CAP XlX

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CUATRO HORAS Y MEDIA ANTES
DE LA MEDIANOCHE
LOS SUBURBIOS DE MERIT


Zachary Flinch vivía solo.
De eso, Serena se dio cuenta incluso antes de verlo. El jardín delantero era una
maraña de malezas, el coche aparcado en la entrada de grava tenía dos ruedas de
repuesto, la puerta con mosquitero estaba desgarrada, y alrededor de un árbol
medio muerto había una cuerda cortada por los dientes de lo que fuera que
hubiera estado atado allí. Fuera cual fuese su poder, si realmente era un EO, era
obvio que no lo hacía ganar dinero. Serena frunció el ceño y reconstruyó el perfil
de memoria. Toda la página de datos había sido inocua, salvo por la inversión: el
Principio de Renacimiento, como lo llamaba Eli, una recreación del yo. No era
necesariamente algo positivo, ni siquiera voluntario, pero siempre era marcado,
y Flinch tenía una gruesa marca roja en ese casillero. Después de su trauma, todo
había cambiado en su vida. Y no habían sido cambios sutiles, sino absolutos. De
estar casado y tener tres hijos había pasado a estar divorciado, desempleado y
con una orden de alejamiento. Su supervivencia —o, mejor dicho, su
resurrección— debería haber sido motivo de celebración, de alegría. En lugar de
eso, todos lo habían abandonado. O él los había ahuyentado. Había consultado a
montones de psiquiatras y le habían recetado antipsicóticos, pero a juzgar por el estado de su jardín, no estaba en buenas condiciones.
Serena llamó a la puerta, preguntándose qué podía asustar a un hombre hasta
el punto de llevarlo a desperdiciar su vida después de haber vencido a la
mismísima muerte.
Nadie atendió. El sol se había puesto en el horizonte, y al exhalar se formaban
pequeñas nubes de vapor en el anochecer. Volvió a golpear, y oyó el sonido de
un televisor en el interior. Eli suspiró y apoyó la espalda contra la pintura
descascarillada de la pared, junto a la puerta.
—Hola —llamó Serena—. ¿Señor Flinch? ¿Podría venir a la puerta?
Se oyó un sonido de pasos arrastrados, y momentos después apareció Zach
Flinch en la puerta, vestido con vaqueros y un viejo polo. Ambos le iban
demasiado grandes, como si se hubiera consumido desde que se los había puesto.
Por encima del hombro de Flinch, Serena vio la mesa de café atiborrada de latas
vacías, y había cajas de comida comprada apiladas en el suelo.
—¿Quién es usted? —preguntó el hombre, con voz ronca. Tenía ojeras oscuras
y le temblaba la voz.
Serena tenía la carpeta de Flinch apretada contra el pecho.
—Una amiga. Solo quiero hacerle algunas preguntas.
Flinch gruñó, pero no le cerró la puerta en la cara. Ella siguió mirándolo a los
ojos para que el hombre no viera a Eli, que estaba medio metro a la derecha de
él, aún con la máscara de héroe puesta.
—¿Su nombre es Zachary Flinch? —preguntó Serena.
El hombre asintió.
—¿Es verdad que el año pasado tuvo un accidente minero? ¿Un túnel que se
derrumbó?
Flinch asintió.
Serena vio que Eli empezaba a impacientarse, pero no había terminado. Quería
saber.
—Después de su accidente, ¿cambió algo? ¿Cambió usted? Los ojos de Flinch se agrandaron con sorpresa, pero aun así, volvió a asentir,
con una expresión entre confundida y complaciente. Serena sonrió.
—Entiendo.
—¿Cómo me ha encontrado? ¿Quién es usted?
—Como le he dicho, soy una amiga.
Flinch dio un paso adelante, cruzando el umbral. Sus zapatos se enredaron en
las malezas de un marrón verdoso que intentaban apoderarse del porche.
—No quería morir solo —murmuró—. Eso es todo. Allá abajo, en la
oscuridad, no quería morir solo, pero no quería esto. ¿Puede hacer que paren?
—¿Hacer que pare qué, señor Flinch?
—Por favor, haga que se vayan. Dru tampoco podía verlos hasta que se los
mostré, pero están por todas partes. Yo no quería morir solo, nada más. Pero no
lo soporto. No quiero verlos. No quiero oírlos. Por favor, haga que paren.
Serena extendió la mano.
—¿Por qué no me muestra lo q…?
El resto de la palabra se perdió cuando Eli levantó la pistola hasta la sien de
Zach Flinch y apretó el gatillo. La sangre salpicó la pared y el pelo de Serena, y
le llenó el rostro de pecas rojas. Eli bajó el arma e hizo la señal de la cruz.
—¿Por qué has hecho eso? —exclamó Serena, furiosa.
—Él quería que los hiciéramos parar —respondió Eli.
—Pero yo no había terminado…
—Fue un acto de piedad. Estaba enfermo. Además, confirmó que era un EO
—agregó Eli, al tiempo que se encaminaba al coche—. Ya no era necesaria una
demostración.
—Tienes un complejo muy grande —replicó ella—. Siempre necesitas tener el
control.
Eli soltó una risita burlona.
—Y lo dice la sirena.
—Yo solo quería ayudarlo.
—No —replicó Eli—. Querías jugar.
Se alejó hecho una furia.
—Eli Ever, detente.
El zapato de Eli se atascó en la grava y no pudo moverse. Aún tenía la pistola
en la mano. Durante un brevísimo instante, Serena se dejó dominar por su
temperamento, y tuvo que morderse la lengua para no hacer que él se apuntara a
sí mismo con el arma. El impulso se aplacó. Bajó los escalones y pasó por
encima del cadáver de Flinch al acercarse a Eli por detrás. Lo abrazó a la altura
de la cintura y le dio un beso en la nuca.
—Sabes que no quiero este tipo de control —susurró—. Ahora guarda la
pistola. —Eli volvió a enfundar el arma—. Hoy no vas a matarme.
Eli se volvió hacia ella, le rodeó la espalda con las manos ahora vacías, la
atrajo hacia él y sus labios le rozaron la oreja.
—Uno de estos días, Serena —susurró—, se te va a olvidar decir eso.
Ella se puso tensa entre sus brazos, y se dio cuenta de que él lo había
percibido, pero contestó con voz ligera y serena.
—Hoy no.
Eli la soltó, se volvió hacia el coche y le abrió la puerta.
—¿Vienes conmigo? —le preguntó, mientras bajaban a la calle por la grava—.
¿A buscar a Dominic?
Serena se mordió el labio y meneó la cabeza.
—No. Ve tú y diviértete. Yo voy a volver al hotel a lavarme el pelo antes de
que la sangre me lo manche. Déjame allí primero.
Eli asintió, visiblemente aliviado, y aceleró. Flinch quedó en el porche, con
una mano sin vida colgando entre la maleza.

Una obsesión perversa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora