CAP I

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ANOCHE

CEMENTERIO DE MERIT


Victor se colocó las palas al hombro y pasó con cautela por encima de una tumba vieja, semihundida. Su gabardina se inflaba ligeramente y rozaba las lápidas mientras atravesaba el Cementerio de Merit, tarareando al caminar. El sonido se propagaba en la oscuridad como el viento. Hacía estremecer a Sydney, que lo seguía trabajosamente con su abrigo demasiado grande, sus leggins con los colores del arcoíris y sus botas de invierno. Los dos parecían fantasmas mientras zigzagueaban por el cementerio, ambos tan rubios y de tez tan blanca que podían pasar por hermanos, o quizá por padre e hija. No eran ninguna de las dos cosas, pero el parecido resultaba muy conveniente, ya que Victor no podía decirle a la gente que había recogido a Sydney unos días antes, al lado de una carretera empapada por la lluvia. Él acababa de escapar de la cárcel. A ella acababan de dispararle. Sus destinos se habían cruzado, o eso parecía. De hecho, Sydney era la única razón por la que Victor empezaba a creer en el destino.
Dejó de tararear, apoyó un pie ligeramente sobre una lápida y escudriñó la oscuridad. No tanto con los ojos como con la piel, o mejor dicho, con aquello que se arrastraba por debajo de su piel y se enredaba en su pulso. Aunque dejó de tararear, la sensación nunca desapareció: continuó con un leve zumbido eléctrico que solo él podía oír, sentir e interpretar. Un zumbido que le indicaba que había alguien cerca.
Sydney lo observó fruncir ligeramente el ceño.
-¿Estamos solos? -le preguntó.
Victor parpadeó, el ceño fruncido desapareció y en su lugar quedó la serenidad que siempre demostraba. Su zapato se retiró de la lápida.
-Solo nosotros y los muertos.
Siguieron avanzando hasta el centro del cementerio; las palas golpeaban con suavidad el hombro de Victor al caminar. Sydney pateó una roca suelta que se había desprendido de una de las tumbas más antiguas. Vio que, en un lado, tenía grabadas letras, partes de palabras. Quería saber qué decían, pero la roca ya había caído entre la maleza, y Victor seguía caminando con prisa entre las tumbas. Corrió para alcanzarlo, y varias veces estuvo a punto de tropezar y caer al suelo helado antes de llegar hasta él. Victor se había detenido, y estaba observando una tumba. Era reciente; la tierra estaba removida y había una lápida provisional hasta que se pudiera cortar una de piedra.
Sydney emitió un sonido, un leve gemido de incomodidad que nada tenía que ver con el frío cortante. Victor miró hacia atrás y le ofreció un asomo de sonrisa.
-Ánimo, Syd -le dijo, en tono ligero-. Será divertido.
A decir verdad, a Victor tampoco le gustaban los cementerios. No le gustaban los muertos, más que nada porque no podía afectarlos. A Sydney, en cambio, no le gustaban por el marcado efecto que producía en ellos. Mantuvo los brazos fuertemente cruzados sobre el pecho, y su pulgar enguantado acariciaba el punto en su brazo donde le habían disparado. Empezaba a convertirse en un tic.
Victor se volvió y hundió una de las palas en la tierra. Luego le arrojó la otra a Sydney, que abrió los brazos justo a tiempo para atraparla. La pala era casi tan alta como ella. Faltaban pocos días para que cumpliera trece, pero incluso para alguien de doce años y once meses, Sydney Clarke era menuda. Siempre había tenido poca estatura, y desde luego no la favorecía el hecho de que apenas había crecido un par de centímetros desde que había muerto.
Levantó la pala e hizo una mueca por el peso.
-Es broma, ¿no?
-Cuanto más rápido cavemos, antes nos iremos a casa.
En realidad, ir a casa era ir a una habitación de hotel donde no había más que la ropa robada de Sydney, la leche con cacao de Mitch y los archivos de Victor, pero esa era otra historia. De momento, ir a casa habría sido ir a cualquier sitio que no fuera el Cementerio de Merit. Sydney observó la tumba y sus dedos
aferraron con fuerza el mango de madera de la pala. Victor ya había empezado a cavar.
-¿Y si...? -preguntó, nerviosa-. ¿Y si los demás despiertan por casualidad?
-No lo harán. -Victor la tranquilizó-. Solo concéntrate en esta tumba.
Además... -Levantó la mirada-. ¿Desde cuándo les tienes miedo a los cadáveres, justamente tú?
-No les tengo miedo -replicó, demasiado rápido y con toda la fuerza de quien está acostumbrada a ser la hermana menor. Porque lo era. Solo que no de Victor.
-Míralo de esta manera -bromeó él, al tiempo que descargaba una pila de tierra sobre el césped-. Si los despiertas, no pueden ir a ninguna parte. Ahora cava.
Sydney se inclinó hacia adelante y empezó a cavar; el cabello rubio y corto le caía sobre los ojos. Los dos trabajaban a oscuras, y solo se oía el tarareo ocasional de Victor y los golpes sordos de las palas.
Chaf.
Chaf.
Chaf.

Una obsesión perversa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora