CUATRO HORAS ANTES
DE MEDIANOCHE
EN EL CENTRO DE MERITVictor regresó al hotel con una bolsa de comida bajo el brazo. En realidad, ir a
comprarla había sido una excusa para escapar de los confines de la habitación
del hotel, una oportunidad de respirar e idear un plan. Caminaba por la acera con
paso tranquilo y semblante sereno. Desde la reunión con el agente Dane, la
llamada de Eli y el ultimátum de medianoche, la cantidad de policías que había
en las calles había aumentado drásticamente. No todos estaban de uniforme,
claro, pero sí alertas. Mitch había borrado del sistema toda evidencia fotográfica,
desde las fotos de perfil de la Universidad Lockland hasta las fotos de su ingreso
en Wrighton. Lo único que tenían los policías de Merit era un dibujo infantil, el
recuerdo del propio Eli (desactualizado tras diez años, ya que, a diferencia de él,
Victor sí había envejecido), y descripciones del personal de la cárcel. Aun así, no
podía descuidarse. El tamaño de Mitch lo hacía terriblemente notable, y Sydney
se destacaba por ser una niña. Solo Victor, lógicamente el más buscado del
grupo, tenía un mecanismo de defensa. Sonrió para sí al pasar cerca de un
policía. Este nunca levantó la vista.
Victor había descubierto que el dolor era una sensación con matices
espectaculares. Una cantidad grande y repentina podía incapacitar, desde luego, pero tenía muchas más aplicaciones prácticas que la tortura. Victor descubrió
que, al infligir un dolor sutil en quienes se encontraban dentro de un radio
determinado, podía inducir una aversión subconsciente a su presencia. Las
personas no registraban el dolor, pero se apartaban muy ligeramente de él. La
atención de ellos también parecía esquivarlo, lo cual otorgaba a Victor cierta
invisibilidad. Le había servido en la cárcel y le servía ahora.
Victor pasó frente a la obra en construcción abandonada del edificio Falcon
Price, volvió a mirar el reloj y se maravilló de la estructura de la venganza, del
hecho de que tantos años de espera, planificación y deseo se hubieran reducido ahoras, minutos incluso, de llevar a cabo el plan. Se le aceleró el pulso por el
entusiasmo mientras regresaba al Esquire.
Eli dejó a Serena junto a la acera del Esquire con la única recomendación de queprestara atención y le avisara si observaba cualquier cosa fuera de lo común.
Victor iba a enviarle otro mensaje, solo le faltaba saber cuándo, y mientras el
reloj seguía marcando los minutos que faltaban para la medianoche, Eli sabía
que su grado de control dependería casi por completo de la rapidez con que
recibiera el mensaje. Cuanto más tarde fuera, menos tiempo tendría para planear,
para prepararse, y estaba seguro de que esa era la intención de Victor:
mantenerlo a oscuras el mayor tiempo posible.
Ahora estaba detenido con el motor en marcha en la zona de descenso de
pasajeros frente al hotel. Se quitó la máscara, la dejó en el asiento del
acompañante, y buscó el perfil de Dominic Rusher. Rusher llevaba apenas unos
meses en la ciudad, pero ya tenía antecedentes con la policía de Merit: una lista de delitos menores que consistían casi exclusivamente en cargos por ebriedad y
alteración del orden público. La gran mayoría de los problemas no habían
surgido de la pocilga de apartamento en el que vivía, en la zona sur de la ciudad,
sino de un bar. Un bar en particular. Los tres cuervos. Eli conocía la dirección.
Se alejó del hotel, y por muy poco no se cruzó con Victor y su bolsa de comida.
En el vestíbulo del Esquire había dos policías, que estaban prestando toda su
atención a una joven rubia que estaba de espaldas a las puertas giratorias del
hotel. Victor entró sin ser visto y se dirigió a la escalera. Cuando llegó a la
habitación, encontró a Sydney leyendo en el sofá, con Dol acostado bajo sus
pies, y a Mitch bebiendo de un cartón junto a la encimera al tiempo que, con una
mano, escribía un código en su portátil.
—¿Has tenido algún problema? —le preguntó Victor, mientras apoyaba la
comida.
—¿Con el cuerpo? No. —Mitch dejó el cartón a un lado—. Pero no fue fácil
con la policía. Cielos, Vale, están por todas partes. Y yo no paso inadvertido.
—Para eso están las entradas de los garajes. Además, solo faltan unas horas…
—Sobre eso… —Empezó Mitch, pero Victor estaba ocupado escribiendo algo
en un papel. Se lo acercó—. ¿Para qué es esto?
—Es el usuario y la contraseña de Dane. Para la base de datos. Necesito que
prepares un nuevo perfil marcado.
—¿Y a quién vamos a marcar? —preguntó. Victor sonrió, y se señaló a sí
mismo. Mitch rezongó—. Supongo que tiene que ver con lo de esta noche.
Victor asintió.
—El edificio Falcon Price. Planta baja.
—Ese lugar es una jaula. Te van a atrapar.
—Tengo un plan —repuso Victor sencillamente.
—¿Quieres contármelo?
Victor no dijo nada. Mitch gruñó.
—No voy a usar tu foto. Me llevó muchísimo tiempo borrarla de todos los
sistemas.
Victor miró alrededor. Su mirada se posó en el último libro de autoayuda de los Vale que había estado tachando. Lo recogió y le enseñó a Mitch el lomo,
donde se leía VALE en letras mayúsculas brillantes.
—Esto servirá.
Mitch siguió mascullando mientras tomaba el libro y se ponía a trabajar.
La atención de Victor volvió a Sydney. Llevó al sofá un envase de fideos, se
sentó en los cojines de cuero y se lo ofreció. Sydney dejó a un lado la carpeta de
los EO muertos y aceptó la comida; sus dedos se cerraron en torno al envase aún
caliente. No comió. Él tampoco. Victor clavó la mirada más allá de los ventanales, escuchando a Mitch mientras este componía el perfil. Ardía de ganas
de tachar líneas de texto, pero Mitch estaba usando su libro, así que cerró los
ojos e intentó hallar silencio, paz. No imaginó un campo abierto, un cielo azul ni
gotas de agua. Se maginó apretando el gatillo tres veces, la sangre en el pecho de
Eli en los mismos puntos en que había sangrado el suyo; se imaginó cortándole
la piel, observando cómo desaparecían los cortes para volver a hacerlo, una y
otra y otra vez. ¿Ya tienes miedo?, le preguntaría, cuando el suelo estuviera
mojado con la sangre de Eli. ¿Tienes miedo?
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Una obsesión perversa
Teen FictionVíctor y Eli eran dos estudiantes universitarios brillantes pero arrogantes que reconocían, el uno en el otro, la misma agudeza y la misma ambición. En el último año de su carrera, el interés compartido por la adrenalina, las experiencias cercanas a...