E N T A    Y    S I E T E

DANIEL RICHMOND.

28 de diciembre de 2019.

Había renunciado a mi carrera de criminología y obviamente, a las prácticas, ese mundo no era para mí ni siquiera me gustaba ver cadáveres, aquello solo hacía que los recordara a ellos y se me oprimía el corazón de solo imaginarlos.

—Dan, hijo —llamó mi madre desde la puerta de mi habitación— ¿Puedes peinar a Melissa, mientras me ducho? Es que no quiere hacerlo ella —explicó.

—¿Melissa no queriendo peinarse? ¿Cuándo? —pregunté con sarcasmo, levantándome de mi cama.

Toqué antes de entrar y escuché su leve "entra", estaba sentada frente al tocador con la toalla envuelta en su cabeza y su palidez me hacía saber que no había comido nada, era obvio que mi mamá iba a obligarla a desayunar antes que se fueran a la boutique.

—¿Qué peinado quieres? —le pregunté, a lo que se encogió de hombros sin muchas ganas.

—Lo que sea.

Se despertó de mal humor por las pastillas, lo sabía, ella las odiaba, pero no podía dejar de tomarlas. Era algo que haría la mayor parte de su vida hasta que se estabilice su parte emocional, aunque todavía había un riesgo de episodios.

—Bien, te haré unas trenzas ¿Qué dices? —busqué su opinión.

Vi una pequeña sonrisa en sus labios. A ella le gustaban mucho las trenzas, sobre todo...

—Trenzas francesas —respondió.

Asentí comenzando a quitarle la toalla húmeda y su cabello salió a relucir como una bola de hilos enredados. Tuve que ponerle crema para peinar varias veces y comencé a darle pequeñas pasadas para no jalarle el cabello.

—Terminé una tarea de matemáticas —comentó de repente y me sorprendí.

—¡Wow! Eso es bueno, me da gusto, rojita —felicité.

—Seguro todo está mal, soy muy bruta para matemáticas.

—No lo eres, además solo te hace falta repasar los temas, de todos modos, habías dicho que la aprobaste ¿No?

Se quedó callada unos momentos y su carita me decía que la respuesta era diferente.

—Bueno, iba a aprobarla.

Dejé de peinarle y la miré por el espejo, me sonrió de forma fingida, parecía una mueca de asco, en vez que una sonrisa.

—No importa, mamá lo entenderá, ella tampoco era buena en matemáticas —opiné.

—¿Crees que se enoje? —negué con la cabeza, mordiendo el peine para tomar uno de sus mechones—. Yo creo que sí. —Repetí la acción de negar—. ¿De verdad crees que no se enoje? Es que tú nunca reprobaste alguna materia y yo todo el tiempo lo hago, siempre soy la que la decepciona.

—No lo eres —respondí entre dientes. Volví a tomar el cepillo en mis manos para sacar unos pequeños cabellos que se colaron entre la primera trenza—. Mira, mamá nunca te ha regañado hasta te ayuda, así que no creas que esta vez será diferente.

—Bueno si tú lo dices —zanjó, tendiéndome la primera liga, la cual tomé y le pasé la primera trenza por el hombro—. Te quedó bien, te doy un 5 de 10.

—¡¿Por qué?! —me escandalicé—. Dijiste que me quedó bien.

—Pues sí, pero mamá las hace mejor que tú, aparte solo es una, falta la otra.

El misterio de un amor  |  Nueva versiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora