29. Malos pasos

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V E I N T I N U E V E

DANIEL RICHMOND.

12 de noviembre de 2019.

Los establecimientos y casas pasaban como manchones por la ventana del Jeep de Eliana. No sé a dónde íbamos porque este no era el camino a mi casa. Cerré los ojos apoyando mi cabeza en el espaldar del asiento. Me dolía mi brazo y no me dejaron tomarme ninguna pastilla, supongo que era una clase de castigo.

No sé cuánto tiempo siguió manejando, se me hacía eterno el camino. Dormitaba un poco, pero todo sueño se fue cuando me di cuenta de lo conocido que era el trayecto.

—¿A dónde vamos?

—Cállate, Richmond.

—Silencio, Dan —dijo mi mamá al unísono de Eliana.

Ojalá se nos eche a perder el Jeep a mitad de camino o alguna brujería.

No pasó.

Reconocí el edificio y tuve que apartar la vista porque comenzaron a aparecer imágenes en mi cabeza que no entendía, el sonido se volvió nítido y se escuchaba el eco. Tuve que masajearme los parpados para calmar un poco la sensación, aunque estaba seguro de que comenzarían mis jaquecas.

—Ya, bájate —ordenó Eliana.

Y mi mamá la siguió hacia ese edificio, ella tenía razón no tocó ni se acercó un poco a la mochila del dinero, dejó que Eliana la tuviera colgada en el hombro.

—¿Qué están haciendo? No van a entrar, ¿verdad? —me ignoraron, subieron las escaleras y entraron—. ¿Por qué van a entrar? ¡No!

Comencé a seguirlas.

No, no, no, no, esto era mi culpa, yo hice que ella tuviera la obligación de devolver el dinero.

«Que no esté, que no esté, que no esté.» Pensé.

Llegué justo detrás de ellas cuando se toparon con uno de sus hombres.

—Las está esperando —murmuró él.

¡¿Cómo que las está esperando?!

Ninguna de mis protestas fue escuchada, ninguna de las dos me hacía caso, incluso olvidé mi dolor físico. ¿De verdad esto estaba pasando? No quería si quiera que dieran un paso más, pero parecían ignorarme épicamente.

—Ay ya, cállate, Daniel, fastidia tu voz —jactó Eliana.

—No, esto es una locura, ¿cómo te atreves a traer a mi mamá aquí?

—Ella lo propuso —habló de nuevo, mientras le abrían la puerta de esa oficina.

Ay, ¡qué mierda!

—Mamá... —quise intentar, pero preferí callarme por la mirada que me dio.

Fui el último en entrar y miré como él estaba picándole con furia al teclado de su laptop.

—Cámbiame este puto teclado de mierda que se atora como si estuviera esperando que se muera alguien desangrado —ordenó a uno de los hombres que nos trajeron.

Enseguida acataron su orden y le trajeron una laptop de repuesto. Siempre va a sorprenderme la velocidad con la que le obedecían y también el hecho de que ni siquiera lo miraran de forma directa, lo hacían todo sin titubear.

Una vez estuvimos solos, pensé que nos miraría o algo, pero no. Solo hizo un gesto con su mano hacía nosotros.

—¿Qué quieren? No me hagan perder el tiempo.

El misterio de un amor  |  Nueva versiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora