CAP XXVI

11 2 0
                                    

DOS HORAS ANTES DE


MEDIANOCHE


EL BAR LOS TRES CUERVOS


Eli desbloqueó su teléfono con un golpecito y se puso tenso al ver la hora. Victor


seguía sin aparecer, y Dominic era como un elemento fijo del bar. Frunció el


ceño y marcó el número de Serena, pero ella no contestó. Cuando escuchó su


contestador, Eli cortó la llamada a toda prisa, antes de que las palabras suaves y


melódicas de Serena pudieran darle instrucciones. Pensó en la amenaza de


Victor.


Es astuto usar la base de datos de la policía para encontrar a tus objetivos.


Me siento un poco insultado porque todavía no aparezco en ella, pero dales


tiempo. Acabo de llegar.


Eli se conectó a la base de datos, con la esperanza de hallar algún indicio, pero


eran más de las diez, y el único perfil marcado pertenecía al hombre que estaba


instalado en la barra, acunando su tercer vaso de whisky con refresco de cola. Eli


frunció el ceño y guardó el teléfono. Aparentemente, su anzuelo no estaba


atrayendo a ningún pez. El asiento contiguo al de Dominic se desocupó -se


había ocupado y desocupado tres veces en el transcurso de aquella hora- y Eli,


cansado de esperar, terminó su cerveza y se deslizó hasta el borde del asiento.


Estaba a punto de levantarse para acercarse a Dominic cuando apareció unhombre, se acercó a la barra y se sentó en ese taburete.


Eli se detuvo y se quedó en el borde del asiento.


Había visto antes a aquel hombre. En el vestíbulo del Esquire, y si bien en el


bar su presencia resultaba menos sorprendente -su aspecto era más acorde al de


los habituales de Los tres cuervos que a la clientela del hotel de cuatro estrellas


-, su presencia lo sobresaltó. Había algo más en él. La primera vez que lo había


visto no lo había pensado, pero allí, tras la presentación en la comisaría de


policía de Merit, le resultó obvio. No existían fotografías de Mitchell Turner, el


cómplice de Victor, pero sí había descripciones generales: alto, corpulento,


cabeza rapada, tatuado. Esa descripción se ajustaba a decenas de hombres, pero


¿cuántos se cruzarían en el camino de Eli dos veces en dos días?


Hacía mucho que Eli había abandonado la noción de casualidad.


Si ese hombre era Turner, Victor no podía estar lejos.


Recorrió el bar con la mirada, en busca del pelo rubio de Victor y su sonrisa


mordaz, pero no vio a nadie que se le pareciera, y cuando volvió a mirar hacia la


barra, Mitchell estaba hablando con Dominic Rusher. Su corpachón estaba


inclinado hacia el exsoldado como una sombra, y aunque el bullicio del lugar no


le permitió oír la conversación, Eli vio que sus labios se movían con rapidez, y


que Dominic se tensaba al oírlo. Y luego, apenas un momento después de


sentarse, Mitchell volvió a levantarse. Sin ordenar nada, sin otra palabra. Eli lo


observó mirar alrededor, vio cómo sus ojos lo pasaron de largo sin registrarlo, y


se posaron en el cartel que decía SERVICIOS con luz amarilla de neón. Mitchell


Turner se encaminó hacia allá, y al hacerlo pasó entre Dominic y el resto del bar;


por un momento, apenas un abrir y cerrar de ojos, su enorme cuerpo ocultó al


hombre. Cuando terminó de dar el paso, cuando cruzó de un lado del exsoldado


al otro, Dominic había desaparecido.


Y Eli estaba de pie.


El taburete donde había estado su objetivo durante casi una hora de pronto


estaba desocupado, y no había rastros de Dominic Rusher por ninguna parte. No es posible, podría haber pensado el cerebro de Eli. Solo que Eli sabía que era


muy posible, demasiado posible. En la mente de Eli, la pregunta de a dónde


había ido el hombre era secundaria a por qué, y esa pregunta tenía una sola


respuesta. Lo habían asustado. Lo habían prevenido. La mirada de Eli recorrió el


salón hasta que vio cerrarse la puerta del baño de hombres detrás de Mitchell


Turner.


Dejó un billete sobre la mesa, junto a su vaso vacío, y lo siguió.

Una obsesión perversa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora