HACE DIEZ AÑOS
UNIVERSIDAD LOCKLANDEli estaba sentado en el apartamento de la universidad, comiendo comida china
del CIL, cuando vio la noticia en el telediario. Dale Sykes, conserje de la
Universidad Lockland, había sido víctima de un accidente de tráfico la noche
anterior, mientras regresaba a su hogar. Alguien lo había atropellado y no se
había detenido para socorrerlo. Eli ensartó otro trozo de brócoli con el tenedor.
No había sido su intención. Es decir, no había subido al coche decidido a matar
al conserje. Pero sí había averiguado los horarios de trabajo de Sykes, y sí había
subido al coche a la misma hora a la que Sykes salía de su turno nocturno una
vez por semana, y sí lo había visto cruzando la calle, y sí había acelerado. Pero
era una serie de circunstancias que se habían conjugado de manera tal que
cualquiera de ellas podría haber variado en cuestión de segundos y salvado la
vida del hombre. Era la única manera que se le ocurría a Eli de darle una
oportunidad al conserje, o mejor dicho, de darle una oportunidad a Dios para que
interviniera. Sykes no era un EO, no, pero era un cabo suelto, y cuando Eli lo
arrolló con dos golpes sordos y su pecho se llenó de aquella quietud, supo que
había hecho lo correcto.
Ahora estaba sentado a la mesa de la cocina mientras el caso se reproducía en
la pantalla, mirando por encima de su comida china las dos pilas de papeles. La
primera consistía en los apuntes para su tesis, específicamente sus primeras investigaciones: fotografías de sitios web, testimonios y cosas similares. En la
segunda pila estaba el contenido de la carpeta azul de Lyne. Allí estaba la teoría
de Eli sobre el origen de los EO, pero Lyne había agregado sus propias
anotaciones sobre las circunstancias y los factores utilizados para identificar a un
posible EO. A las experiencias cercanas a la muerte, el profesor le había añadido
un término que Eli nunca lo había oído emplear: Trastorno Mortal
Postraumático, o las inestabilidades psicológicas resultantes de una ECM, y otro
que debía ser nuevo, Principio de Renacimiento, o el deseo del paciente de
escapar de la vida que tenía antes, o de redefinirse de acuerdo con su capacidad.
Eli había fruncido la nariz al leer el segundo. No le gustó reconocerse en esas
notas. Sin embargo, tenía buenos motivos para leerlas. Porque lo que había
sentido al arrollar a Dale Sykes era lo mismo que había sentido al intentar acabar
con la vida de Victor. Un objetivo. Y empezaba a descubrir cuál era ese objetivo.
Los EO eran una afrenta a la naturaleza, a Dios; eso lo sabía. Eran
antinaturales y eran fuertes, pero Eli siempre sería más fuerte. Su poder era un
escudo contra el de ellos, infranqueable. Podía hacer lo que la gente común no
podía. Podía detenerlos.
Pero antes necesitaba encontrarlos. Y por eso estaba revisando las
investigaciones, aplicando los métodos de Lyne a los casos de estudio, con la
esperanza de que alguno de ellos le diera un punto de partida.
Victor siempre había sido más hábil para resolver esa clase de acertijos. Le
bastaba echar un vistazo para distinguir las conexiones, por difusas que fueran.
Pero Eli perseveró, siguió examinando los archivos mientras la noticia aparecía
una y otra vez en el fondo, hasta que al fin encontró algo. Una pista. De un
artículo de un periódico que Eli había guardado sin un motivo en particular. La
familia de un hombre había muerto en un extraño accidente, aplastada. Había
sucedido apenas unos meses antes de que él mismo estuviera a punto de morir en
el derrumbe de un edificio. Solo se daba el nombre de pila del hombre, Wallace,
y el periódico, que era de una ciudad que se encontraba más o menos a una hora de allí, decía que era natural del lugar. Eli pasó varios minutos observando el
nombre, hasta que encontró una captura de pantalla de un foro en Internet, uno
de esos sitios donde el 99,5 % de las personas son aficionados en busca de
atención. Pero Eli había sido meticuloso y la había impreso de todos modos.
Incluso había encontrado la lista de los miembros del sitio. Uno de ellos, un tal
Wallace47, había publicado una sola vez en un hilo de mensajes que ya no
estaba activo. La fecha era del año anterior, entre su propio accidente y el de su
familia. Lo único que decía era Nadie está a salvo cerca de mí.
No era mucho, pero sí un comienzo. Y mientras arrojaba a la basura el
recipiente de comida china y apagaba el televisor, Eli quería salir, correr, no para
huir de nada, sino para hacer algo. Tenía una meta. Una misión.
Pero sabía que debía esperar. Fue contando los días hasta su graduación,
sintiendo siempre sobre él la atención de los profesores, de los consejeros y de
los policías, como el sol en verano. Al principio era muy evidente, pero con el
correr de los meses fue en disminución hasta que, cuando llegaron los exámenes,
la mayoría hasta olvidaba poner cara de consternación al verlo entrar. Cuando al
fin terminó el año, guardó sus cosas, dio una última revisión al apartamento y
cerró la puerta con llave. Guardó la llave en un sobre de la universidad y lo
depositó en el buzón ubicado a la entrada de servicios de alojamiento.
Entonces, y solo entonces, cuando el campus de Lockland se perdió a lo lejos,
Eli descartó para siempre el apellido Cardale y adoptó Ever, y fue en pos de su
objetivo.
A Eli no le gustaba matar.
Sí le gustaba el momento posterior al hecho. La quietud sublime que llenaba el
aire mientras sus huesos rotos se soldaban y su piel desgarrada se cerraba, y que
era señal de la aprobación de Dios.
Pero el hecho en sí de asesinar era más sucio de lo que había previsto.
Además, no le gustaba la palabra. Asesinato. ¿Por qué no exclusión? Exclusión
era una palabra mejor. Hacía que los sujetos parecieran menos humanos, algo
que en realidad no eran… Cuestión de semántica. No obstante, era algo sucio. La
abundancia de violencia en televisión le había hecho creer que matar era limpio.
La tos breve de una pistola. La estocada rápida de un cuchillo. Un momento de
conmoción.
La cámara corta la escena y la vida continúa.
Fácil.
Y, a decir verdad, la muerte de Lyne sí había sido fácil. También la de Sykes,
en realidad, ya que el coche había hecho todo el trabajo. Pero mientras se quitaba
un par de guantes de látex empapados en sangre, Eli deseó que la cámara pasara
a una escena más agradable.
Wallace se había resistido. Tenía cerca de sesenta años, pero era fuerte como
un toro. Incluso había doblado uno de sus cuchillos preferidos antes de partirlo
en dos.
Eli se recostó contra la pared de ladrillos y esperó a que sus costillas volvieran
a recolocarse antes de arrastrar el cadáver hasta la pila de basura más cercana.
Era una noche cálida, y antes de salir del callejón Eli se revisó en busca de
manchas de sangre. La quietud ya empezaba a desvanecerse, y en su lugar
quedaba una extraña tristeza.
Nuevamente se sentía perdido. Sin un propósito. Incluso con aquella pista,
había tardado tres semanas en encontrar al EO. Fue una persecución lenta y
torpe. Había querido estar seguro. Necesitaba una prueba. Al fin y al cabo, ¿y si
sus suposiciones no eran correctas? Eli no tenía ningún deseo de llevar a cabo
una matanza de personas. Lyne y Sykes habían sido excepciones, víctimas de las
circunstancias; habían sido muertes lamentables pero necesarias. Y, si Eli era
honesto consigo mismo, desordenadas. Sabía que podía hacerlo mejor. Wallace
había sido una mejora. Como en cualquier emprendimiento, había una curva de
aprendizaje, pero Eli creía firmemente en el viejo dicho.
La práctica hace al maestro.
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Una obsesión perversa
Ficção AdolescenteVíctor y Eli eran dos estudiantes universitarios brillantes pero arrogantes que reconocían, el uno en el otro, la misma agudeza y la misma ambición. En el último año de su carrera, el interés compartido por la adrenalina, las experiencias cercanas a...