CAP XXX

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AYER
EL HOTEL ESQUIRE

A la mañana siguiente, Sydney despertó en la cama demasiado grande del
extraño hotel; por un momento, no supo bien dónde, cuándo ni cómo se
encontraba. Pero mientras parpadeaba para alejar el sueño, los detalles
comenzaron a volver: la lluvia, el automóvil y aquellos dos hombres peculiares.
Podía oírlos hablando más allá de la puerta.
El tono brusco de Mitch y el más grave y apacible de Victor parecían filtrarse
a través de las paredes de su habitación. Sydney se incorporó, con el cuerpo
envarado. Tenía hambre; se ajustó los pantalones demasiado grandes a la cadera
y salió en busca de comida.
Los dos hombres estaban de pie en la cocina. Mitch servía café y hablaba con
Victor, que estaba tachando renglones en una revista con aire distraído. Cuando
Sydney entró, Mitch levantó la vista.
—¿Cómo está tu brazo? —le preguntó Victor, sin dejar de tachar palabras.
No tenía dolor, solo una sensación de rigidez. Supuso que era gracias a él.
—Bien —respondió.
Victor dejó el bolígrafo y le acercó una bolsa de bagels. En el rincón de la
cocina había varias bolsas de provisiones. Victor las señaló con la cabeza.
—No sé qué comes, así que…
—No soy un cachorrito —repuso Sydney, conteniendo una sonrisa. Tomó un bagel y volvió a empujar la bolsa sobre la encimera, donde llegó hasta la revista
de Victor. Lo observó tachar las líneas de texto y recordó el artículo de la noche
anterior, y la fotografía que allí aparecía, la que intentaba tomar cuando Victor
despertó. Miró hacia el sofá. Ya no estaba allí.
—¿Qué sucede?
La pregunta la devolvió a la realidad. Victor tenía los codos apoyados en la
encimera, y los dedos, suavemente entrelazados.
—Anoche había un artículo de un periódico allí, con una fotografía. ¿Dónde
está?
Victor frunció el ceño, pero sacó la página del periódico de debajo de la
revista y lo levantó para que lo viera.
—¿Este?
Sydney sintió un escalofrío, muy en el fondo.
—¿Por qué tienes una foto de él? —preguntó, señalando la imagen granulada
del hombre junto al texto tachado en su mayor parte.
Victor rodeó la encimera con pasos lentos y medidos, y levantó el artículo
entre los dos, a pocos centímetros del rostro de Sydney.
—¿Lo conoces? —le preguntó, con los ojos encendidos. Sydney asintió—.
¿De dónde?
Sydney tragó en seco.
—Él fue quien me disparó.
Victor se inclinó hasta que su rostro quedó muy cerca del de ella.
—Cuéntame qué pasó.

Una obsesión perversa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora