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Hace dos días
El hotel ESQUIRE

Victor oyó que algo se rompía, y al bajar la mirada descubrió que había aferrado
el vaso con demasiada fuerza y lo había roto. Tenía trozos de cristal en la mano,
y por sus dedos corrían franjas rojas. Abrió el puño, y el vaso roto cayó por
encima de la barandilla hasta los arbustos del restaurante del hotel, seis pisos
más abajo. Observó los fragmentos que aún tenía clavados en la palma de la
mano.
No los sentía.
Victor entró y se dirigió al fregadero. Allí se quitó de la piel los fragmentos de
cristal más grandes y los observó resplandecer en el acero inoxidable. Se sentía
torpe, entumecido, incapaz de quitarse los trocitos más pequeños; entonces cerró
los ojos, inhaló lentamente y empezó a dejar entrar otra vez el dolor. Pronto le
ardía la mano, y tenía en la palma un dolor sordo que lo ayudó a descubrir dónde
quedaban restos de cristal clavados. Terminó de extraerlos y se quedó
observando su mano ensangrentada; unas oleadas leves de dolor ascendían por
su muñeca.
ExtraOrdinario.
La palabra que lo había empezado —arruinado, cambiado— todo.
Frunció el ceño y aumentó la sensibilidad de sus nervios como quien sube el
volumen de una radio. El dolor se aguzó y se extendió como un hormigueo que irradiaba desde la palma de la mano, bajaba por los dedos y subía por la muñeca.
Volvió a subir el volumen e hizo una mueca cuando el hormigueo se convirtió en
un manto de dolor que se extendía sobre su cuerpo, ya no apagado sino agudo
como un cuchillo. Sus manos empezaron a temblar, pero Victor continuó
girando en su mente el selector de volumen hasta que estaba ardiendo,
quebrándose, haciéndose pedazos.
Se le aflojaron las rodillas, y se sostuvo de la encimera con una mano
ensangrentada. El dolor se apagó como un fusible quemado, y Victor quedó con
ánimo sombrío. Se afirmó. Aún estaba sangrando, y sabía que debería ir en
busca del botiquín de primeros auxilios que había traído del coche para Sydney.
No por primera vez, Victor deseó poder hacer un intercambio de capacidades
con Eli.
Pero primero limpió la sangre de la encimera y se sirvió otra copa.

Una obsesión perversa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora