CAP XXXVI

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DOS NOCHES MÁS TARDE
CEMENTERIO DE MERIT


Sydney volvió a colocarse la pala al hombro.
El aire estaba frío pero era una noche clara; la luna iluminaba las lápidas rotas
y las depresiones en el césped mientras caminaba por el cementerio, con Dol
trotando a su lado. La segunda vez había sido más difícil revivirlo, pero ahora
iba a su lado, como si su vida estuviera verdaderamente atada a la de ella.
Mitch los seguía de cerca, con dos palas más. Se había ofrecido a cargar
también la de ella, pero a Sydney le parecía importante hacerlo ella misma.
Dominic venía varios metros más atrás, embriagado de analgésicos y whisky,
tropezando cada poco con alguna mata o alguna piedra suelta. A Sydney no le
gustaba así, inútil por tanto alcohol y antipático por tanto dolor, pero intentaba
no pensar en eso. Tampoco quería pensar en su propio dolor, en la herida de bala
que aún le quemaba el brazo mientras el músculo y la piel sanaban lentamente.
Esperaba que le quedara una cicatriz, algo que pudiera ver, que le recordara el
momento en que todo había cambiado.
Aunque no creía que alguna vez fuera a olvidarlo.
Volvió a colocar la pala sobre el hombro y se preguntó si Eli viviría para
siempre, y cuánto de esa eternidad se podía recordar, especialmente si no
quedaba ninguna marca.
A propósito, Eli había sido un festín para la prensa.
Ella y Mitch lo habían visto en las noticias. El demente que había asesinado a
dos personas en el edificio Falcon Price y que todo el tiempo afirmaba ser una
especie de cazador de monstruos, un héroe. La prensa decía que había matado a
una joven en el terreno de la obra en construcción y había incinerado su cuerpo,
y luego había torturado y asesinado a un exconvicto en la planta baja. La
identidad de la mujer no había trascendido —tendrían que basarse en sus fichas
dentales— pero Sydney sabía que era Serena. Lo supo incluso antes de hacer que
Mitch hackeara los informes del forense. Percibía la ausencia de su hermana,
aquel lugar en ella misma donde antes estaban los hilos que las unían. Lo que no
sabía era por qué Eli lo había hecho. Pero pensaba averiguarlo.
A la prensa no le interesaba tanto Serena como Eli.
Aparentemente, lo habían encontrado de pie junto al cadáver de Victor,
cubierto de sangre, con el cuchillo en la mano y gritando que era un héroe. Que
los había salvado a todos. Al ver que nadie le creía aquello del héroe, había
intentado declarar que había sido una pelea. Pero dado que su contrincante
estaba cubierto de cortes y él no tenía un solo rasguño, eso tampoco le había
salido muy bien. Además, con los papeles que habían encontrado en el bolso de
Eli en la habitación del hotel —obviamente no había tenido la misma previsión
que Victor de quemar cualquier cosa que pudiera servir de prueba— la cantidad
de víctimas de Eli trepó rápidamente a los dos dígitos. Los telediarios no
mencionaron la participación de la policía de Merit en buena parte de los
asesinatos recientes, pero ahora Eli esperaba el juicio y una evaluación
psiquiátrica.
Por supuesto, no se mencionaba que fuera un EO, pero ¿por qué iban a
hacerlo? Lo único que significaba para Eli era que, si alguien lo acuchillaba en la
cárcel, él sobreviviría y volvería a ocurrirle lo mismo. Si tenía suerte, lo
pondrían en aislamiento, como a Victor. Sydney esperaba que no lo pusieran en
aislamiento. Pensaba que tal vez, si descubrían que podía curarse a sí mismo,
herirlo pasaría a ser el juego más popular en toda la cárcel. Sydney tomó nota mentalmente de filtrar ese detalle dondequiera que Eli fuera
a parar.
Había demasiado silencio en el cementerio; solo se oían sus pasos
amortiguados por el césped en la oscuridad, por eso Sydney intentó tararear
como lo había hecho Victor cuando habían ido a desenterrar a Barry. Pero no
sonaba bien en sus labios; resultaba triste y espeluznante, así que calló y se
concentró en seguir el mapa que había dibujado con un Sharpie en el dorso de su
mano. Lo había dibujado a la luz del día, pero el cementerio de Merit, como la
mayoría de las cosas, parecía diferente por la noche.
Por fin divisó la tumba reciente y apretó el paso. La tumba no tenía ninguna
marca salvo el libro de Victor, que Sydney había colocado como una señal sobre
el montículo de tierra aquella mañana, tras esperar a la sombra de un ángel de
piedra hasta que los sepultureros terminaron y se retiraron. Aquel detective,
Stell, también había estado presente. Se había quedado hasta ver que bajaban el
féretro en la tumba y lo cubrían con tierra.
Mitch la alcanzó, y los dos contemplaron la tumba un momento. Luego
Sydney clavó su pala en el suelo y puso manos a la obra. Dol empezó a pasearse
por las cercanías, pero sin perder nunca de vista a Sydney, y a la larga Dominic
también se acercó, se sentó sobre una lápida y montó guardia mientras los otros
dos cavaban.
Chaf.
Chaf.
Chaf.
Hundieron las palas en la tierra hasta que el aire parecía más templado y la
noche, menos oscura, y a lo lejos la luz empezó a acariciar el horizonte, entre los
edificios de Merit. En algún momento antes del amanecer, la pala de Sydney
tocó madera; entonces retiraron lo que quedaba de tierra encima del ataúd y
levantaron la tapa.
Sydney observó el cadáver de Victor. Luego se apoyó en el borde del féretro y le apoyó las manos en el pecho, hasta donde pudo alcanzar. Un momento
después, un frío le subió por los brazos. Sydney contuvo la respiración, y bajo
sus manos despertaron unos latidos; Victor Vale abrió los ojos, y sonrió.

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