NOVENTA MINUTOS ANTES
DE MEDIANOCHE
EL HOTEL ESQUIRESydney estaba sentada en la silla del escritorio, rodeando con los brazos sus
rodillas. Su atención oscilaba entre el reloj de pared, el reloj del ordenador (el de
pared estaba noventa segundos adelantado) y el botón de «Publicar», iluminado
en verde brillante en el programa que estaba abierto en la pantalla de Mitch.
Justo encima del botón estaba el perfil que habían creado. Arriba se leía Victor
Vale, y como segundo nombre, Eli. Donde debería estar su fecha de nacimiento,
estaba escrita la fecha actual. En el espacio reservado a su último paradero
conocido, figuraba la dirección de la obra en construcción del Falcon Price.
Todos los demás espacios —aquellos reservados para los antecedentes, para uso
policial—, estaban llenos con una sola palabra que se repetía: medianoche.
A la izquierda del perfil estaba la fotografía, o mejor dicho, el espacio
reservado para ella. En lugar de fotografía, estaba la imagen de las letras gruesas
del lomo del libro, que formaban la palabra VALE.
El libro que habían usado para la foto, el que había comprado Victor durante
su caminata del día anterior, estaba debajo de la pila de papeles que Sydney
debía empezar a quemar pronto, y encima de todo estaba el mechero azul, como
un toque de color. Sacó el enorme libro de debajo de las carpetas y recorrió la cubierta con el pulgar. Lo había visto antes, o había sido uno igual. Sus padres
tenían un juego en su estudio (con los lomos intactos, claro está). Sydney abrió
el libro y fue a mirar la primera página, pero era un muro negro. Siguió pasando
las hojas, y vio que cada una de las primeras treinta y tres páginas estaba
sistemáticamente tachada. El Sharpie que estaba entre las páginas treinta y tres y
treinta y cuatro sugería que la única razón por la que las siguientes páginas
estaban intactas era que Victor aún no había llegado a ellas. Solo mientras volvía
a pasar esas páginas hacia la portada del libro, Sydney reparó en dos palabras
que se habían salvado del marcador negro.
Para y siempre.
Era obvio que Victor había querido separar las palabras.
Para.
Siempre.
Pasó los dedos por la página, pensando que se le mancharían, pero no fue así.
Dol gimoteó levemente debajo de la silla, donde había logrado meterse de
alguna manera, o al menos buena parte de su mitad delantera; Sydney cerró el
libro y miró el reloj. Tanto el reloj de pared como el del ordenador indicaban que
eran más de las diez y media. El dedo índice de Sydney se acercó a la pantalla.
Sabía lo que significaba pulsar ese botón.
Incluso sin conocer el plan de Victor, sabía que, si apretaba «Publicar» no
habría vuelta atrás, y al menos uno de ellos moriría, y al día siguiente todo
volvería a ser horrible.
Ella estaría sola.
De una u otra manera, sola. Una EO con un brazo herido y una hermana que
quería verla muerta, que tenía un don extraño y vil y padres ausentes, y que tal
vez huiría o tal vez la matarían también. Nada de eso le resultaba demasiado
atractivo.
Pensó por un momento en no pulsar el botón. Podía fingir que el ordenador se
había colgado, ganar un día más. ¿Por qué Victor tenía que hacer eso? ¿Por qué él y Eli tenían que encontrarse? Pero, al mismo tiempo que se planteaba esas
preguntas, conocía la respuesta. La conocía porque su pulso se aceleraba,
desafiante, al pensar en Serena; porque, aunque la razón le indicaba que debía
alejarse lo más posible de su hermana, la gravedad del deseo volvía a atraerla.
No lograba salirse de la órbita.
Pero sí podía evitar caer. ¿Acaso Victor no podía esperar un poco más? ¿No
podían mantenerse en el aire? ¿Seguir con vida? Pero entonces recordó la
advertencia de Mitch —«en este juego no hay hombres buenos»— y, cuando
cerró los ojos para no pensar en eso, vio a Victor Vale, no como estaba aquel
primer día bajo la lluvia, ni siquiera como cuando ella lo había despertado sin
querer, sino como estaba esa misma tarde, de pie junto al cadáver del policía,
con el aire vibrando a su alrededor mientras le ordenaba revivir al muerto.
Sydney abrió los ojos y pulsó el botón «Publicar».
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Una obsesión perversa
Teen FictionVíctor y Eli eran dos estudiantes universitarios brillantes pero arrogantes que reconocían, el uno en el otro, la misma agudeza y la misma ambición. En el último año de su carrera, el interés compartido por la adrenalina, las experiencias cercanas a...