CAP VII

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ALREDEDOR DEL MEDIODÍA
EL HOTEL ESQUIRE


Victor y Sydney estaban sentados en la habitación del hotel, comiendo pizza fría
y revisando los perfiles que Mitch les había preparado. Mitch había salido a
hacer un trámite, y aunque los ojos de Victor estaban recorriendo el perfil de un
hombre de mediana edad llamado Zachary Flinch, su mente estaba mucho más
concentrada en el teléfono móvil —que estaba listo y a mano sobre la encimera
— y en el nombre Stell, que en sus papeles. Sus dedos tamborileaban un ritmo
tranquilo sobre su pierna. Del lado opuesto a donde estaba el teléfono había un
perfil de un hombre más joven llamado Dominic Rusher.
Sydney estaba sentada en un taburete cercano, terminando su segunda porción
de pizza. Victor la vio espiar de reojo la fotografía de Eli del periódico, que
asomaba por debajo de la esquina del tercer perfil, que pertenecía a la muchacha
de pelo azul, Beth Kirk. La observó extender la mano y extraer el artículo, y
quedarse observándolo con sus ojos azules muy abiertos.
—No te preocupes, Syd —dijo Victor—. Lo haré sufrir.
Por un momento se quedó callada, su rostro como una máscara. Y luego la
máscara se rompió.
—Cuando vino por mí —relató—, me dijo que era por el bien de todos. —
Escupió las últimas palabras—. Dijo que yo era antinatural. Que iba en contra de
Dios. Esa fue la explicación que dio de por qué quería matarme. No me pareció una razón muy buena. —Tragó en seco—. Pero a mi hermana le bastó para
entregarme.
Victor frunció el ceño. Seguía sin entender la cuestión de la hermana de
Sydney, Serena. ¿Por qué Eli aún no la había matado? Parecía empeñado en
matar a todos los demás.
—Seguramente es complicado —dijo, levantando la vista del perfil que tenía
en las manos—. ¿Qué puede hacer tu hermana?
Sydney vaciló.
—No lo sé. Nunca me lo mostró. Iba a hacerlo, pero su novio me disparó. ¿Por
qué?
—Porque Eli aún no la mata —respondió Victor—. Tiene que haber una
razón. Ella debe serle útil de alguna manera.
Sydney bajó la vista y se encogió de hombros.
—Pero —añadió Victor—, si fuera solo por eso, a ti también te habría
conservado. Allá él, mejor para mí.
Hubo un asomo de sonrisa en los labios de Sydney. Arrojó el borde de masa
de pizza al bulto negro que estaba en el suelo. Dol se despabiló y lo atrapó antes
de que llegara al suelo. Luego se levantó y rodeó la encimera hasta donde estaba
Victor, y quedó observando con expectación el resto de su porción. Victor se lo
dio, y rascó brevemente las orejas del perro, que le llegaban a la altura del
estómago, aun estando él sentado en el taburete. Miró al perro y luego a Sydney.
Últimamente estaba recogiendo muchos desamparados.
Sonó el móvil de Victor.
Dejó el papel y tomó el teléfono, todo en un solo movimiento.
—¿Sí?
—Lo tengo —anunció Mitch.
—¿A Dane o a Stell?
—A Dane. Y hasta encontré una habitación.
—¿Dónde? —pregunto Victor, mientras se ponía el abrigo.
—Mira por la ventana.
Victor se acercó a los ventanales y observó la vista. Sobre la acera de enfrente,
dos edificios más allá, estaba el esqueleto de un rascacielos. El andamiaje estaba
rodeado por un muro de madera, y enfrente había un cartel que decía FALCON
PRICE, pero no había obreros trabajando. La obra estaba en pausa o abandonada.
—Perfecto —dijo Victor—. Allá voy.
Cortó, y vio que Sydney ya se había bajado del taburete y estaba esperándolo
con su abrigo rojo en la mano. Victor no pudo evitar pensar que ella tenía la
misma expresión que Dol: expectante, esperanzada.
—No, Sydney. Necesito que te quedes aquí.
—¿Por qué? —preguntó ella.
—Porque tú no crees que yo sea una mala persona —explicó—. Y no quiero
demostrarte lo contrario.
Victor avanzó esquivando las láminas plásticas que cercaban los espacios sin
terminar de la planta baja del edificio; sus pasos resonaban sobre cemento y
acero. La fina capa de polvo que cubría los sectores externos y más expuestos de
la obra sugería que esta se había abandonado recientemente, pero la calidad de
los materiales y la excelente ubicación lo hicieron pensar que no seguiría
abandonada por mucho tiempo. Los edificios en transición eran sitios perfectos
para reuniones como aquella.
Algunas capas plásticas más tarde, encontró a Mitch y a un hombre en una
silla plegable. Mitch parecía aburrido. El hombre que estaba sentado en la silla
parecía indignado y, por debajo de esa expresión, aterrado. Victor prácticamente
podía percibir el miedo, una versión más leve de la oleada similar a un radar que
producía el dolor. El hombre era delgado, tenía pelo corto oscuro y mandíbula
fuerte. Sus manos estaban sujetas en la espalda con cinta de embalar, y aún
llevaba puesto su uniforme, con el cuello oscurecido por sangre en algunas partes. La sangre provenía de su mejilla, o de su nariz, o tal vez de ambas, Victor
no pudo distinguirlo bien. Algunas gotas habían caído en la placa que llevaba
sobre el corazón.
—Tengo que admitir —dijo Victor— que esperaba encontrar a Stell.
—Dijiste que cualquiera de los dos servía. Stell no estaba. A este lo encontré
tomando un descanso para fumar —explicó Mitch.
Victor esbozó una sonrisa beatífica mientras volcaba su atención hacia el
hombre sentado.
—Fumar hace daño, agente Dane.
El agente Dane dijo algo, pero por la cinta que le tapaba la boca resultó
ininteligible.
—Usted no me conoce —prosiguió Victor. Apoyó la bota en el lado de la silla
plegable y la inclinó. El agente Dane cayó al suelo con un crujido y un grito
ahogado. Victor detuvo la silla antes de que cayera, la hizo girar en un solo
movimiento ágil y se sentó—. Soy amigo de un amigo suyo. Y le agradecería
mucho su ayuda. —Se inclinó hacia adelante y apoyó los codos en las rodillas—.
Quiero que me diga los códigos de acceso a la base de datos de la policía.
El agente Dane frunció el ceño. Mitch, también.
—Vic —dijo, acercándose a él para que Dane no lo oyera—. ¿Para qué
necesitas eso? Ya te he hecho entrar.
A Victor no parecía importarle si el agente los oía o no.
—Me diste ojos, y te lo agradezco. Pero quiero publicar algo, y para hacer eso,
necesito una identificación reconocida.
Era hora de enviar otro mensaje, y Victor quería planear todos los detalles a la
perfección. Los perfiles marcados tenían etiquetas de sus autores, y tal como el
mismo Mitch había señalado, todas pertenecían a una de dos personas: Stell o
Dane.
—Además —añadió Victor, poniéndose de pie—, así es más divertido.
El aire empezó a vibrar, y el esqueleto expuesto del edificio reflejó la energía hasta que todo el recinto estaba zumbando.
—Mejor espera afuera —le pidió a Mitch.
Victor había perfeccionado su arte: podía elegir a una persona entre una
multitud y volverla como una piedra, pero aun así no le gustaba que hubiera
nadie cerca. Por si acaso. De vez en cuando, se entusiasmaba demasiado y el
dolor se salía de cauce y afectaba a otros. Mitch lo conocía bien y, sin hacer
preguntas, hizo a un lado una cortina de plástico y salió.
Victor lo miró alejarse, flexionando los dedos como si los necesitara ágiles.
Sintió una punzada de culpa por involucrar a Mitch en todo eso. En realidad, no
había ido a parar a una cárcel de máxima seguridad solo por ser hacker, pero aun
así… Secuestrar a un agente de policía era un delito grave. No tan grave como
los que estaba por cometer Victor, desde luego, pero dados los antecedentes de
Mitch, no lo favorecería. Había pensado en despedirse de su amigo una vez que
estuvieran fuera de la Cárcel de Wrighton, pero la simple verdad era que Victor
no poseía una fuerza sobrehumana, y alguien tenía que ayudarlo a deshacerse de
los cadáveres. Además, se había acostumbrado a la presencia de Mitch.
Suspiró y volvió a prestar atención al agente, que estaba intentando hablar.
Victor se agachó, y su rodilla se clavó en el pecho del hombre mientras le
retiraba la cinta de la boca.
—No sabe lo que está haciendo —gruñó el agente Dane—. Por esto lo van a
freír.
Victor sonrió con tranquilidad.
—Si me ayuda, no.
—¿Por qué debería ayudarlo?
Victor volvió a cubrirle la boca con la cinta y se puso de pie.
—Bueno, no debería. —El zumbido en el aire se intensificó. El cuerpo del
agente Dane hizo un espasmo, y la cinta ahogó su grito—. Pero lo hará.

Una obsesión perversa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora