EL OTOÑO PASADO
UNIVERSIDAD DE MERIT
Serena acompañó a los detectives a la salida, y al regresar a la cocina, encontró a
Eli pálido y sosteniéndose de los bordes del fregadero. Todo su cuerpo estaba
contraído, y la tensión que había en su rostro era algo que ella nunca había visto,
no en su presencia, no desde el accidente, y se estremeció de gusto. Eli parecía
furioso. Con ella. Lo observó quitarse la pistola de la espalda y apoyarla en la
encimera, pero dejó la mano encima del arma.
—Debería matarte —gruñó—. De verdad, debería matarte.
—Pero no lo harás.
—Estás loca. Stell está investigando mis asesinatos, y tú acabas de dejarlo
entrar.
—No sabía eso de ti y Stell —repuso Serena, en tono despreocupado—. En
realidad, es aún mejor.
—¿Cómo es eso?
—Porque la idea era demostrarte algo.
—¿Que te has vuelto loca?
Serena hizo pucheros.
—No. Que te sirvo más si estoy viva.
—Creí que querías morir —dijo Eli—. Y traer a un hombre al que vengo
eludiendo desde hace una década no te va a congraciar conmigo, Serena. ¿No crees que la mente de Stell debe estar trabajando, más allá de ese hechizo que le
has echado?
—Cálmate — respondió simplemente ella. Y en efecto, vio que la ira se
disipaba, y lo observó intentar aferrarse a ella a medida que se desvanecía. Se
preguntó qué se sentiría estar bajo su influencia.
Los hombros de Eli se aflojaron, y soltó la encimera mientras Serena hojeaba
la carpeta que les había dejado el agente Dane. Levantó una hoja y dejó que las
demás cayeran sobre la mesa. Sus ojos recorrieron la página, distraídos. Un
hombre de veintitantos años, apuesto a no ser por una cicatriz que le entornaba
un ojo y le trazaba una línea hasta la garganta.
—¿Y tu hermana? —preguntó Eli, mientras se servía más café ahora que sus
manos habían dejado de temblar.
Serena frunció el ceño y levantó la vista.
—Y mi hermana, ¿qué?
—Dijiste que era una EO.
¿Lo había dicho? ¿Habría sido una de esas confesiones murmuradas entre
sueños, en el espacio donde escapaban en susurros los pensamientos, los sueños
y los temores?
—Prueba con otro —dijo, intentando disimular la tensión en su voz mientras
señalaba la carpeta. No le gustaba pensar en Sydney. Ahora no. El poder de su
hermana le provocaba náuseas, no por el talento en sí, sino porque significaba
que estaba rota igual que ella, igual que Eli. Le faltaban piezas. No había visto a
Sydney desde su salida del hospital. No soportaba la idea de mirarla.
—¿Qué puede hacer? —insistió Eli.
—No lo sé —mintió Serena—. Es apenas una niña.
—¿Cómo se llama?
—Ella no —respondió, cortante. Enseguida recuperó la sonrisa, y le entregó a
Eli el perfil que tenía en las manos—. Probemos con este. Parece un caso difícil.
Eli la miró un largo rato antes de extender la mano y tomar el papel.
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Una obsesión perversa
Teen FictionVíctor y Eli eran dos estudiantes universitarios brillantes pero arrogantes que reconocían, el uno en el otro, la misma agudeza y la misma ambición. En el último año de su carrera, el interés compartido por la adrenalina, las experiencias cercanas a...