CAP XIV

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ESA TARDE
EL HOTEL ESQUIRE


Eli estaba sentado, esperando a que atendieran su llamada y observando a
Serena, que estaba cruzando la suite hacia la cocina. Por fin, el tono de llamada
cesó y atendió una voz áspera.
—Aquí Stell. ¿Qué pasa?
—Habla Ever —dijo Eli, al tiempo que se quitaba las estúpidas gafas.
Serena estaba preparando café, pero por el modo en que ladeó la cabeza,
evitaba hacer ruido y se movía con cuidado, Eli se dio cuenta de que estaba
escuchando.
—Señor —lo saludó el detective. A Eli no le gustó cómo pronunció la palabra,
con una entonación ligeramente ascendente al final—. ¿Qué puedo hacer por
usted?
Eli no sabía, al marcar el número, si realmente era buena idea llamar a Stell, o
si solo le parecía buena porque provenía de Serena. Ahora que estaba con él al
habla, comprendió que no era en absoluto una buena idea. De hecho, vio que era
una idea muy mala. Durante nueve y medio de los últimos diez años, Eli había
sido un fantasma; había logrado evitar llamar la atención a pesar de su cantidad
creciente de exclusiones y su rostro inalterado (no era nada fácil mantenerse
anónimo siendo inmortal). Se las había ingeniado para esquivar a Stell hasta que
Serena lo había involucrado, y aun entonces, todo lo que Eli hacía, lo hacía solo.
No confiaba en otras personas, ni para darles conocimiento ni poder, y sin duda,
menos aún para darles ambas cosas. El riesgo era alto, probablemente demasiado
alto.
¿Y la recompensa? Al adoctrinar a todo un departamento de policía, se
aseguraba tanto su apoyo en relación con Victor y sus otros objetivos, como la
aprobación para continuar con sus ejecuciones, sus exclusiones. Pero a la vez
significaba atarse a la persona en quien sabía que no podía confiar, y a quien no
podía resistirse. La policía no iba a hacerle caso a él, en realidad. Iba a hacerle
caso a Serena. Ella lo miró desde el otro lado de la habitación y sonrió,
ofreciéndole una taza de café. Él meneó la cabeza, no, un acto pequeño que la
hizo sonreír. Le llevó la taza de todos modos, se la colocó en la mano libre y
cerró sus dedos y los de él en torno a la taza.
—¿Señor Ever? —preguntó Stell.
Eli tragó en seco. Fuera o no una buena idea, había una cosa que sí sabía: no
podía dejar que Victor escapara.
—Necesito organizar una reunión —le dijo al detective— con todo el personal
de la comisaría. Lo antes posible.
—Los convocaré. Pero van a tardar un poco en llegar.
Eli miró su reloj. Eran casi las cuatro.
—Estaré allí a las seis. Y avísele al agente Dane.
—Lo haré, si lo encuentro.
Eli frunció el ceño.
—¿Cómo que si lo encuentra?
—Acabo de regresar de la escena en el banco con su amigo Lynch, y Dane no
está. Seguramente ha salido a fumar.
—Seguramente —repitió Eli—. Manténgame informado.
Cortó y vaciló un momento, haciendo girar el teléfono en la mano una y otra
vez.
—¿Qué ocurre? —preguntó Serena.
Eli no respondió. Pudo resistir la compulsión de responder, pero solo porque
no lo sabía. Tal vez no era nada. Tal vez el policía se había tomado un descanso,
o se había retirado temprano. O tal vez… Sus sentidos vibraban del mismo modo
que cuando las palabras de Stell terminaban hacia arriba. Como cuando sabía
que estaba actuando por la voluntad de Serena y no por la suya. Como cuando
había algo raro. No cuestionó aquel presentimiento. Confiaba en él tanto como
en la quietud que se instalaba después de sus asesinatos.
Y por eso marcó el número del agente Dane.
Sonó.
Y sonó.
Y sonó.
Victor se paseaba de un lado a otro de la habitación despojada en el edificio a
medio construir, pensando en el problema de Serena Clarke, quien
aparentemente era una persona muy influyente. Con razón Eli la mantenía con
él. Victor sabía que tendría que matarla muy pero muy rápido. Miró alrededor,
sopesando sus posibilidades y sus opciones, pero invariablemente su atención
regresaba al cadáver de Dane, que estaba tendido en el medio del suelo, sobre el
plástico. Victor decidió hacer lo que pudiera para minimizar las señales de
tortura, por Sydney.
Se arrodilló junto al cuerpo y empezó a recolocarlo, a alinear las extremidades,
a hacer lo posible para darle un aspecto más natural. Reparó en que Dane tenía
una alianza de plata en un dedo —se la quitó y la guardó en el bolsillo del
muerto—, y luego le colocó los brazos a los lados. No había nada que pudiera
hacer para que pareciera menos muerto; eso le tocaría a Sydney.
Varios minutos más tarde, cuando Mitch regresó, levantó una cortina de
plástico e hizo pasar a Sydney, Victor estaba bastante orgulloso del trabajo que
había hecho. Dane tenía un aspecto prácticamente sereno (al margen del uniforme desgarrado y la sangre). Pero cuando los ojos de Sydney se posaron en
el cuerpo, ella se detuvo y emitió un leve sonido.
—Eso está mal, ¿no? —dijo, señalando la placa en el pecho del cadáver—.
Está mal matar a un policía.
—Solo si el policía es bueno —explicó Victor—. Y él no lo era. Este policía
estaba ayudando a Eli a encontrar a los EO. Si Serena no te hubiera entregado, lo
habría hecho este hombre.
Mientras estuviera bajo el hechizo de Serena, pensó, pero no lo dijo.
—¿Por eso lo has matado? —preguntó Sydney en voz baja.
Victor frunció el ceño.
—No importa por qué lo he hecho. Lo que importa es que lo revivas.
Sydney lo miró, sorprendida.
—¿Por qué iba a hacer yo eso?
—Porque es importante —respondió, traspasando su peso de un pie al otro—,
y te prometo que volveré a matarlo inmediatamente después. Solo necesito ver
algo.
Sydney frunció el ceño.
—No quiero revivirlo.
—No me importa —replicó Victor tan repentinamente que el aire empezó a
vibrar alrededor.
Mitch se adelantó enseguida y colocó su cuerpo enorme delante de Sydney, y
Victor se contuvo antes de perder el control. Los tres parecían sorprendidos por
el exabrupto, y el pecho de Victor se llenó de culpa —o al menos una versión
pálida de ella— al observar a los otros dos, el fiel guardián y la chica imposible.
No podía darse el lujo de perderlos —de perder su ayuda, se corrigió, su
colaboración—, ahora menos que nunca, así que volvió a atraer la energía a su
interior e hizo una mueca al sujetarla.
—Lo siento —dijo, con un leve suspiro.
Mitch dio un breve paso a un lado, pero no abandonó a Sydney.
—Demasiado lejos, Vic —gruñó, en una rara muestra de audacia.
—Lo sé —respondió Victor, haciendo girar sus hombros.
Incluso con la energía bien guardada, aún bullía en él el deseo de hacer daño a
alguien, pero se esforzó por mantenerlo contenido, solo un poco más, hasta que
encontrara a Eli.
—Lo siento —volvió a decir, dirigiendo su atención a la niña rubia que seguía
semiescondida detrás de Mitch—. Sé que no quieres hacer esto, Sydney. Pero
necesito tu ayuda para detener a Eli. Estoy intentando protegerte, a ti y a Mitch.
Y a mí mismo. Intento protegernos a todos, pero no puedo solo. Tenemos que
trabajar juntos. Así que, ¿puedes hacer esto por mí? —Levantó su pistola para
que ella la viera—. No dejaré que el policía te haga daño.
Sydney vaciló, pero finalmente se agachó junto al cadáver, con cuidado de no
tocar la sangre.
—¿Merece una segunda oportunidad? —preguntó en voz baja.
—No lo pienses así —dijo Victor—. Solo tendrá un momento. Apenas lo
suficiente para que responda una pregunta.
Sydney respiró hondo y apoyó los dedos en las partes limpias de la camisa del
agente. Un instante después, Dane inhaló de pronto y se incorporó, y Sydney
regresó a toda prisa junto a Mitch y se aferró a su brazo.
Victor miró al agente Dane.
—Hábleme otra vez sobre Ever —le dijo.
El agente lo miró a los ojos.
—Eli Ever es un héroe.
—Bueno, esto es desalentador —bufó Victor.
Disparó tres balazos más al pecho del policía. Sydney se dio vuelta y hundió la
cara en la camisa de Mitch, mientras Dane volvía a caer contra el cemento
cubierto de plástico, tan muerto como antes.
—Pero ahora lo sabemos —dijo Victor, tanteando el cadáver con la punta del
zapato. Mitch lo miró por encima del pelo pálido de Sydney; por segunda vez en la
misma cantidad de minutos, la expresión de su rostro oscilaba entre el horror y la
ira.
—¿Qué mierda ha sido eso, Vale?
—El poder de Serena Clarke —respondió Victor—. Ella le dice a la gente qué
hacer. —Guardó la pistola en el cinturón—. Qué decir, qué pensar. —Señaló el
cadáver—. Y parece que ni siquiera la muerte corta esa conexión. —Bueno, la
muerte del agente, se corrigió para sí—. Ya hemos terminado aquí.
Sydney se quedó muy quieta. Había soltado a Mitch y ahora tenía los brazos
cruzados sobre las costillas, como si tuviera frío. Victor se le acercó, pero
cuando extendió la mano para tocarle el hombro, ella lo rehuyó. Se arrodilló
delante de ella, de manera que tuvo que levantar un poco la vista para mirarla a
los ojos.
—Tu hermana y Eli piensan que son un equipo. Pero no son nada en
comparación con nosotros. Ahora ven —agregó, enderezándose—. Parece que
tienes frío. Te compraré un chocolate caliente.
Los ojos azul hielo de Sydney lo miraron, y ella parecía a punto de decirle
algo, pero no tuvo oportunidad, porque justo entonces Victor oyó sonar el
teléfono. No era el suyo, y a juzgar por la expresión de Mitch, tampoco el de él.
Y Sydney seguramente había dejado el suyo en el hotel, porque ni siquiera hizo
amago de buscar en su bolsillo. Mitch palpó al agente, encontró el aparato y lo
sacó.
—Déjalo —dijo Victor.
—Creo que vas a querer atender esta llamada —respondió Mitch, y le arrojó el
móvil.
En el lugar del nombre de quien llamaba, había una sola palabra en la pantalla.
HÉROE.
Victor esbozó una sonrisa oscura, hizo crujir su cuello y aceptó la llamada.
—Dane, ¿dónde está? —preguntó, nerviosa, la persona que llamaba. Todo en Victor se tensó al oírlo, pero no respondió. Hacía diez años que no oía
esa voz, pero no importaba, porque la voz, al igual que todo lo demás en Eli
Ever, no había cambiado nada.
—¿Agente Dane? —preguntó otra vez.
—Siento decir que acaba de irse —dijo Victor por fin.
Cerró los ojos al hablar, y disfrutó el momento de silencio que se hizo en la
línea. Si se concentraba, casi podía imaginar a Eli tensándose al oír su voz.
—Victor —dijo Eli. La palabra salió como una tos, como si las letras se le
hubieran atascado en el pecho.
—Admito que es astuto —reconoció Victor— usar la base de datos de la
policía de Merit para encontrar a tus objetivos. Me siento un poco insultado
porque he visto que todavía no aparezco en ella, pero dales tiempo. Acabo de
llegar.
—Estás en la ciudad.
—Por supuesto.
—No vas a escapar —lo amenazó Eli; la conmoción cedió y su voz recuperó
un tono arrogante.
—No está en mis planes —repuso Victor—. Te veré a medianoche.
Cortó, rompió el teléfono en dos y dejó caer las dos partes sobre el cadáver de
Dane. Se hizo silencio en la habitación mientras Victor observaba el cadáver;
luego alzó la vista.
—Siento esto. Ya puedes limpiar el lugar —le dijo a Mitch, que estaba
mirándolo, boquiabierto.
—¿A medianoche? —gruñó Mitch—. ¿Medianoche? ¿Esta noche?
Victor miró su reloj. Ya eran las cuatro.
—Nunca dejes para mañana lo que puedas hacer hoy.
—Presiento que Thomas Jefferson no se refería a eso —masculló Mitch.
Pero Victor no estaba prestándole atención. Su mente había estado acelerada
toda la mañana, pero ahora que estaba todo decidido, ahora que solo faltaban unas horas, la energía violenta se aquietó y la calma se instaló por fin en él.
Volcó su atención nuevamente hacia Sydney.
—¿Vamos por ese chocolate caliente?
Mitch se cruzó de brazos y los observó alejarse. El cabello rubio de Sydney se
movía arriba y abajo mientras seguía a Victor. Cuando ella lo había aferrado del
brazo, sus dedos parecían de hielo, y por debajo del frío, ella temblaba. Ese
temblor que llegaba a los huesos, que no tenía tanto que ver con el frío como con
el miedo. Mitch quería decir algo, quería saber en qué diablos estaba pensando
Victor, quería decirle que estaba jugando con otras vidas además de la propia.
Pero cuando encontró la palabra que debería haber pronunciado, una palabra
simple pero poderosa —BASTA—, era demasiado tarde. Ya se habían ido, y
Mitch estaba solo en la habitación rodeada de plástico, así que hizo lo que pudo
por tragarse aquella palabra y la sensación de abatimiento que la acompañaba;
luego se volvió hacia el cadáver del agente y se puso a trabajar.

Una obsesión perversa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora